Diario de León

TRIBUNA

Julián Álvarez González
AG. Psicólogos Asociados

TDAH

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Transformar un problema normal y cotidiano en algo patológico, es lo que está ocurriendo con el denominado Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad.

No negamos que exista un problema, incluso un problema grave, pero debemos situarlo en el contexto educativo y del aprendizaje, lejos de una enfermedad que precise tratamiento farmacológico.

El TDAH es un trastorno inventado en el que los laboratorios y las farmacéuticas llevan la batuta del auge de los diagnósticos y del respaldo de una gran parte de la comunidad científica manipulada.

Los estudios y publicaciones que asocian los problemas de los niños, como el TDAH, con una patología biológica están marcados por la influencia de la industria farmacéutica.

Cuando uno revisa dichos estudios de manera objetiva e independiente desde un punto vista biomédico, la evidencia desaparece. No existen pruebas consistentes de que la raíz de esta supuesta enfermedad sea biológica o genética.

El TDAH no existe como entidad clínica porque se trata de presentar y de propagar a la población y a las personas interesadas que es una enfermedad de base neurobiológica y de origen genético y, por tanto, que es una dolencia crónica que ha de ser tratada con medicación de una forma continuada.

De ninguna manera se puede sostener que sea una enfermedad, tal y como la presentan. Otra cosa es que los padres y educadores tengan problemas serios con ciertos comportamientos de los niños, que implican la atención de una manera que no es la esperada o la adecuada para ciertas tareas que requieren concentración y estar atento y sosegado. Eso que puede ser un problema, desde luego no por ser un problema es una enfermedad.

Si un problema cotidiano logran convertirlo en una patología, con una etiqueta, eso tiene fuerza como para que las instituciones públicas lo valoren y doten de ayudas y atenciones, como muchas enfermedades merecen.

El TDAH es un ejemplo claro de cómo hay grandes presiones sobre los políticos incultos y corruptos por parte de los laboratorios, pues estos son un lobby que se esfuerza por convertir determinadas situaciones en enfermedades oficiales que luego hay que medicar. Eso es lo que hace de este tema una polémica de proyección política, económica, social y científica

El TDAH es un auténtico enredo que tiene más que ver con las influencias de grupos de poder y de presión que con evidencias científicas. Los que lo respaldan tienen grandes intereses con las farmacéuticas.

No negamos los problemas de comportamiento, pero estos son normales y no resultado de una patología. Las causas están en la propia educación que reciben los niños/as y el propio entorno. Admitimos que existe un problema, incluso un problema difícil en la educación de los niños, pero debemos situarlo en el contexto del aprendizaje, de enseñar a los niños las circunstancias en las que quizá no han aprendido las conductas de autocontrol que se esperan de ellos. También es verdad que vivimos en una sociedad enferma que continuamente nos está distrayendo y estimulando con un montón de cosas.

Los padres a su vez están muy ocupados, muy presionados por todos los acontecimientos de la vida y a lo mejor no tienen tiempo o no saben como fomentar el autocontrol de sus hijos, que están continuamente distraídos con los móviles, los videojuegos y los anuncios.

Los padres están a veces interesados en que diagnostiquen a sus hijos esta dolencia, encontrando con el diagnóstico una explicación o una justificación a los problemas que tienen con sus hijos. Da la impresión de que los padres estuvieran interesados en encontrar algo anómalo que mereciera el calificativo de enfermedad, en vez de entender ese problema en un contexto más normal, más relacionado con su educación, que no es solo una tarea de los padres. Sin duda la educación de los niños es más difícil en una «sociedad espectáculo» como la actual sin principios ni valores constructivos.

Además, hay que advertir a los padres que las asociaciones de TDAH, están muy mimadas por la industria farmacéutica. De manera que los padres pueden estar ejerciendo como instrumentos de los laboratorios, que son los más interesados en crear potenciales clientes de sus productos. Creemos que estas asociaciones de padres deberían prohibir en sus estatutos recibir financiación de los laboratorios, pues los medicamentos del TDAH no son un tratamiento como tal y a largo plazo originan otras enfermedades. Los fármacos que se prescriben son estimulantes, anfetaminas, no son un tratamiento. Los padres pueden suponer que la medicación está tratando, en el sentido de corregir, las supuestas anomalías en el cerebro del niño, de las que derivan los síntomas de atención o hiperactividad. Pero eso no es así, no existe .Las anfetaminas son dopaje. Cuando a los niños les dan estos medicamentos están favoreciendo de manera puntual un rendimiento. Pero consumiendo esto de forma crónica, durante años, los muchachos están dopados, no tratados. La atención que se consigue es artificial, no es sana. De manera que supuestamente remediando un problema se están generando otros, que a su vez van a requerir otros medicamentos para su solución.

Decir que el TDAH es una enfermedad estigmatiza a los niños y crea más inconvenientes que soluciones. Por ejemplo, los propios niños pueden adoptar a veces el papel de enfermos para justificar sus conductas. Y otro gran perjuicio es que la medicación que se suele dar, aunque pueda ser útil de entrada, a largo plazo es muy perjudicial, como hemos dicho.

Entendemos que la ayuda para tratar los problemas tiene que coincidir con su naturaleza. Si el TDAH es un problema de conducta y aprendizaje, los padres deberían recibir ayuda de psicólogos para explicarles las técnicas para fomentar el autocontrol y los educadores también podrían recibir ayuda para ver cómo mejorar la atención de los alumnos. Pero no a costa de convertir el TDAH en una enfermedad y que la ayuda sea la medicación.

Los estudios y publicaciones que asocian los problemas de los niños, como el TDAH, con una patología biológica están marcados por la influencia de la industria farmacéutica. Cuando uno revisa dichos estudios desde un punto vista biomédico, la evidencia desaparece
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