TRIBUNA
El sacristán
Es diplomático de carrera, pero profesionalmente, por lo visto hasta ahora, no podría ser ejemplo de nadie. Sus declaraciones recientes sobre el papel de Rodríguez Zapatero asesorando o algo así al dictador Maduro, son de vergüenza. Es un poco el corre, ve y dile de Sánchez, al igual que muchos otros. Es el ministro de Asuntos Exteriores, sr. Albares. Parece el sacristán de un pueblecito.
Ser el representante de los asuntos exteriores de España es una altísima responsabilidad solo apta para talentos de primer orden, pero no es el caso. En definitiva, otro abducido del mentiroso Sánchez.
El presidente mentiroso que tenemos ha logrado, a base de regalar puestos envidiables y, por supuesto, adjudicando ingresos que superan con creces a los normales, ha conseguido digo, reunir a un grupo de fieles pagados que le arropan, como no, en todo momento.
Pero el ministro Albares llama especialmente la atención. Siempre se dijo que la mujer del Cesar, además de serlo debía parecerlo. Personalmente creo que a los ministros les ocurre exactamente igual. Además de serlo, tienen que parecerlo. Y éste vuelve a no ser el caso.
Es un ser, este ministro, que siempre parece que está escondido. Sólo en ocasiones muy importantes y, desde luego siempre que lo ordena el jefe, es capaz de aceptar un micrófono o una cámara para dar su opinión que suele coincidir, oh casualidad, con la de Sánchez. Él no se moja con claridad, siempre pendiente de lo que diga u ordene el presidente. Esa es su forma de ser ministro.
Como consecuencia, se habla poco y no siempre bien de España fuera de nuestras fronteras, lo cual es una pena. Tenemos mucho y muy bueno en nuestro país y en nuestros hombres y mujeres. Pero eso se conoce poco. Es una oportunidad que perdemos, que pierde España, de darse a conocer, de que se nos conozca como realmente somos.
Siempre defiendo que, algunos políticos, algunos empresarios, algunos médicos, algunos curas, etc., etc., pueden desarrollar bien, mal, o regular su trabajo. Pero, en todos los casos y en muchos otros no comentados aquí les falla algo que se llama comunicación y que es, absolutamente importante para mejorar su trabajo, pero, sobre todo para que la gente, el ciudadano, sea consciente y entienda y acepte la realidad, la calidad de su trabajo.
Y, según esa filosofía, en la que creo a pies juntos, habrá que convenir que tenemos unos gobernantes que, independientemente de la calidad de su trabajo, que suele ser mala, además, les falta mucho para saber comunicar bien. Les falta todo.
Seguramente fueron los chinos a quienes se les adjudica siempre casi todos los dichos, y seguramente fueron ellos quienes dijeron «lo que diferencia a un hombre de otro hombre, no es lo que dice si no cómo dice lo que dice».
Esa es la clave. Y no hay más. Los ciudadanos que nos contaban cosas que nos gustaban y entendíamos, le llamábamos encantadores de serpientes. Eran perfectos comunicadores y «llegaban» a sus objetivos.
No hay encantadores de serpientes. Hay buenos o malos comunicadores. A ver si de una vez por todas aceptamos que la comunicación es enormemente importante. Quien sepa comunicar bien, tiene la victoria en sus manos. Así es.
Y si la comunicación es importante para las empresas qué decir para las personas. Lo es en mayor medida. Imaginemos en nivel de importancia para un ministro una de cuyas responsabilidades es velar por la imagen, la buena imagen, de todo un país.
Cuando un español tiene algún problema o alguna inquietud y está en un país extranjero, nada es más importante para él que sentirse bien atendido e informado por el ministerio de asuntos Exteriores de su país, España.
Y la realidad nos dice que no siempre se sienten así los españoles viviendo en o visitando un país extranjero. La diplomacia española siempre ha gozado de un prestigio ganado por su buen trabajo, llevado a cabo por sus hombres y mujeres. Sin embargo, en los últimos tiempos, es notable la falta de eficacia en sus labores diplomáticas.
El ministro Albares debe ejercer y poner en práctica los estudios realizados en su carrera. Ejercer con imparcialidad para recuperar el buen hacer de la diplomacia española y por tanto su prestigio internacional. Debe anteponer siempre a su país España antes que, a su partido, aunque eso le lleve a pensar de forma distinta a como piensa su jefe.
Y eso es mucho pedir.