TRIBUNA
Dos arquitectos, dos poetas: Carnicero y Muñiz
Soy consciente de que existe una gran cantera de poetas leoneses que componen el universo poético de León. Es frecuente citar las escuelas poéticas de Astorga, La Bañeza, ciudad de León o Villafranca del Bierzo, entre otras. Si intentamos una teoría para sintetizar los distintos estilos y sus poetas significativos nos encontramos con alguna dificultad. Anticipo, como disculpa que no ignoro la realidad. Me refiero a la existencia de más de medio centenar de poetas de la esfera leonesa. En este contexto hoy deseo comentar los poemas de dos arquitectos y poetas leoneses, Luis carnicero y Alberto Muñiz, con quienes tuve un compromiso de comentar su creación poética tras haber recibido poemarios de ambos, que pertenecen a la misma generación y, con sus estilos propios. Son dos paisanos con los que me une una leal amistad, al fin y al cabo, poetas que trabajan para sublimar la moral de los pueblos, y con su disciplina poética ayudan a edificar y alentar los valores que, conectando con las exigencias de lo universal, hacen transcender la leonesidad. A mi juicio los poetas, los declamadores de uno y otro rincón leonés, a pesar de sus composiciones que beben de fuentes propias y personales, presentan una nota común de enraizamiento. Sin duda la actividad poética de los arquitectos es una obra construida piedra a piedra y nos lleva a entender lo culto como algo elevado que exige una igualdad de oportunidades y este sentimiento elaborado es lo que constituye la arquitectura intelectual y moral de un pueblo. Quizá en las nuevas generaciones de poetas, según el profesor leonés José Enrique Martínez, en su análisis de la poesía leonesa, nos dice que con «Tactos sonoro» de Cremer, se abre al cauce de una poesía comprometida con el hombre y sus circunstancias «El hombre en soledad y en sociedad».
Veamos ahora los estilos de uno y otro arquitecto. En mi opinión los poemas que conozco de Luis Carnicero, a través de Presencias en el origen de 1999 y Nieve en claro cristal de 2015. Aquí entra en juego la filosofía del lenguaje, «Un hombre contempla la nube,/ se incorpora al paisaje y es árbol/ y se abraza al cuadro que creará,/ al de la hoja que jamás caerá». El decir y el oír, sólo son justos cuando en sí mismos y de antemano circundan el ser, el ser que es sólo la realidad sin ambages, es el estado de la presencia. Pero es en realidad es el hombre ante «Un río que ríe y marcha/lenta horada, lenta cada palabra/ los signos y las cosas que nombra./ ¡Pasen, por favor, no toquen nada!/ En la memoria arde y espera construyendo con huellas lo escrito/ la arquitectura cruel del invierno:/ ojos transparentes, vasijas,/ torres suspendidas del frío/ labios disecados, risas, muros/levantados esperando el amor./ ¿No toquen nada, por favor, por favor!». El propio lenguaje con su simbolismo creativo nos arrastra a una actitud purificadora: «misterio oculto: el azul». Sentimos en sus poemas un transitar de lo psicofísico a una espiritualidad que nos arrastra al Centro del alma y a los místicos, siendo esta la idea de un renacimiento en Nieve en claro de cristal , dónde aparecen los Tabernáculos de la luz , en los que nos muestra su morada al modo de Santa Teresa de Jesús. En esos mismos papeles de Claro de cristal, aparece el laureado poeta Antonio Colinas que merece un comentario aparte.
En cuanto al pensamiento poético de Alberto Muñiz, si tomamos su poemario Lo nuestro y lo suyo (180 poemas), en el capítulo: Lo nuestro con mi pueblo , hace un canto A Emilia : «Desde aquí/ subido/ puedo verte/ azul ahora/ en Lancia/ azul/ como la nada/ en Lancia/ un pueblo que había/ lo supe entonces/ mirando lejanía/ contigo./ Tanto nada/ se veía azul». Otro poema transido de sentimientos delicado a Cada uno de mis paisanos : Vivo aún. Oprimido por la pena/ total inmensa/ prieto en el dolor/ neuro densa/que da ardor/ y de angustia llena./ Vivo aún/ vivo/ y sé el motivo./ Vivo porque mi pueblo es triste/y me ha enseñado/ más allá de la era/ del abrojal/ de aquellas lomas/ que hieren de sol/ que se derriten». En contraposición: «Hay otros pueblos fértiles/ que no se privan/ que saben sólo de alegrías/ y no saben de dolor».
Creo que desde los comienzos la vida en sociedad ha estado asociada a esta reflexión sobre la naturaleza del lenguaje, que, en el momento actual, este lenguaje poético se ha aproximado a la filosofía existencial, es decir, a «la razón vital» según Ortega Gasset. De ahí que ambos poetas, arquitectos, coincidan en describir al hombre trascendental. En este sentido, Muñiz nos aclara: «He aprendido de sus gentes/ mis gentes/ nacidas en la tristeza de su paisaje/ melancolía sublime leonesa/ mis gentes con los brazos enhebrados de trabajar./ Con los labios fatigados de implorar/ en la sombra humeral de la ermita sin luz». Y de Villa Sabariego Muñiz pasa al momento religioso en Segovia: «Mi mano/ rozará el papel/ pero hablará mi alma./ Será su palabra/ la que quede impresa./ La voz del cuerpo/ esa la que siempre habló/ está aún débil/ y siente dolor./ Cuando hable de nuevo/ hablaré como eco/ no como voz». en síntesis, Muñiz se ve así: «Soy hombre de cuerpo/ no solo/ casi toda alma».
Desde mi perspectiva, Luis Carnicero en su poema Morando el cristal retorna al simbolismo: «El Son sagrado de que oigo ahora/ solo existe en la soledad del aire/ con la que aprendí a repetir mi nombre…/ Fui barro y aire y soy ahora soplo/ esperanza de nombrar la rosa blanca/ que implora alumbrarse/ y ser Labrada». Y termina con su canto a Santa Teresa.
En concreto dos arquitectos de la generación de la Transición y dos poetas leoneses con mensajes nuevos, aunque se percibe la huella simbólica de la generación de Espadaña . Ahora cuando se cumplen los 80 años de la aparición de dicha revista, el poeta Isidoro Álvarez Sacristán señala la influencia en mayor o menor medida en las generaciones actuales de esta revista, que creó escuela poética, de forma que Espadaña siempre será una referencia inevitable en el movimiento poético aunque, en concreto, el poeta es obra y artífice de su tiempo.