TRIBUNA
Blues del ventilador
En un rato que mi dueño —o lo que sea— se ha marchado a la calle, me he apoderado del ordenador portátil que se ha dejado encendido. Quiero escribir este relato de mis sinsabores y dejar saber a España entera (en mi nombre y en el de todos mis compañeros) la frustración que sentimos por la falta de reconocimiento por los servicios que prestamos. Y también reclamar que se dignifique nuestra función. Particularmente, en estos días de tantas horas de trabajo. Y es que uno se siente a veces como el pobre hámster que también tienen en la casa: venga a dar vueltas a la noria para no llegar a ningún sitio. Triste destino.
Ni siquiera un contrato de fijo discontinuo que me cubra en los meses que estoy a tope. Ya sé que luego me dejarán olvidado en el trastero durante meses; solo y muerto de asco.
Ocasionalmente, me piden trabajos delicados. O ¿qué es lo que hacen los de siempre cuando un «marrón» se les viene encima? Pues eso: ventilador y a esparcir por todos lados ya saben el qué…
El que me compró para su casa decidió poner ventiladores hace años en todas las habitaciones de la casa ante la queja de la gente joven que reclamaba Aire Acondicionado. Y me puso a mí y a otros compañeros arguyendo: «a mí el aire acondicionado me cae mal, me seca la garganta y luego me duelen los hombros». Y añadía que: «siempre ha hecho calor en verano; hay que aguantar un poco…». Lo que desataba la misma retahíla de siempre por parte de la nueva generación: que si ahora estamos en un cambio climático, que si en casa de todos sus amigos lo han puesto, que si esto no hay quien lo aguante y, como frase final una tan inconcreta como definitiva: «es que las cosas antes eran de otra manera y había que jod…, pero ahora ya no».
Luego se retira cada uno a su habitación y cesan los lamentos. Se supone que se pondrán a trabajar mis compañeros y los chavales se pondrán a ver series en las tablets. A mí me toca estar en el salón, boca abajo y de ahí no me muevo. Pero les oigo hablar. Todo es el aire acondicionado, la aerotermia, el suelo radiante, la eficiencia energética, las subvenciones… Y esos anuncios en la tele que veo mientras doy vueltas.
Pero para mí ni una sola palabra de agradecimiento, a pesar del mareo que llevo con tanta rotación.
Una noche de estas, acompañaba al dueño mientras veía la tele. El aire estaba denso, pesado, pegajoso. Más que dar vueltas yo braceaba como un náufrago y me costaba mover aquel caldo caliente que flotaba. Vi que me miraba (tumbado en el sofá) y adiviné su pensamiento: «le voy a dar más marcha a este». Ya estaba con el mando a distancia en la mano para azuzarme pero me miró y no hizo nada. Quizá se apiadó de mí. Yo no sudaba, pero lo estaba dando todo.
Si me trataran con un poco más de respeto podría dar un grito a los vientos del sur (los que estamos en esto del aire y del viento, sabemos cómo entendernos) para pedirles que aflojen un poco y que no remonten ni tan «cabreaos» ni tan calientes por el Guadalquivir, por el Tajo, por el Duero, el Ebro... Que se moderen un poco y que si vienen sea para pocos días. Todo se puede negociar.
Me resisto a pensar que igual que en aquella canción que decía que el video mató a la estrella de la radio, lo que al final no ocurrió, el aire acondicionado mate al pobre ventilador aquí representado. O solo quedemos para trabajillos inconfesables, de vez en cuando.
Tengo baja la autoestima. Lo entienden, ¿verdad?