TRIBUNA
El gran negocio de la salud mental
Desde hace tiempo estamos viendo y leyendo publicaciones diversas que denuncian la alianza existente entre la OMS, los laboratorios y las empresas farmacéuticas para inventar e imaginar enfermedades mentales.
La estrategia a seguir es considerar que el hecho mismo de vivir sea una enfermedad y que todos nos convirtamos en pacientes y así la salud mental ha pasado de ser un tabú a convertirse en el lucrativo negocio de la insatisfacción y del malestar de las personas, que mueve miles de millones de euros al año sin ninguna justificación.
Cada vez más la gente acude al psicólogo, usa más los servicios de un coach para aclarar su futuro profesional, compra más libros de psicología y toma más benzodiazepinas, siendo España uno de los países con mayor consumo legal de estas drogas.
Es inquietante la medicalización de la normalidad basada en modas psicológicas y psiquiátricas que generan un sobrediagnóstico sistemático en el que el marketing de la industria farmacéutica concibe trastornos que no existen para tener gente adicta a sus productos, amañando así las conclusiones de investigaciones y estudios en beneficio propio para que todos seamos enfermos mentales.
La industria de la salud mental forma parte también de una proliferación de negocios que surgen como respuesta a los problemas que plantea una sociedad enferma, en forma de manuales de autoayuda, terapeutas de todo tipo sin titulación alguna, youtubers, videntes, santeros, tarotistas, chamanes, especialistas en coaching, etc. En definitiva, vendedores de una felicidad permanente, que no existe, como alternativa al tratamiento de los problemas emocionales y morales.
La tendencia actual en materia de remedios contra la insatisfacción, es la obsesión por el análisis y escrutinio constante de uno mismo que caracteriza a nuestra sociedad, como síntoma de un extendido discurso sobre la felicidad que promueve la creencia de que el bienestar o el sufrimiento, el éxito o el fracaso, la salud o la enfermedad dependen principalmente de cada uno. Lo cual es una equivocación.
Dirigimos el foco a nuestro interior porque creemos que es donde se halla la causa de nuestros problemas, así como su solución. Sin embargo todo esto es erróneo y, aunque en principio pareciera que hacer depender nuestro bienestar en este viaje de autoconocimiento de nosotros mismos es una forma de empoderarnos, la ironía es que nos hacemos más vulnerables, pues no nos deja otra acción más que autoinculparnos por toda forma de frustración, angustia o insatisfacción.
Los problemas se han privatizado y lo que la industria de la autoayuda ofrece no es más que un montón de psicofármacos y puros consejos que te indican cómo aguantar más.
Todo ello para que participes mejor en este juego y te olvides de lo incomprensible e incómodo que es el mundo en realidad. Para que te ejercites en gestionar tu ira, y tus miedos mientras aguantas lo inaguantable.
Otra de las grandes tendencias en materia de remedios contra la insatisfacción es llenar el tiempo libre de cursos presenciales u online , de programación neurolingüística, mindfulnes, zen, crecimiento personal, yoga, etc., para reducir el estrés, la ansiedad, mejorar el estado de ánimo y gestionar las emociones.
Y si manejas dinero de verdad, te verás seducido por el fabuloso universo de los retiros de lujo donde te someterán a sesiones de meditación, spa y masajes.
Todo este entramado de remedios contra el malestar emocional ha acabado convirtiéndose en una industria que se nutre del sufrimiento generalizado de la buena gente y de ofrecer soluciones simplistas e individuales a problemas que en realidad no son ni lo uno ni lo otro.
En la decadente sociedad que vivimos no solo queremos soluciones rápidas a nuestro malestar, sino que creemos que existen tales soluciones. Sin embargo, en el mejor de los casos, lo único que nos ofrece esa industria son parches para esos problemas, y en el peor, desvían nuestra atención de donde verdaderamente hay que poner el foco, que es en las condiciones que generan y mantienen estos problemas.
Sin embargo, si a pesar de todos los estudios, datos y conocimientos que tenemos al respecto seguimos creyendo que hay soluciones fáciles, rápidas e individuales a problemas que en realidad son muy complejos y, principalmente, de origen social, lo único que se me ocurre decir es que lo creemos porque es lo queremos oír, aunque no sea lo que nos venga bien escuchar.
La salud mental es, principalmente, un problema social en, al menos, dos sentidos: en que la salud mental de cada individuo es un problema que afecta a la sociedad en su conjunto y en que los problemas de salud mental tienen causas económicas, sociales y políticas más que individuales. No es casualidad que el aumento de aspectos como el desempleo, la precariedad laboral, la incertidumbre económica o la pobreza han venido acompañados de un incremento de trastornos depresivos y de una disminución del bienestar en general.
La mayor atención que en la actualidad prestamos a la salud mental deberíamos enfocarla hacia esos determinantes sociales, ya que, de lo contrario, caeremos en la trampa de patologizar, medicalizar e individualizar los problemas estructurales en pro de un reducionismo que en la práctica estigmatiza y responsabiliza a las personas de su sufrimiento, lo cual es desolador y contraproducente.
Lo que necesitamos no son horóscopos, pastillas, libros de autoayuda, ni psicoterapias falsas e imprecisas que no tienen valor científico ni clínico, sino darnos cuenta de que nosotros no somos el problema y que la única técnica válida para afrontar las dificultades es el método tácito.
Amigo lector/a, si sientes que no encajas en la sociedad actual, no deberías preguntarte qué problema tienes tú, sino qué problemas tiene este mundo plagado de psicópatas y de colegas diabólicos arraigados como El Jíbaro, El Pícaro y sus secuaces.