Diario de León

TRIBUNA

Casimiro Bodelón Sánchez
Psicólogo clínico

Habitación 342, U.C.P.

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He dejado pasar tres meses y medio largos, larguísimos (la vivencia del tiempo, según de lo que se trate, puede hacérsenos muy lenta o muy rápida), para recuperar el aliento, la calma y volver a mis rutinas. El 11 de febrero pasado, tras varios años de lucha a brazo partido contra el cáncer, primero mi cuñado y ahora mi hermana, se me fueron y su ausencia presencial me resulta muy dura, porque nadie podrá suplir su bondad, su cercanía, su saber hacer y estar. Pero hoy no voy a hablar de ellos, sino de algo relacionado con ellos.

Hoy quiero levantar mi voz en pro de médicos, enfermeras, auxiliares, psicólogos, farmacéuticos, trabajadoras sociales, técnicos de uno y mil aparatos sanitarios, personal del servicio y atención religiosa, personal de laboratorios, de limpieza, voluntarios de la asociación contra el cáncer, etc, etc.; seguro que me olvido de alguno. Sí, de las cocineras y cocineros del hospital, perdonadme, merecéis matrícula de honor. Me estoy refiriendo al Hospital del Bierzo, un hospital sencillo, mal situado, (por intereses políticos, no salubres), sobre un humedal de juncos, agua y ranas, del río Naraya. Un hospital, a veces, injustamente denostado.

Y ¿por qué quiero dedicarles hoy mi especial atención? Porque es de justicia y de bien nacidos. Al igual que se depositan a diario quejas y a veces se levantan voces contra vosotros, alguna con razón y la mayoría solo por ira descontrolada o por impotencia ante problemas que no os conciernen ni podéis arreglar, hoy quiero poneros en valor, felicitaros y daros las gracias más sinceras por vuestro trabajo paciente, callado, sufrido, estresante. Un trabajo de éxitos clamorosos con cada paciente que sacáis adelante a diario, pero que, tras salir con el alta en la mano y la vida recuperada, nos olvidamos de vosotros, aunque día tras día seguís luchando con el esmero y el cuidado propio de jardineros o floristas, ofreciendo la mejor cara y el mejor perfume, cuidando de la salud y la vida de neonatos, adolescentes, jóvenes, adultos, ancianos…, sin hacer ascos a nada ni a nadie. Y mira que veis lo que veis, y calláis lo que, a veces, sentiréis la tentación de vocear a los cuatro vientos.

Las atenciones que he recibido en primera persona, durante más de treinta días a pie de cama con mi hermana y otros pacientes terminales a los que tuve la suerte de apoyar y atender, en mis posibilidades, me autorizan para afirmar y poner en valor la generosidad y la calidad humana de todo el personal de la unidad de Cuidados Paliativos (en la planta 3ª). Teorizar sobre los cuidados paliativos de cualquier hospital lo dejo para los especialistas y teóricos. Prefiero expresar mi vivencia in situ: en esa planta comparten el espacio de enfermería Ginecología y la UCP, la vida que se inicia y la vida que se está apagando. El personal de ambos servicios, los he visto, se apoyan anímica y psicológicamente, lo que es un verdadero acierto. Constatar que cada día se te mueren tus pacientes, pesa mucho y ver cómo se cuida a las jóvenes madres, portadoras de nueva vida, es una sabia inyección de ánimo para aceptar la realidad circular de la vida, sin dejarte llevar por la depresión. Vivir es des-vivirse, es entregarte y ayudar al débil. He visto lo bien que se hace eso en el Hospital El Bierzo y por ello felicito efusivamente a todo el personal que allí trabaja. Convencido de que también se trabaja así en otros hospitales, en otros servicios vitales de nuestra provincia, de nuestro país, (servicios sociales, servicios educativos, servicios de protección…), invito no solo a exigir siempre su mejora, sino también a manifestar mucho respeto y mucha gratitud hacia cuantos dedican sus vidas por entero a cuidar de los demás. Con lenguaje de persona creyente, afirmaría que todos vosotros sois las manos visibles del buen Dios, en la acogida al venir al mundo, durante la estancia y luego nos acompañáis con primor, a la hora de volver al descanso definitivo. ¿Hay algo más noble y digno?

El común de los mortales, poco avezados al estudio de la medicina psicosomática, suele emitir juicios poco justos, hasta irrespetuosos, sobre el trabajo sanitario y sobre sus múltiples/variados profesionales. Solemos ser muy exigentes a la hora de pedir una buena sanidad, una buena educación, una buena protección, porque en ello nos va la vida, pero nos paramos poco a pensar en el estrés al que todos ellos se ven sometidos en el día a día de su quehacer profesional para cuidarnos. Por todo ello y mucho más, aprovechando la ocasión, voy a decirles algo, alto y claro, a los voceros que desde algún sindicato se creen con derecho, (sin razones justas), a criticar todo servicio privado. Los servicios públicos sumados a los servicios privados y autónomos tienen cabida en cualquier sociedad civilizada y el trabajo de ambos es utilísimo para crear salud y calidad de vida, dejando opciones para acudir donde cada uno mejor se sienta. Y resulta llamativo, (casi escandaloso), observar cómo muchos de esos voceros críticos, a la hora de la verdad, acuden en múltiples ocasiones al servicio privado para sí y para sus hijos. Vamos a ser más coherentes y respetuosos con lo público y con lo privado. Nos iría mejor a todos. Tenemos excelentes profesionales y calidad de servicio en ambos lados y, sin duda, como excepción que confirma la regla, también hay algunos zánganos que sestean y no merecen el sueldo que perciben (en la empresa pública y en alguna privada); lo digo porque los he sufrido en ambos fueros.

La exclusión o la crítica por el simple hecho de ser pública o privada la función, es sencillamente sectaria e injusta. La pluralidad de profesionales y la pluralidad de servicios bien prestados mejoran la calidad de vida de los ciudadanos. La competencia estimula, mientras que vivir en rebaño, en manada y bajo un único y despótico pastor, ya no resulta útil ni para la vida de las ovejas ni para la de los lobos. Las personas inteligentes queremos no sólo sobrevivir, sino tener calidad de vida.

En la habitación 342 pude cerrar los ojos a mi padre y ahora a mi hermana, recibiendo ellos y yo un primoroso trato y cuidado; pero ellos y yo también hemos recibido un excelente trato y cuidado en centros privados. A cada uno lo suyo; eso es justicia.

Vivir es des-vivirse, es entregarte y ayudar al débil. He visto lo bien que se hace eso en el Hospital El Bierzo y por ello felicito efusivamente a todo el personal que allí trabaja. Convencido de que también se trabaja así en otros hospitales
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