Diario de León

TRIBUNA

Óscar Castaño Gutiérrez ASOCIACIóN DE VECINOS LEóN TíPICO

A la peña de las peñas de León y su concejala

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No sabemos si se sabe o si los que en esos grupos profesan se han parado a pensar de dónde viene la palabra peña, su historia y significado. El uso popular ha hecho que, además de su referencia primera a la orografía (Peña Ubiña, Peña Corada…), la Real Academia la haya admitido en su 5ª acepción como: «Grupo de personas que participan conjuntamente en fiestas populares o en actividades diversas, como apostar, jugar a la lotería, cultivar una afición, fomentar la admiración a un personaje o equipo deportivo, etc.». En el origen están la «Peñas Literarias», llamadas también tertulias, del Madrid bullicioso de mediados del Siglo XIX en adelante.

No tardará en incluir la RAE una 6ª acepción, ‘gente en general’; así se expresa en la dedicatoria de esta misiva (¿cómo va la peña?). La etimología discute su origen y la opinión más común la hace derivar de la contaminación con la palabra ‘piña’ por eso de estar agrupados como una piña.

Nada habría que objetar al respecto a las Peñas en general si se atuvieran a ese significado, a su historia y a sus fines. Pero comportamientos extraños a su definición, como por ejemplo el que bajo el nombre de peñas de León en las Fiestas de San Juan se dio el año pasado, con tanto ruido, desmadre, borracheras, molestia para los vecinos y perjuicios para hosteleros tradicionales hasta altas horas de la madrugada, etc., se diría que han obligado a la RAE a introducir un nuevo vocablo derivado de aquel, el de ‘peñazo’: «persona o cosa que aburre o molesta mucho». De modo que las peñas, más que de grupo de personas copartícipes de actividades lúdicas o culturales, hoy habría que decir ‘grupo de personas que dan el peñazo’.

En eso se han convertido las peñas, en dar el peñazo. En estos tiempos de anomia moral en los que triunfa la ‘real gana’ de cada uno, es muy fácil dar rienda suelta como sea a los propios impulsos para supuestamente liberar frustraciones. Hoy asociarte a una peña te lo permite. Al amparo de la grey que te procura el anonimato de la masa, puedes aporrear sin duelo un tambor destemplado, hacer sonar desaforadamente una trompeta, tocar estridentemente el pito, activar una sirena o simplemente dar voces a gorja pelada… y con el aliciente, inconfesadamente gratificante, de fastidiar al vecindario, que eso entra también en la liberación.

La deriva espuria de sus principios y nobles objetivos culturales, deportivos, taurinos, etc., ha originado, tal vez por contaminación de los ultras futboleros, una desorbitada proliferación tal de peñas que no importa ni fin ni interés alguno sino el de salir el día de la fiesta a hacer bulla charanguera, a practicar a porfía la estridencia en el vestido y en los gestos y elegir nombre, a ser posible chabacano, con el que identificarse. Cada año supera al anterior en la cuantía de peñas. No es difícil; la falta de cultura lo pone muy a mano.

Pues bien, las autoridades locales han visto en esta profusión una vena para animar las fiestas de San Juan y San Pedro, de San Froilán, los Carnavales... con página destacada en el programa de festejos. Va en la línea de la promoción de alicientes para atraer turistas o foráneos a un León escaso de otros atractivos y que se suma a otros del mismo jaez como las despedidas de soltero o la denominación, ya oficial, de nuestro barrio como ‘Barrio Húmedo’ relacionado con las diversas humedades anejas a la ingestión y secreción.

Y aquí queríamos llegar, a nuestro barrio. No hacía falta mucha imaginación para elegirlo como escenario idóneo de las actividades de «las peñas» en su más espuria acepción. Aquí además de las excreciones aludidas también tiene fuero el ruido cada fin de semana, cada fiesta, cada vez que a la peña le peta. Será porque sus estrechas calles les hacen oírse y el propio aturdimiento les potencia el colocón.

Es una aberración programar en nuestro barrio no solo el desfile de las peñas, sino su concentración y, fuera ya de programa y de control, la consiguiente murga hasta altas horas de la noche. Las últimas veces, algún vecino llegó a registrar hasta 20 horas seguidas de estas «actividades culturales». Suponemos que la concejala de fiestas no tendrá la valentía de probar, no fuera más que como ensayo, unas sesiones de estas debajo de su casa.

La concejalía de Fiestas debería tomar nota y responsabilizar a sus responsables, si los tienen. Y le sugerimos que las fiestas son de todo León, que hay más barrios por donde hacer desfilar las peñas, que, si se trata de alegrar al personal en días feriados, encauce esas actividades hacia prácticas verdaderamente festivas, no gamberras, en las que las típicas «dianas y alboradas» inunden la ciudad con sones concertados, y no con lo que hasta ahora ha supuesto para este vecindario del León Típico, tener que soportar las fiestas como un peñazo.

En eso se han convertido las peñas, en dar el peñazo. En estos tiempos de anomia moral en los que triunfa la ‘real gana’ de cada uno, es muy fácil dar rienda suelta como sea a los propios impulsos para supuestamente liberar frustraciones
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