TRIBUNA
Aceptemos el bable
Ahora que vuelve a revolverse en su tumba el cadáver de Bellido Dolfos ante la ventolera de autonomismo de los que mandan en la Diputación y a aletear la alternativa, entre otras, de juntarse con Asturias, es hora de afrontar un nudo gordiano de nuestro existir como entidad autónoma: la lengua.
Asturianos y leoneses, nos guste o no, compartimos una misma herencia genética. Fuimos (y somos) astures todos: trasmontanos unos, cismontanos otros. Compartimos una historia común de quinientos años, al menos, en los castros y aldeas de un lado y otro de la cordillera, desde el Astura (Esla) hasta el Navia. Compartimos la heroica resistencia contra Roma, que extinguió nuestra independencia y erradicó nuestra cultura. Y contra los godos, los islamitas y los castellanos, más tarde. Y compartimos un mismo idioma, llamémoslo como queramos, llionés, leones, asturleonés o bable.
Un idioma nace de forma natural en cada aldea y se hace común en cada comarca y cada comarca tiene su propio idioma en las épocas que carecen de escritura. Que es como el molde en que acaban por encajar todas las hablas que comparten un señor. Así ocurrió en la fragmentación del latín a partir del colapso del imperio.
Pero para que una lengua local se abra paso como idioma culto es necesario que la autoridad civil lo proclame idioma de su territorio soberano y encargue su reglamentación a un grupo de expertos. Es lo que hizo Alfonso X con el castellano en el XIII, lo mismo que hicieron en Francia y en Inglaterra. Y esa lengua oficial se debe elegir entre alguna de las diversas formas de habla existentes y proclamarla común a todo el territorio de soberanía del poder que lo promueve, llámese conde, monarca o emperador.
Sabemos que el leonés es una lengua que se habló. Que fue oficial en la corte del Reino de León. Que está documentada desde la ‘Nodizia de Kesos’ de finales del X y es, por tanto, la más antigua de la Península. Pero la absorción por Castilla, en el XIII, y por España en el XVI, la degradó hasta erradicarla casi por completo.
El leonés, como antes el castellano, presenta diversas variantes: mirandés, cabreirés, montañés paramés. Por tanto si queremos convertirlo en una lengua oficial lo primero sería decidir qué variante elegir, lo que llevaría a un debate muy doloroso. Así que en esta encrucijada en que estamos ¿por qué no acortar el camino, ya que vamos tan retrasados?. Por qué no Aceptar el bable, que ya está normalizado en Asturias, como nuestra propia lengua. Así arrojaremos el guante a quienes, al otro lado de Pajares, quieren seguir tratándonos como incómodos primos cazurros. Y tenderemos un lazo a quienes nos abrazan como hermanos, que es lo que somos, por lengua, genética, música, gastronomía, folklore y psicología.