TRIBUNA
¿Qué Sabero ya sin ‘Villa’?...
Decididamente, el cartero siempre llama dos veces, casi siempre con noticias poco gratas en medio de estos pueblos nuestros que parecen un tapiz desflecado a causa de las pérdidas humanas y materiales. Un panorama que recuerda aquel relato melancólico que nos brinda el poeta y fotógrafo leonés Jesús Diez Fernández (a) el Niño del Tren Hullero: Las últimas cantinas .
Vaya por Dios. Ahora quien echa el cierre definitivo a su pequeño quiosco/librería y se retira en Sabero —por jubilación, por edad o por cansancio— es José Luis Villacorta Espinosa, el hombre al que José Manuel Castro calificaba,con qué razón —aquí en Diario de León, hace unos años— como un «Maestro de la Vida». Que es lo que es hoy ejecutor de la sentencia «el último, que apague la luz» . En el triste ceremonial de la agonía del pequeño comercio local (o de proximidad, como se dice ahora), cuando la pregunta que todos nos hacemos: ¿quién será el último?
Es el colofón de medio siglo de actividad, mantenida digamos que por amor al arte. Donde el exiguo espacio que Villa ha venido regentando al servicio de la cultura de todo un vecindario se había convertido en ágora de la intelectualidad saberense. Solucionar en equipo el crucigrama de cada día con Luis Álvarez Tascón (el Boti ), Roberto Escanciano, Amable R. Losada, Roberto Escanciano y, por supuesto, su primo carnal Jesús Pablo Espinosa Montero... Identificar a todos los figurantes en fotos de tiempos de Maricastaña, tal que aquélla en la que su madre, Guadalupe Espinosa, posa al lado de Josefina Rodríguez (la que de mayor sería esposa de Ignacio Aldecoa, y autora de Memorias de un maestra ) y un grupo de niñas alumnas de doña Benita, madre de Josefina, maestra coetánea del preceptor de chicos don Andrés Trapiello, abuelo de los escritores García Trapiello de toda la vida...
Pero antes que el tiempo muera en nuestros brazos, como presentía el autor de la Epístola Moral a Fabio , recapitulemos la historia de la distribución —mejor dicho, del reparto puerta a puerta— de la prensa en poblaciones como la nuestra. A los encargados de tal menester se les llamaba entonces «corresponsales», agentes distintos de los informadores relevantes de la actualidad local, allí donde los hubiere. En mi infancia y adolescencia oficiaba de ‘corresponsal’ doña Pilar Raposo, madre del coronel de Infantería Tomás Hurtado, que tuvo destinos en las colonias de África, y abuela, entre otros del futbolista Tomás Arias, capitán del Rayo Vallecanos durante varias temporadas, y de Francisco Álvarez Hurtado, que ocupó cargos relevantes en Telefónica, donde coincidió con el economista Ramiro López Valladares, natural de Boñar, que en tiempos ostentó la presidencia de la Casa de León en la capital de España.
Item más. J. L. Villacorta tiene antecedentes familiares relacionados con la prensa. Su madre, Guadalupe, y su tío Antonio Espinosa —a quien sucedió en el negocio, por así decir— eran primos carnales del reconocido periodista y escritor, de convicciones anarquistas, Eduardo de Guzmán, represaliado por motivos políticos por el franquismo que no pudo ejercer su profesión hasta que sobrevino la democracia, y que pudo vivir de la pluma publicando novelas del Oeste bajo el seudónimo Edward Goodman y haciendo traducciones.
Rebasada una juventud en la que practicó no poco el futbito en la que también fuera cancha deportiva dentro de lo que es hoy la nave monumental del Museo de la Minería y la Siderurgia de Castilla y León, la figura de José Luis Villacorta, tan servicial y solidario, se reconoce en todo momento con su sempiterno purito en los labios, envuelto en la música —de ópera sobre todo— sonando a todo meter. Puede que el transeúnte pase frente al modestísimo local del quiosco-librería pueda oír, en estos últimos días de despedida, el Adiós a la Vida que canta, desesperado, el justiciable Mario Cavaradosi en la ópera Tosca , de Puccini. Qué triste, romántico colofón, a una presencia de más de medio siglo en la existencia y en el corazón de los saberenses. Pero a pesar de todo y con nuestro corazón partido, ¡Viva siempre Casa Villa!