TRIBUNA
Romasanta, asesino en serie visionario y hermafrodita
Hace poco me pidieron que hablara de un asesino en serie que fuera diferente, infrecuente a todos los demás en la historia criminal española, que tuviera algún tipo de relación con León. Elegí a Manuel Blanco Romasanta (Regueiro, Orense, 1809 – Ceuta, 1863). Romasanta, más conocido por los alias de «El hombre lobo de Allariz» y el «Sacamantecas», fue autor, según las autoridades, de al menos 17 asesinatos de los cuales solo reconoció nueve. El resto se los guardó para sí y se los llevó a la tumba en el presidio de Ceuta donde acabó sus días esquivando el garrote vil por un indulto de la reina Isabel II.
Romasanta está considerado el primer serial killer español. Nacido a principios del siglo XIX en la pequeña aldea gallega de O Regueiro, ya tuvo problemas con las aguas bautismales. No sabían si inscribirle como niño o niña porque, en efecto, la criatura había nacido hermafrodita. Finalmente se decantaron por adjudicarle el nombre de Manuela y así consta en los libros parroquiales. No obstante, en la primera juventud, y dada su androginia, esto es, las características tanto femeninas como masculinas, decidió adoptar definitivamente la equivalencia masculina, se dejó barba, comenzó a vivir como hombre y al cabo de unos años se casó con una moza del concejo.
Todos los estudios realizados hasta ahora sobre este protoasesino en serie español indican que esa dualidad en su identidad mal resuelta, unido al perfil psicopático que desarrolló y a la licantropía (creía transformarse en hombre lobo durante algunas noches), pudo contribuir a la complejidad de su personalidad y a la percepción recelosa que la sociedad campesina de la época tenía de él.
Su carrera criminal, que se conozca documentalmente, comenzó cerca de Ponferrada en 1844, con el asesinato de un alguacil de León que pretendía cobrarle una deuda cuando el pequeño gallego, pequeño porque apenas media 1,37 metros de estatura, se dedicaba a la venta ambulante como buhonero, lo que le permitió recorrer el noroeste peninsular. A partir de ahí, en Romasanta se despertó la bestia que llevaba dentro.
El modus operandi criminal de Manuel Blanco Romasanta consistía básicamente en llevarse mediante mentiras, engaños y falsas promesas a mujeres y niños para matarlos sin piedad en los bosques gallegos que, como quincallero nómada, conocía bien. Pese al acentuado analfabetismo en el contexto rural del siglo XIX, sabía leer y escribir. Así de escueto y terrible. En el largometraje «Romasanta, la caza de la bestia», dirigido en 2004 por Paco Plaza, queda muy bien retratada la naturaleza depredadora del buhonero lobishome.
Las zonas de Allariz y Redondela, sus principales cotos de caza, fueron las jurisdicciones más castigadas por el «Sacamantecas». Este apodo se lo adjudicaron seguidamente del juicio en el que le condenaron a la pena capital porque se cree, con bastantes probabilidades de verosimilitud, que a las víctimas les extraía el sebo o unto para hacer un ungüento de grasa humana que vendía como remedio para las erupciones cutáneas.
En la Sociedad Científica Española de Criminología tenemos conceptuado a Romasanta, de acuerdo a los patrones conductuales de perfilación criminal de Ronald Holmes y James De Burger, como muy próximo a la categoría de asesino visionario; es decir, un psicótico que mata movido por una llamada y que, además, se involucra con los cuerpos de las víctimas, como queda expuesto.
Detenido a la postre en Nombela, un pueblo de Toledo a donde había huido clandestinamente por una orden de búsqueda y captura, fue trasladado a Allariz y juzgado en 1852. Las sesiones duraron meses, dado el número de víctimas que se le atribuían. En las jornadas del juicio, Romasanta confesó que sufría de licantropía y que en su caso se transformaba en lobo cada vez que cometía un asesinato en los bosques gallegos; alegó asimismo que estaba atrapado en ese ciclo de violencia y muerte debido a una maldición.
El proceso judicial tuvo un impacto brutal en todo el país; venía a ser el equivalente español de «Jack el Destripador». Finalmente, el tribunal le sentenció a morir en el garrote vil. Sin embargo, Isabel II le conmutó la pena capital por la de cadena perpetua gracias a la intervención del doctor Phillips (posiblemente, el nombre real del médico fuera Joseph Pierre Durand de Gros), quien argumentó después de examinarle que, en efecto, Romasanta padecía una enfermedad mental que explicaba su comportamiento criminal y su creencia en la licantropía.
Manuel Blanco Romasanta, el primer asesino en serie español del que se tiene constancia, símbolo del mal y la locura, murió once años después, el 14 de diciembre de 1863, de cáncer de estómago en una celda aislada del presidio de Ceuta. Los encargados de darle sepultura, puestos de acuerdo, nunca desvelaron el lugar donde fueron a parar sus restos.