TRIBUNA
¡Ave, proditor caesar, morituri te salutant!
A media voz, muy bajito, debo decir que, sin pretender ser un anacoreta, intento reducir mis necesidades y despreciar el consumismo, actitud que no merece aplauso alguno pues todo el mérito es del gobierno, de su generosa magnanimidad con los ancianos que no sabemos votar bien y protestamos demasiado. Yo soy un punto y aparte, un elemento atípico, y si alguna vez me quejo no es por mí, es por ustedes.
Me parece inapropiado y excesivo llamar «sinsabores» a los malos tragos, tan amargos, que tienen que soportar algunos viejecillos indómitos por culpa de su cabezonería, de querer seguir viviendo a toda costa (a cualquier precio), a lo «matusalén». Así no hay país que aguante, somos un coste excesivo, improductivos elementos que amargamos la vida a los demás y entorpecemos el buen hacer de nuestros queridos y admirados gobernantes que tanto se preocupan por nosotros.
Todos los viejos deberíamos ser como Luis Mateo Díez, que sin quejarse de nada recibe el Cervantes, y no como esos ilustres escritores que ahora se han hecho «leonesistas» y no paran de meterse con la Junta.
Yo, repito, no me quejo por mí, es por ustedes; y si digo todas estas intelectuales genialidades es por mor de la verdad, pues me cultivo mucho y no soy como esos que no han leído a Mariano Rajoy, al samaritano doctor Pedro Sánchez, y ni siquiera conocen las memorias Belén Esteban.
También soy deportista, señor Alcalde, hago gimnasia sueca, diez minutos de pesas, y todos los días salgo a la calle para esquivar, con arte y riesgo toreros, los patinetes, las bicicletas, las meadas y cagadas de los perros que ponen a prueba mi vista y equilibrio.
Además, a través de la calle 8 de Marzu (cuyas aceras han tratado con herbicidas), salgo a la tranquilidad del campo para caminar dos horas siguiendo el devenir del tiempo, de las estaciones, de los árboles y las plantas.
Alguna vez me caga encima un palomo, y los negros grajos me acosan tanto por tierra y aire que tengo que salir corriendo sin darme cuenta que soy de la tercera edad y debo procurar no llamar la atención demasiado.
Los que me conocen de verdad saben que no soy un tipo duro, que la gente buena y honesta me conquista pronto, que no me gusta hablar del pasado y cuando lo hago es para intentar recuperar mi memoria, memoria tan deficiente que ni siquiera recuerda lo mucho que la gente me debe. Rompo con mi pasado cada vez que tiro a la basura los calcetines viejos, y algunas veces hasta me atormenta pensar la cantidad de citas de amor que me habré perdido por culpa de mi mala memoria.
Hay gente tan desprendida que se arrastra. La vida nos da muchas lecciones y ahora algunos viejos cascarrabias ya sabemos que los que se autodenominan «rojos», por mucho que hagan el ridículo, nunca se pondrán «coloraos». Lo digo por esa exigencia que se llama Cociente Intelectual (CI), que en mi caso es Producto.
No soy como esos otros intelectuales que creen aportar cosas sin desperdicio y en realidad sólo son basuras.
Me da pena estas pobres gentes que no me hace caso cuando les digo: «Si la cabra tira al monte id tras ella, pues quizá descubráis un mundo nuevo».
Me encanta ver deporte, todo el deporte, en vivo y por televisión en especial el hermoso y emocionante mundo del baloncesto, del enceste, de la canasta, que unas veces es «canancha» y otras demasiado estrecha.
También me gustan muchas cosas de la radio, pero a veces salen desafinadas voces que me molestan.
El otro día, por ejemplo, por mal ejemplo, le hicieron una entrevista a un profesor de instituto, de francés, ya jubilado, que además tuvo el alto cargo de director de un conservatorio, y, a su edad, dijo tal cantidad de tonterías que me produjo penosa decepción.
Y como no me gusta decepcionarme con nadie quise conocerlo un poco más y ver si yo podía subirle la nota.
Entonces me puse a ver la hemeroteca y encontré una entrevista en la cual se mostraba peor que en la radio, tan exaltado y extremista que no tuve más remedio que calificarlo con un cero.
Decía él: «Hay dos tipos de música, una es la «armonizadora», que hace mucho bien al individuo y a la humanidad, es la música clásica; y la otra es la música «desarmonizadora» o de ruido, que hace mucho mal, e incluso vemos que lleva a las drogas».
Luego continuó dándoselas de solidario, de altruista, y se puso a hablar de economía, de obreros, y de fábricas, como si él hubiera trabajado en alguna empresa. Además, habiendo estudiado y vivido en un Seminario de la Iglesia católica, pedía una educación pública, laica, y despreciaba la enseñanza concertada y privada.
Después de decir estas cosas, va el muy «cenizo» y remata la «faenorra» diciendo: «Todavía me queda mucho que enseñar, hay que reeducar a la sociedad»
En fin, que este «elemento» se pasó la vida dando lecciones, pero no se enteró que la moderación es una virtud, que en la música, como en cualquier otro arte o disciplina, hay de todo, bueno y malo, y no hace falta ser muy ilustrado para saberlo.
Finalmente, como soy un pedazo de pan (a veces de centeno con hurmiento, algo negro y agrio, pero siempre bueno), les recompenso, queridos colegas viejos, con estas frases de mi cosecha:
«La verdad es sagrada diosa a la que siempre debemos amar rindiéndole tributo de admiración, y mucho más cuando los mentirosos paganos nos amenazan con quitarnos la libertad de contarla y defenderla».
«Los necios siempre se muestran como omniscientes».
«Hay demasiados fanáticos que odian e insultan a las personas que saben. Son tarados de «muchas luces» que defienden a los arrogantes ignorantes en los que se ven reflejados».
«Con esta pluscuamperfecta chorrada del lenguaje inclusivo, que los dictadores nos quieren imponer, yo ya no sé si decirle a la ministra María Jesús Montero que es un «As», o una «As», o una «Asa» de la oratoria».
«La ciencia ha inventado productos muy eficientes contra los mosquitos, pero lo que yo necesito es un repelente contra los idiotas ignorantes mal educados que alguna vez me asaltan».
«Hay gente que no entiende nada y lo explica todo».
«Poco tienes que contar, Dulcinea, si todo lo dices con un solo beso».
¡Ave, proditor Caesar, morituri te salutant!
Con toda Burbialidad.