TRIBUNA
El papa Francisco visto por un agnóstico
Se trata de poner de manifiesto algunos rasgos de un personaje singular e importante. Metido en la piel de un agnóstico, dicho personaje queda desprovisto de influencia divina, de infalibilidad y de paternidad espiritual. Es, eso sí, jefe de Estado, el Vaticano, y jefe mundial de una religión, el catolicismo. No queda claro cuántos creyentes son «de facto», pero es obvio que «la etiqueta no hace al creyente», y menos al practicante.
Es Francisco (así se ha hecho llamar en referencia al santo de Asís, fundador de los Franciscanos, aunque él es Jesuita) un papa «sustituto», ya que el que anteriormente era titular del puesto se retiró lesionado o cansado. Francisco no tenía fácil ocupar el puesto de una figura como Benedicto ni se esperaba que fuera el elegido. Pero esas cosas pasan. Es difícil meterse en la piel de los componentes del cónclave, vetustos experimentados en la complejidad del ser humano y su paso por la vida terrenal, aunque tengan, según dicen, un ojo puesto en el más allá. Lo cierto es que Jorge Mario fue elegido, en la quinta votación, papa de la Iglesia católica y jefe de Estado de la Ciudad del Vaticano. Ellos sabrían por qué le eligieron. Es obvio que el sustituto del antiguo titular no tiene «el mismo toque de balón», pero hay partidos complicados que exigen cambiar drásticamente el esquema de juego. Lo mismo puede ocurrir cuando Francisco ya no esté o se retire a la caseta.
Benedicto dimitió, según él mismo manifestó, principalmente porque padecía un insomnio pertinaz, resistente a la medicación, lo que le acarreaba problemas importantes de salud. Tampoco es de extrañar que los escándalos de la red de corrupción del Vaticano y los casos de abusos sexuales cometidos por religiosos le quitaran el sueño. Desconozco si después de retirarse recobró o no el ritmo normal del sueño. Francisco no lo ha tenido fácil tampoco con los mismos problemas, pero ha manejado el balón con mayor soltura. Claro que, siendo argentino y de ascendencia italiana, amén de jesuita, le ha tenido que ser más fácil que a Benedicto. No es que se haya erradicado el fango del campo de juego, ni hayan cesado los casos de abusos sexuales de los religiosos, pero Francisco ha driblado con mayor eficacia, me parece a mí, aunque el partido no haya terminado todavía. Sea como fuera, se han sacado tarjetas rojas y se siguen revisando en el VAR ciertas jugadas peligrosas.
Dicen que Benedicto fue el papa de la palabra, y Francisco el de los gestos. Esto es muy importante. El primero, intelectual reconocido, pensador excepcional, pretendía demostrar, llevar a cabo la tarea de unificar, de coincidir la fe y la razón. El segundo, más «concreto», se ha inclinado (al menos en teoría o deseo) por una «Iglesia pobre y para los pobres», según manifestó él mismo. ¿Y a los ricos, que les den? Aquí el gesto, los gestos tiene un poder de comunicación extraordinario, y de convicción cara al feligrés. Francisco conoce muy bien, desde siempre, y más como argentino italiano, el poder de los gestos. Lo mismo que conoce la dinámica que subyace entre la riqueza y la pobreza, y ya no digamos en el plano político social entre la izquierda y la derecha.
No es que hubiera, según dicen, contradicciones en el plano espiritual entre Benedicto y Francisco (la primera de sus encíclicas, escrita al alimón por ambos, lo atestigua), pero Francisco se ha decantado, me parece a mí, más sobre lo social terrenal. Y, queriendo o sin querer, se le ha achacado una inclinación manifiesta hacia la izquierda política. Es verdad que se le ha visto distendido y con un cierto gesto de connivencia en entrevistas con personajes de afiliación comunista declarada. Me permito una miaja de humor: No se sabe si son comunistas «pa un rato o pa siempre…». Lo que no queda claro es la definición, primero entre pobreza y riqueza, y segundo entre pobres de cuerpo y pobres de espíritu; a estos últimos se refieren las bienaventuranzas para el día de mañana.
El problema entre ricos y pobres es de difícil solución, como lo es el de los listos y los tontos, o el de los buenos y los malos. Y es que hay pobres buenos y listos y pobres malos y tontos, y con las demás combinaciones posibles. Y lo mismo pasa con los ricos. Yo no sé si los papas están para politizar o más bien para intentar lograr hacer que sean mejores tanto unos como otros. Claro que, al ser jefe de Estado, la cosa se complica. Y aunque Cristo declaró que su reino no era de este mundo, y había que dar a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César, no parece que esa declaración haya sido tenida muy en cuenta desde entonces. Es posible que en la evolución de la religión católica se vaya haciendo más hincapié en lo terrenal que en lo espiritual. No pasa nada por eso, pero sí conviene tener las ideas claras, «pues nadie puede servir a dos señores» (Mateo 6, 24). Estoy convencido de que la labor social de la Iglesia Católica (y con el apoyo de Francisco) es extraordinaria, pero conviene no identificarla con la izquierda política; más bien, si me apuran, al contrario. Tampoco conviene ensalzar la pobreza como garantía del agrado de Dios, o la riqueza como desagrado del mismo. Si pudiera darle un consejo a Francisco es que imitara a San Francisco, que ya sé que lo hace en parte, pero lo tiene menos claro, me parece a mí, que el santo en cuestión, que iba más al grano que a los gestos. Ochocientos años de diferencia entre ambos han dado para mucho, aunque en aquel tiempo también había pobres ricos y ricos pobres.
Otro problema abordado por Francisco es el concerniente a la sexualidad, a los sexos, a los géneros y a las múltiples combinaciones posibles, fruto de los caprichos (y los fallos y errores) de la naturaleza y de los deseos explícitos o recónditos del ser humano, tanto del hombre como de la mujer. Conocido es el sentido del humor de Francisco, lo cual me satisface destacar, así como el lenguaje distendido y coloquial que emplea a veces. Creo que debería tener, sin embargo, más cuidado al hablar del mariconeo de los hombres, o del chismorreo propio de las mujeres. Me llamó la atención una declaración que hizo, en su día, referente a los homosexuales: ¿Quién soy yo para judgarlos?, dijo. Cuidado con declarar una cosa y la contraria. Me refiero a su opinión (juicio) referente a los seminaristas gais. Es más, tiene un frente abierto respecto al sacerdocio, solo para hombres que deberían acatar el celibato, con lo cual daría igual su orientación sexual siempre y cuando no la practicasen. ¿Y lo de las mujeres sacerdotisas, para cuándo? ¿Es que no está de acuerdo? ¿Es que no se atreve? ¿Es que, realmente, no puede? Me parece que escudarse en que es un «problema teológico» no resuelve la cuestión. O somos iguales o no lo somos, o los hay más iguales que otros… Conviene que se aclare.
Solo un apunte más, referente a su papel como jefe de Estado, cuando se reúne con los mandamases del mundo. Al margen de que miran con benevolencia al viejecito vestido de blanco, de aspecto risueño y bonachón, me da la impresión de que el mensaje que les da les entra por un oído y les sale por el otro, aunque lo disimulen. Lo mismo ocurre con las valoraciones que hace sobre la guerra y la paz. No es que sea un «brindis al sol», pero parecido.