TRIBUNA
Envidias y difamaciones
S ean prudentes, no hablen de lo que no saben y, sobre todo, no intenten lavar sus «pecados» poniendo penitencias a los demás.
Mire usted, don Jeremías, cada vez que ataca a Francisco Paulino Hermenegildo Teódulo, a los falangistas, a los de la División Azul, y les llama de todo, todo malo, claro, está arremetiendo contra su padre, contra su propia familia, y contra usted mismo. Se lo aclaro, para que sepa que yo sé lo que usted sabe, y más, mucho más.
Le digo: su padre era falangista, de la rama fascista, casi iletrado. No tuvo valor para marchar al frente, y se quedó en el pueblo, para el «ordeno y mando», para incordiar, zascandilear, apropiarse de bienes ajenos, delatar y contribuir a «la quema» general.
Engañó simulando problemas en la vista.
Terminada la guerra ocupó una mamandurria, un chollo público de funcionario, intocable, gracias al cual usted, señor antifranquista, disfrutaba de la vida y tocaba el piano.
Su padre tenía un reclinatorio en todas las iglesias, usó muchos púlpitos para rezar, cantar, y todos los curas eran sus amigos, sus protectores.
¿Por qué carajo, ahora, después de pasado medio siglo desde la muerte de Franco, siendo usted, supuestamente, persona educada, se muestra, contumazmente, como un consumado mentiroso difamador?
Yo se lo digo: lo hace para disimular, y de ninguna manera se le pasa por la cabeza devolver a sus legítimos dueños lo que él robó y usted heredó.
Personas de mi entera confianza, amigos de verdad, me han contado que tú, primogénito de uno de los más grandes meapilas portadores de palios, sigues intentando descalificarme, y además me tildas de prepotente. Pobre hombrecito, es evidente que sufres mucho, que eres un desgraciado porque la envidia te corroe y comprendes que no tienes cura.
Ahora sí recuerdo que, hace ya algunos años, te encontré a las afueras de la villa, te saludé, y te dije: «Mira, Jeremías, cuando estoy en mi pueblo meo con frecuencia contra este abandonado muro ruinoso y, sin embargo, ya ves qué humilde soy, pues nunca le he pedido a nadie, y menos al Ayuntamiento, que levantara aquí una columna conmemorativa, tipo Trajano, o pusiera una hermosa placa de granito, que exclamara: ‘¡Bouza Pol mea aquí muchas veces!’».
Debería quedarte muy clarito que si yo lo intentara, este lugar hasta podría llegar a ser motivo de peregrinación, de devoción, de culto.
Desgraciadamente, en mi querida villa hay personas que teniendo escasos méritos reciben demasiados honores. Suelen ser bufones puestos de rodillas, que sí alardean de todo y no saben de casi nada.
En tu caso, señor insultador y difamador, tengo que darte una clara muestra de mi humildad: «Mi sabiduría es casi tan grande como tu ignorancia»; «Los que me envidian y difaman, me animan mucho»; «Si alguna vez pisé un charco fue huyendo de idiotas como tú».
A lo mejor lo entiendes.
En lo que se refiere a mi tío Amadeo Bouza González, debo decirte que nació en Santos (Brasil) en 1912, y murió en combate, en el Frente de Cataluña, el 15 de enero de 1939, tres meses antes de terminarse la Guerra Civil.
El 8 de agosto de 1936, desde la ciudad de León, le mandó una carta a su padre, mi abuelo, pidiéndole perdón por haberse marchado voluntario para unirse al Alzamiento Nacional. Hizo los tres años de guerra, y entregó su vida en defensa de Dios, de España, de la Libertad. Era republicano, de derechas, Alférez de Falange, «camisa vieja», no fascista (la seña de identidad principal de Falange no era el fascismo, sí el republicanismo y el anticomunismo, pues se oponía a aquella beligerante izquierda que ya en 1917 empezó a gritar !Viva Rusia!). Mi tío defendía la propiedad privada, la economía de mercado, la ley, el orden, la justicia, el respeto a las personas y a las ideas. En nuestro pueblo, señor bocazas, nadie intentó ocupar las grandes fincas y propiedades de los ricos, pero algunos «exaltados» sí amenazaban las pequeñas viñas y huertos que mis abuelos tenían como fruto de su esfuerzo, durante muchos años, de emigrantes, en Brasil.
Podría poner aquí la Orden Ministerial del Ascenso a Alférez de mi tío Amadeo; podría poner la foto de la lápida-mural de Homenaje a los Caídos que hay en la fachada principal de la Colegiata, en la cual está su nombre; podría poner muchas cosas del héroe al que siempre quise, que no conocí en persona por haber nacido yo once años después de su muerte.
Mi tío Amadeo, huérfano de madre, era un joven honesto, generoso, valiente, educado, con inquietudes culturales, contable o «tenedor de libros», socio-promotor-fundador y Vicesecretario de la Sociedad Artística de Villafranca, creada en junio de 1932.
Mi abuelo José falleció poco tiempo después de la muerte de su adorado hijo, pues no pudo soportar su pérdida.
Desde que yo era un chavalín, mi padre, nacido en Santos (Brasil), al que algunos llamaban «gringo» por haber vivido en Cuba y en EE UU, me repetía: «Perdona siempre las ofensas, no odies a nadie, no tomes venganza ni represalias, pues hay que vivir con todos, pero nunca seas cobarde ni te dejes amedrentar, llévate bien con la gente pero no te fíes».
Hace siete años vinieron unos «despistados» y dijeron que mi tío había sido asesinado el día 21 de septiembre de 1936 por el comandante Jesús Manso Rodríguez, evidente error, pues, además de los datos que he escrito, el citado militar ya había muerto en la Sierra de Madrid el 31 de julio de 1936, y dos días después, el 2 de agosto, enterrado en Lugo.
Y así, supongo que involuntariamente, tienen a mi tío incluido en una lista de sesenta asesinados cuyos nombres y apellidos fueron leídos el 4 de febrero de 2017 en Villafranca y, por si fuera poco, publicados en varios medios de comunicación. En esa equivocada lista, figuran además los nombres de otros cuatro falangistas villafranquinos que también murieron en el frente de combate, no asesinados.
La nobleza y bonhomía de mi tío está fuera de toda duda, y queda reflejada, una vez más, en el libro Tres días de julio en León publicado en 2019 por Wenceslao Álvarez Oblanca y Víctor del Reguero, pues en la página 239 dicen que desde el frente de combate el joven falangista Amadeo Bouza González mandó carta a las autoridades militares y civiles en defensa de J. S. D., alegando que era buena persona, que respondía por él. Desgraciadamente, no atendieron su valiente y cabal petición.
Ramón Carnicer Blanco, escritor, en su carta de fecha 2-12-2001, me dijo: «Recuerdo perfectamente a su abuelo don José Bouza Potes, muy dinámico en sus menesteres. Fui amigo de su tío Amadeo, a quien todos los que lo éramos llamábamos afectuosamente Basís».
Así pues, queda claro que a mi tío Amadeo Bouza González los amigos le llamaban «Basis», que significa base, fundamento. De él conservo muchas fotos, en el frente, y en Villafranca, gran parte hechas por el fotógrafo Álvaro Parra.
Tú, Jeremías, eres un mentiroso, una mala persona, un aprovechado, y jamás devolverás lo que tu progenitor robó.
El que esté libre de culpas...
Con toda Burbialidad.