Diario de León

TRIBUNA

Enrique Ortega Herreros MÉDICO PSIQUIATRA JUBILADO

Pedro Sánchez, nuevo presidente del PP

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Ha estallado la bomba. No se sabe cómo ha ocurrido, pero Pedro Sánchez, en uno de esos saltos acrobáticos a los que nos tiene acostumbrados, con cambio de opinión inesperado, se ha hecho con el Partido Popular. Agárrense, señores. Al parecer, logró infiltrase en Génova disfrazado de camarero. Nadie sospechó nada, pero logró hacerse con los secretos del partido. Bueno, y de datos especiales referentes a D. Alberto, a Doña Cuca y a otros prebostes del partido. Esos datos podrían dar mucho juego, si fuera preciso, en el campo de juego del fango. Pedro Sánchez logró, con su habitual forma de proceder, ascender, disfrazado unas veces de liberal, otras de acérrimo defensor franquista, martillo de herejes o luchador incansable del capital (tanto a favor como en contra, defendiendo a los pobres y a los ricos, según conviniese en cada momento); y, por supuesto, enemigo frontal de la izquierda sectaria, envidiosa y cainita. Supo enardecer y engañar (esto último lo tenía tan ensayado que fue como un juego de niños) a todo el mundo. Logró, agárrense de nuevo, ser proclamado por unanimidad el líder supremo, «el puto amo de todos los putos siervos». Eso sí, utilizó el término progresista en su discurso cincuenta y tres veces.

En un primer momento, el coro de la izquierda andaba atontolinado, la mirada estrábica, la boca entreabierta, la baba resbalando por las comisuras de la misma. Su amado líder todopoderoso les había traicionado. Algunos ya sospechaban que, en sus manos, eran carne de cañón, pañuelo de usar y tirar, pero no podían imaginar lo ocurrido. Ahora tendrían que afiliarse al Partido Popular, cambiar de chaqueta. Lo llamarían cambio de opinión, evolución de las ideas y creencias propias de la experiencia y madurez que da la edad y la vida. Harían lo que hiciese falta para seguir a su líder, sin el cual se sentían (¿eran?) una p. mierda.

El discurso de Pedro Sánchez, al ser nombrado presidente de Partido Popular, quedará para los anales de la Política y de la Historia. Seguro, pronunciando con delectación y entusiasmo cada frase, cada palabra, subyugando al respetable con la mirada y su pose preferida, hizo hincapié en sus valores de toda la vida, la creencia sin fisuras en la Justicia, en la separación de poderes, en la lucha por las libertades, en la humildad en el ejercicio del poder y, sobre todo, en un respeto reverencial a la Carta Magna, la Constitución de todos los españoles, seña de identidad, símbolo de la concordia y el respeto al hecho glorioso de ser y sentirse español. Los aplausos ensordecedores y constantes le impedían continuar su discurso, por eso rogó «humildemente» que amainaran, que no iban con él, que no se lo merecía pues su misión era la de entregarse al bien común y con eso se daba por satisfecho. Para terminar, hizo un cántico incondicional a la unidad de España, crisol de culturas por la riqueza de sus diferentes pueblos, hermanados desde siempre tanto por la sangre como por la hermosa lengua española. No olvidó, ni mucho menos, su inquebrantable adhesión y respeto a nuestra Monarquía Parlamentaria, cuyo Rey actual representaba el símbolo inequívoco de la gran familia española. «Moderador, embajador especial, prudente árbitro, equilibrista en las disensiones propias en la sociedad que nos toca vivir», dijo.

Ante este giro inesperado de Pedro Sánchez, los poderes periféricos y separatistas, privilegiados en el reparto de los dineros, no acababan de encajar la nueva situación. Pensaron en enfrentarse a él, pero le veían tan poderoso que le temían y agacharon las orejas cuando, refiriéndose a ellos, les advirtió que en modo alguno iba a permitir las tonterías de creerse diferentes y con privilegios, pues a estas alturas de la película no tenían cabida en España. Que se anduviesen con cuidado, porque la igualdad era un principio sacrosanto, y que ni se les ocurriese desobedecerlo. Que lo legal podría declararse ilegal y viceversa, que eso era pan comido para él.

Los partidos de la izquierda izquierdosa, que habían recibido el rapapolvo del nuevo presidente del partido de derechas y se habían quedado con el culo al aire tras la «traición», chapoteaban en su propia bilis, pero eran conscientes de que no tenían nada que hacer ante un líder tan carismático y poderoso. Le acabaron rindiendo pleitesía y voto de obediencia sin condiciones, como siempre habían hecho, por la cuenta que les traía. En cuanto a los partidos a la derecha de la derecha estaban confundidos y asustados. Lo digo porque Pedro Sánchez se dejó ver en un mitin levantando el brazo derecho y la palma de la mano abierta como saludando a no se sabe qué ni a quién. Es más, los más avispados creyeron que movía los labios entonando una canción que hacía alusión al sol.

Los periodistas y críticos de todos los colores y condición especulaban sin cesar sobre lo nunca visto. Algunos, por influencia de creencias religiosas o culturales, comparaban lo ocurrido a Pedro Sánchez con el mismísimo Pablo de Tarso, no solo por el giro espectacular de su trayectoria sino por el poder omnímodo que adquiría al hacerlo. Algunos, incluso, añadían que, como el apóstol, Pedro Sánchez le imitaba mandando epístolas a sus fieles. Esos periodistas eran un poco cachondos, pero tenían un punto de razón. Algunos analistas políticos se aventuraban a juzgar la jugada de Pedro Sánchez como una maniobra inédita en los anales de la historia de la política de todos los tiempos. Se había hecho, de una sola tacada, con el poder autocrático y democrático al mismo tiempo por arte y gracia de su capacidad de maniobra y donosura. Todos estaban contentos y dispuestos (y esto sí que era un milagro «paulino», más bien «petrino», pues habían desaparecido para siempre entre los españoles la envidia, el odio y la mala leche), a seguir fielmente a un hombre dispuesto a todo con tal de servir a España hasta la muerte. Algunos (siempre quedan garbanzos negros en la viña del Señor) no se fiaban un pelo del Pedro Sánchez de toda la vida, fulero hasta la médula. Advertían de maniobras ocultas con a saber qué intenciones, aunque no era difícil imaginarlas. Les tacharon de insidiosos y fangosos por verter sospechas infundadas y gratuitas sobre un personaje tan excepcional, que había logrado, al fin, crear un partido sin igual. Primeramente, pensó, con la humildad que le caracteriza, denominarlo con las letras de su nombre y apellidos PSPC: Partido Socialista Popular Comunista, pero no acababa de englobar a todos, así que se decidió por: PARTIDO ESPAÑOL SCIALISTA POPULAR IZQUIERDISTA DERECHISTA INDEPENDENTISTAS NOSTÁLGICOS, el PESPIDIN. Y que no tardando dejaría de ser partido para ser entero…

Por otra parte, el expresidente Rodríguez Zapatero, fiel a su reconocida y finísima (del grosor de la misma) inteligencia política, ha manifestado que no le ha extrañado nada el cambio de opinión del presidente porque, en realidad, no es un cambio sino un más de lo mismo pero diferente… Algunos malvados periodistas, ante tal declaración, le han sugerido que no vuelva por donde ha venido no sea que se pierda y después vaya sin saber adónde ir.

Todo iba bien, pero no sé qué coños pasó que me despertó…

Pedro Sánchez logró, con su habitual forma de proceder, ascender, disfrazado unas veces de liberal, otras de acérrimo defensor franquista...
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