Diario de León

TRIBUNA

Casimiro Bodelón Sánchez psicólogo clínico

Porquerizas, cuadras y corrales de mi infancia

Creado:

Actualizado:

De mi querido maestro y profesor de Psicopatología Infantil y Juvenil, el Dr. Lluis Folch i Camarasa, guardo muchos y sabios consejos. Trabajando con él, un día le planteé un serio problema para el que no encontraba respuesta adecuada, porque se salía de los estrechos parámetros en los que mi mente de principiante se desenvolvía en aquel entonces. Su respuesta clarividente y sapientísima fue esta: «Nunca olvides, Bodelón, que en los estercoleros también nacen hermosas flores».

Jamás lo he olvidado en mi largo periplo vital, chapoteando por los arrabales educativos y familiares. El sabio maestro me enseñó a taparme la nariz (para no vomitar), y, al mismo tiempo, a abrir mucho los ojos para observar y percibir la belleza de la vida que puede germinar en los lugares y ambientes más dispares: en la miseria de los burdeles, en la pobreza de las barracas, en los suburbios y, no pocas veces, también en las más altas esferas con abundancia y riqueza mal administrada.

Tras mi jubilación, sentí la tentación de escribir mis experiencias, bajo el título: Flores de estercolero; pero hoy, mi reflexión, de alguna manera, versará sobre ese mundo, casi siempre oculto o disimulado por unos, los pobres, muy pobres y, (aunque no se crea), también ocultado por los que han usado mal la abundancia en la que nadan o han sobrenadado.

En pleno siglo XXI, la mayoría de nuestros jóvenes, los nacidos hace veinte-cuarenta años, para bien o para mal, según se mire, han crecido en una España alegre, llena de vida y sin las estrecheces ni miserias en las que nacimos y crecimos los de posguerra. Esto, que en sí puede considerarse una suerte, tiene su reverso para cuantos desconocen y no se imaginan el calvario que supuso haber nacido y crecido en ambientes con escaseces y poca alimentación, en un país arruinado, donde la vida y la muerte, (de plantas, animales y personas), se simultaneaba a diario de forma casi natural, y donde sobrevivimos con el cultivo, uso y aprovechamiento de lo poco que la naturaleza nos ofrecía.

Aprendíamos desde muy niños lo que era sembrar, plantar, regar, segar, podar, trillar, cosechar, cocer, ordeñar, cuidar, sacrificar, cazar, y…, siempre respetando la vida de plantas, animales y personas. Sí. El respeto cuidadoso de las personas y de cuanto nos rodeaba era algo asumido sin discusión, desde la más tierna infancia, con un subrayado: los abuelos, los ancianos en general, y los maestros eran seres sagrados.

Ellos eran ejemplo de resistencia, de valor, experiencia y sabiduría; las cuatro columnas que sostienen el edificio de toda sociedad que quiera sobrevivir y crecer.

Las cosas materiales se usaban y reciclaban; la leña proveniente de podar las viñas o los árboles era usada como combustible de cocinas y hornos. Éstos abundaban en los pueblos porque cada familia horneaba su pan dos veces al mes (30 hogazas, una para cada día). El pan era el alimento insustituible. Era tan valioso, que si se caía al suelo, lo recogíamos y lo besábamos. Todo esto resulta incomprensible para cualquier joven de nuestros días, que ha crecido en la cultura del ««usar y tirar»», creyendo que lo material es inagotable. ¿De verdad les enseñamos a nuestros pequeños el valor y el cuidado de las cosas que tenemos y usamos?

No estoy pidiendo volver a la escuela del pizarrín, (el papel era escaso y malo); ni a la Enciclopedia Álvarez o Dalmau Carles Pla, pero afirmo que aquellas precariedades nos enseñaron a hacer bien la pinza (pulgar contra índice) para escribir con el pizarrín, con buena letra; en la Enciclopedia teníamos resumido lo más básico de la Historia, la Geografía, la Lengua, las Ciencias y las Matemáticas y, con el ejemplo de nuestros padres y el esfuerzo de nuestros maestros, aprendimos a leer y escribir correctamente, amén de conocer el valor del trabajo bien hecho; todo lo cual nos abrió las puertas de la Universidad a cuantos vivimos penurias y carencias, que hoy no han tenido ya ninguno de nuestros hijos, ni se imaginan la mayoría de los que tienen menos de cuarenta años.

Voy a intentar recrear para los jóvenes urbanitas nuestra vida agrícola y popular de antaño, de hace setenta o más años, por si les sirve para reflexionar, cuando ven en las pantallas la destrucción y la miseria en la que Rusia está dejando a los ucranianos: poblaciones enteras sin viviendas, campos arrasados, edificios derruidos, industrias arruinadas, miles de muertos, millones de familias rotas, que cuando acabe la guerra tendrán que empezar desde cero; muchos emigrados, que ya no querrán ni podrán volver a su país, a sus casas convertidas en escombros.

En esas o muy similares circunstancias vinimos al mundo los de mi generación y hoy tenemos el temor de que nuestra historia, desconocida u olvidada por los jóvenes, la misma historia actual de los ucranianos, gazatíes, israelitas…, que todos vemos en las pantallas, pueda volver a ser la nuestra, la vuestra.

Vosotros, que nacisteis en una clínica u hospital, con médicos, enfermeras, rodeados de cuidados y de bienestar; vosotros, con padres que tienen nómina mensual. Hoy, vosotros vivís en un piso urbano, tal vez el de vuestros padres; en los pueblos la casa era un conglomerado de cuadras para los animales (cerdos, vacas, gallinas, caballería…) pegadas a la cocina familiar, con las habitaciones y dependencias para las personas; las criaturas nacíamos en casa, en la habitación de papá y mamá, sin médico, ni otra asistencia que la de una mujer del propio pueblo (¿ partera?); en mi caso fue la vecina, la Sra. Sofía.

En la misma casa, en la habitación respectiva, veíamos morir a los abuelos, y el ciclo vital de la naturaleza se repetía en medio del respeto y los rituales, festivos unos, tristes y lacrimosos otros. En nuestras casas del pueblo se compartía todo, el calor, el frío, el pan, el agua del pozo (sin cloro; no había agua corriente, ni cuarto de baño). El corral y las cuadras de los animales suplían muchas carencias higiénicas. Era todo muy familiar, muy natural, sin cortinas ni mamparas.

Pregunto, jóvenes urbanitas del siglo XXI, ¿hoy seríais vosotros capaces de sobrevivir en estas circunstancias de pura supervivencia? Mi vida de infancia, la de vuestros abuelos, fue así de sencilla, así de prosaica y nada fácil. ¿Lo habéis pensado alguna vez? ¿Habéis comido un pan duro después de una semana o dos de haber sido amasado y cocido en el horno familiar?, ¿habéis visto algún horno de aquellos, donde se cocían 15 hogazas dos veces al mes?

Así aprendimos a valorar las cosas, aprendimos a trabajar desde muy niños, valorando el sacrificio y el esfuerzo. ¿Sabríais sobrevivir vosotros hoy, tras haber crecido en la comodidad, sin frío, sin hambre, sin sabañones? ¿Sabéis lo que son los sabañones en las manos y en los pies?

Tras esa infancia, cuando tuvimos la posibilidad de estudiar, nos comíamos los libros; estudiábamos para saber, para ser mejores, para poder ayudar a los nuestros que nos habían cuidado y enseñado a ser altruistas. ¿Para qué estudiáis algunos, que decís ser un rollo ir al cole o amargáis la clase a vuestros compañeros y a vuestros maestros?

Más preguntas, ¿sabéis cómo nacen los animales, cómo nacemos las personas? ¿Sabéis cómo se hornea el pan o cualquier otro alimento?

Sí sabéis que los niños no vienen de París, ni los trae la cigüeña, pero ¿os preguntáis sobre la responsabilidad de un embarazo, de traer un nuevo ser al mundo? Pues, si no os hacéis éstas y otras muchas preguntas similares, seréis unos pobres desgraciados y no os imagináis lo que os espera.

La vida no es fácil, pero tiene sentido, si sabemos dárselo, porque ¡hasta en los estercoleros nacen hermosas flores! Abrid los ojos y sed responsables.

Pregunto, jóvenes urbanitas del siglo XXI, ¿hoy seríais vosotros capaces de sobrevivir en estas circunstancias de pura supervivencia? Mi vida de infancia, la de vuestros abuelos, fue así de sencilla, así de prosaica y nada fácil. ¿Lo habéis pensado alguna vez? ¿Habéis comido un pan duro después de una semana o dos de haber sido amasado y cocido en el horno familiar?
tracking