TRIBUNA
Parasitariado: la nueva clase social
En la antigua sociedad hindú había brahmanes, sudras y vaisyas; en la romana, patricios, plebeyos y esclavos; en la sociedad medieval, guerreros, oratores y laboratores; en la sociedad capitalista (señor Marx dixit) proletarios y burgueses. En la moderna sociedad socialdemócrata, posindustrial, digital, posmoderna, morbo capitalista, llámenla como quieran, hay productores y parásitos. Sorpresas de la historia: en la edad de los microchips de nanomilímetros los humanos se estamentan lo mismito que las abejas, las hormigas y las chinches.
El parásito se alimenta del productor, sobrevive a sus expensas, como la garrapata del gato, la pulga o el piojo. Los ingresos que le permiten su vida de ocio los obtiene de los impuestos que paga el productor al estado. A cambio de lo cual éste le devuelve el crédito como cliente a través del voto.
No hay más que salir a la calle para distinguirlos: son los residentes estables de las terrazas de los bares. No confundirlos con los eventuales ocupantes de bancos públicos con la botella medio vacía y el sayo andrajoso. El parásito se expresa en dos subclases muy definidas: el exquisito que viste a la moda, lleva un iphone y un coche alemán, hace sus paseítos con garbo para mantenerse en forma, toma su pinchito a mediodía y pasea su perro, exhibe su móvil y pregona su buena andanza por todas partes. Una etnia bien conocida y que excuso nombrar ha monopolizado tradicionalmente este segmento, Y está el degenerado que sobrevive prisionero de algún hábito propio de ociosos: droga alcohol, videojuegos, apuestas o cualquier otrora ludopatía (el mundo del hampa no es propiamente del parasitariado ya que son productores de servicios... bien que delictivos).
Ambos comparten una genética común y ciertas prácticas; la visita al cajero cada semana, el cumplimento de papeleo para justificar su ocio, que suelen delegar en algún funcionario de empleo temporal porque ellos no saben hacer eso —dicen— y el rechazo a formar una familia. Solo hace falta un repaso a las estadísticas para calibrar su número: en torno al millón de individuos, (dos tercios de los que llama el Inem, parados de larga duración) Ahí se nutren las calamidades que sobrevienen a los escrutinios en las urnas.
«En el pecado llevan la penitencia» dice el sabio refrán, «A la puta y al soltero en la vejez os espero» decía la abuela Paca de Villamor a mi amigo Óscar Benavides. Porque esos ociosos de oficio, que se limitan a encadenar los periodos de desempleo, renunciando a todas las propuestas de trabajo o saboteando a sus empleadores y a encadenar las paguitas del Gobierno (o a apropiarse de las pensiones de sus progenitores) al llegar a la tercera edad, estas garrapatas humanas se verán abocadas a un desastroso final. Sin hijos que les amparen en la enfermedad ni nietos que les surtan de cariño, viviendo en moradas heredadas o en residencias marginales, los felices parásitos de antaño encaran el triste epílogo de su vida inútil, baldía, desperdiciada.
La sociedad digital, el capitalismo mórbido en su fase terminal, sigue el modelo de la colmena: cría un zángano, que vive del cuento por cada obrera que se afana en mantener el tinglao. ¿Defendería la colmena esa nube de zánganos en caso de que ataque la berroa?