TRIBUNA
¿Debe intervenir el Ejército en apoyo de la policía en las crisis migratorias?
Aunque no procedo de las Fuerzas Armadas, vengo de Interior, creo que conozco aceptablemente el mundo castrense; desde hace 15 años doy clase en el Instituto Universitario General Gutiérrez Mellado, dependiente del Ministerio de Defensa.
El orbe militar posee su propia idiosincrasia cimentada en una serie de factores históricos: tradición, estructura, formación específica, relación con la sociedad civil… Para empezar a analizar si las FF.AA. deben o no intervenir en materias que inicialmente están atribuidas a los cuerpos policiales hay que tener estos contextos muy presentes a fin de no desenfocar el tema.
A estas alturas nadie discute que la creación en 2005 de la Unidad Militar de Emergencias (UME) fue un acierto… y una necesidad ineludible. La milicia salía de sus cuarteles y ponía a disposición de la sociedad civil sus capacidades interviniendo de forma rápida en cualquier lugar del territorio nacional ante catástrofes, riesgos extremos u otras fatalidades, colaborando in situ con los organismos ordinarios de la Administración. Hoy, la institución castrense presume legítimamente de la estima que los ciudadanos les profesan a estos batallones, a los que mandatarios locales recurren cuando las cosas se ponen feas.
¿Se puede extrapolar la intervención de la UME en las catástrofes con otras situaciones, casos y unidades como, verbi gratia, la crisis migratoria en la que España está inmersa?
Bajo mi punto de vista, sí. Sólo hay que implementarla adecuadamente. Sin problema. Ya lo vimos cuando el Ministerio de Defensa, a requerimiento de Interior, y colaborando con la Policía Nacional y la Guardia Civil, desplegó en 2021 sus tropas y material terrestre para controlar in extremis las oleadas de migrantes que, ante la pasividad marroquí, tomaban por miles y miles la frontera de la playa del Tarajal, en Ceuta.
Porque, he aquí la cuestión, hay que partir de un hecho inicial para no dar palos de ciego en el análisis de fondo; ningún Estado soberano en su sano juicio (excepto si se quiere suicidar) puede permitir que tomen al asalto sus fronteras, ya sea arremetiendo contra las vallas o penetrando clandestinamente por el litoral o el espacio aéreo.
Conviene, no obstante, diferenciar el plano humano del criminal. Salvar la vida en alta mar a personas que están en una patera a la deriva y en riesgo de ahogarse o fallecer por otro motivo es obligación inexcusable de cualquier autoridad o navegante.
No afrontar, por insuficiente gestión gubernativa, la impunidad de las mafias criminales de la inmigración clandestina es una suerte de táctica del avestruz.
Es, en definitiva, prolongar el dolor de las personas traficadas y postergar las posibles soluciones, que en verdad son complejas teniendo en cuenta la situación geoestratégica de la Península Ibérica, en el confín sur del espacio Schengen de libre circulación de la Unión Europea.
¿Caben por tanto las Fuerzas Armadas en esta lucha contra la criminalidad organizada transnacional que viola nuestra soberanía, en apoyo de los cuerpos policiales? Por supuesto. Sin complejos. La propia Constitución lo recoge claramente en su articulado. Ocurre lo mismo en otros países democráticos como EE.UU. donde la Guardia Nacional se despliega en ocasiones de crisis en el límite con México para reforzar a la Patrulla Fronteriza.
El derecho internacional reconoce la potestad de los Estados a proteger sus fronteras y garantizar la seguridad. Nuestras FF.AA. disponen de recursos humanos y materiales significativos que, implementados de manera apropiada a la normativa vigente, pueden complementar las capacidades de las FFCCS, que son las que ostentan en este campo el carácter de agentes de la autoridad.
La presencia del ejército en las fronteras marítimas y terrestres actuaría así, en el caso excepcional de crisis migratoria que nos ocupa, como un eficaz elemento disuasorio ante las mafias criminales y, por consiguiente, también de ayuda humanitaria sobre el terreno.
En fin, como dijo alguien que sabía por experiencia de las dificultades y de su enquistamiento si no se abordan convenientemente: el asunto es el problema; la forma, la solución.