TRIBUNA
La Vecilla estival
Los entornos de La Vecilla en el valle idílico del río Curueño siguen manteniendo el halo atrayente para disfrutar de su paisaje intenso y de una naturaleza pródiga, especialmente en tiempo estival. Los tiempos cambian y los modos de vida son otros, pero lo que pervive en este solar de la montaña leonesa de clima apacible y alma imposible son los fieles veraneantes, la mayoría asturianos y algunos madrileños y de Castilla y León que buscan y lo han conseguido la terapia ocasional que anime a cuerpo y espíritu.
Pasaron muchas décadas desde que un médico asturiano de Pola de Laviana, destinado en la comarca Boñar-La Vecilla, Mariano Menéndez convenció a muchas familias conocidas de su lugar de nacencia para que vinieran a La Vecilla a «secarse» de la humedad y las brumas astures. Y así en los años treinta ya recalaron por estos rodales leoneses algunos veraneantes como la familia Fernández Mayo de la industria chocolatera Mayín y Troya de Pola de Laviana, pioneros en este tránsito estival y que actualmente siguen manteniendo el vínculo afectivo sus descendientes.
Pipo Fernández García-Jove lo cuenta con notable lucidez y recuerda con nostalgia aquellos años de un veraneo eterno y afectivo con la fonda Orejas de hospedería y las tertulias vespertino-nocturnas en su terraza universal. Las ausencias van borrando muchos momentos de ensueño y amistad y dejando cierta orfandad en un ambiente de veraneo único con el río Curueño de lugar expansivo y los paseos infinitos por los montes circundantes que conformaban acción y verdad pasional. Su hermano Víctor, fallecido hace unos años en La Vecilla, en plena canícula, hizo de La Vecilla su santo y seña y se convirtió en todo un embajador de la causa estival de su geografía sentimental allá donde estuviera. Se puede considerar el primer veraneante que marcó un itinerario seguido después por muchos familiares y amigos que todavía hoy mantienen su segunda residencia en estos enclaves de paz y sosiego.
Y La Vecilla en estos momentos necesita volver a ser aquel lugar de encuentro y satisfacción estival. Hacen falta nuevas ideas y lograr que el turismo vacacional tenga aquí un referente especial. Existen interesantes recursos naturales, la pesca de la trucha con su artesanía de las plumas de gallo, la cinegética, las excelentes tahonas de la zona y sus chacinas exigentes, las casas rurales, configuran un abanico de posibilidades que hay que aprovechar con racionalidad para convertir estos espacios en un turismo de experiencias. Se necesita mejor hostelería con una culinaria de la tierra que marque pautas y llevar a efecto la carretera del puerto de Vegarada hasta Asturias.
Me consta que hay conciencia municipal y popular para recuperar mucha historia latente y convertir estos parajes del Curueño en una realidad tangible y receptora de viajeros con ganas de descubrir novedades en un mosaico verde y preñado de atractivos. Los amigos de «Veranos de la Vecilla», están en ese ánimo de entusiasmo representando a la sociedad civil para alcanzar propósitos renovados y que este espacio de vida, luz y sensaciones vuelva a ser un escaparate de miradas positivas e ilusionantes. Ya sé que en los «nidos de antaño no hay pájaros hogaño», pero hay que perseverar. La Vecilla con la peña Valdorria, las hoces vertiginosas de su panorama y el «río del olvido» de Julio Llamazares tiene futuro. A mí me lo parece. Y creo que a vosotros, estimados lectores también. ¡Feliz verano!