Diario de León

TRIBUNA

Enrique Ortega Herreros
Médico psiquiatra jubilado

Comparaciones, metáforas, mentiras y verdades

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Es sabido que el discurso admite, y utiliza con frecuencia, diferentes figuras del lenguaje que pretenden dar un sentido más amplio e impactante que el logrado con las palabras que se ajustan, únicamente, a la definición concreta de su significado. La comparación, la parábola, la metáfora, los dichos y refranes etc., pretenden ampliar la mirada, la visión del lector o del escuchante. No es lo mismo, por ejemplo, decir que hubo muchos heridos en el fragor de la batalla que decir que en ella «se produjo un río de sangre». La comparación, la metáfora y la exageración manifiesta sirven para provocar la imaginación del lector o del escuchante; por tanto, a una mejor comprensión del mensaje. La verdad necesita, a menudo, apoyarse o arroparse en otros recursos para ser más convincente o digestible. La mentira precisa, esencialmente, de la negación u ocultamiento de la verdad. Así como la verdad no precisa de la mentira para existir, ésta no tiene entidad alguna sin aquella. Es por eso que es importante estar atentos, el lector o el escuchante, en la detección de la mentira, pues de ella se desprende o se desvela la verdad. Al final uno puede concluir con aquello de «qué verdad escondida proclama cuando miente…».

Esto, que se parece al juego del escondite, se convierte en un ejercicio de exégesis de lo más interesante. Hay un personaje muy importante en nuestro Gobierno actual que se presta de maravilla a tal ejercicio de exégesis. Y ya no digamos de sus seguidores, el coro del corifeo. Si el «puto amo» (según la definición de uno de sus ministros) asevera, con mirada de cordero propiciatorio, con apariencia de no haber roto un plato en su vida y aplomo calculado en su discurso, etc., que «lo que siempre ha definido, define y seguirá definiendo a este gobierno es su vocación de entrega sin reservas al servicio de la ciudadanía dentro del progresismo, la libertad, la justicia, etc., etc.», estad atentos a la verdad de lo contrario. Cuando se queje entre lastimero y matón, a partes iguales, del fango hediondo de sus oponentes, recordad el dicho: «el primero que lo huele, debajo de sus faldas lo tiene». También, «se cree el ladrón que todos son de su condición», o «ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio», etc. Es un personaje tan experto en mentir que se miente a sí mismo cuando se equivoca y dice la verdad. Es más, se desmiente, si es preciso, para volver a mentir. Y cuando se le llena la boca de «democracia», probad a sustituir «demo» por «auto» y acertaréis. Podríamos decir que es un adicto a la mentira o, en todo caso, que ha encontrado en ella un filón, dado el buen resultado que le proporciona su empleo en una sociedad que lo celebra o al menos se lo consiente, no sea que se enfade y sea peor…Es cierto que el corifeo se ha rodeado de unos palmeros que aplauden y bailan al son que él toca. Vamos que «Dios los crea y ellos se juntan». Pero eso, por sí solo, no es suficiente para tener tanto éxito.

Yo creo que hay más, que la sociedad se lo permite porque ella se nutre, en gran parte, de mentiras. No es nada nuevo, por otra parte, pero lo que ocurre es que actualmente estamos atravesando un periodo de incertidumbre, de inseguridad en lo que antes se denominaban los valores tradicionales, los de toda la vida. Puede, incluso, que nos de miedo la verdad; al menos, ciertas verdades. Las «medias verdades», las verdades «acomodaticias», las «mentirijillas» etc. se usan para camuflar o desviar la atención de las verdades «incómodas». El hombre actual se ha vuelto muy comprensivo y tolerante con la mentira, o con los sucedáneos de la verdad. A este respecto voy a contarles una anécdota ilustrativa en torno a los conceptos de lo natural y verdadero versus lo artificial y falso. Estando en un vivero escuché unos comentarios en torno a una planta extraordinariamente bella. Alguien preguntó a la dependiente si la planta era natural o artificial, tal era su perfección. La dependiente respondió que estaba muy bien lograda, pero que era artificial. La persona comentó: será falsa, pero me gusta más que la verdadera, y, además, no hay que regarla. Fin del comentario, ustedes ya me entienden.

La sociedad, por otra parte, va prefiriendo paulatinamente lo virtual a lo real. Es un hecho. Y de lo que se avecina ni les cuento. Es posible que la línea que separa lo real de lo virtual sea tan delgada que, no tardando, no seamos capaces de distinguir la diferencia. Es más, lo probable es que, seguramente, prefiramos lo virtual porque «no hay que regarlo». Entiéndase la metáfora. En la creencia de que el hombre siempre dominará a la «máquina» se esconde el miedo a lo contrario. Cuidado no sea cierto lo de «dime de lo que presumes y te diré de lo que careces». Es posible, incluso, que acabemos convenciéndonos de que no somos más que unos seres virtuales que hemos confundido desde siempre la realidad con la ficción de ser. La fantasía habría servido, desde el principio de los tiempos, para compensar la verdad escondida en el absurdo. Si bien congeniamos con el aserto, «La verdad os hará libres», nos planteamos la duda, «¿Libertad para qué?» De la respuesta a esta pregunta depende la posición de la sociedad ante el tándem verdad-mentira.

No es, pues, nada extraño que la tolerancia al «señor de las mentiras» sea una forma de conectar con un deseo (perverso o muy humano, según se mire) de aliviar la dureza de la verdad. A ver si lo de «nada es verdad, ni es mentira» del poeta cobra total vigencia en la actualidad. Uno se pregunta si las «fake news» (noticias falsas en nuestro idioma), tan de moda, aunque siempre hayan existido, responden a un deseo oculto, más o menos perverso, de la sociedad actual. Me dirán que de todo hay en la viña del Señor, pero empieza a abundar el «homo mendacem» que prolifera mucho, sobre todo, en la política. Y si es cierto aquello de que la sociedad merece los políticos que la gobiernan, saquen ustedes mismos las conclusiones al respecto.

Para terminar y fiel a derramar algunas gotas de humor en mi discurso, me permito comentarles un «chiste de gallegos», que viene a cuento de la dinámica existente entre la llamada verdad y la llamada mentira. Vaya por delante que considero a los gallegos personas muy inteligentes, certeros y con un gran sentido, fino, del humor. Yo, en todo caso, los admiro y los aprecio sinceramente. El chascarrillo es el siguiente: Le dice un paisano a otro, «ayer me engañaste, me dijiste que ibas a Lugo y fuiste a Lugo…» También, lo de «al revés te lo digo para que me entiendas…»

Venga, el coro repetid conmigo: la derecha es mala, mala, mala. La izquierda es buena, buena, buena. Hala, marchando, ya podéis ir al pesebre.

Es un personaje tan experto en mentir que se miente a sí mismo cuando se equivoca y dice la verdad. Es más, se desmiente, si es preciso, para volver a mentir. Y cuando se le llena la boca de «democracia», probad a sustituir «demo» por «auto» y acertaréis
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