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TRIBUNA

Carlos Santos de la Mota
Escritor

España rica, España pobre o, ¿existe España?

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No es buena idea ocuparse de la vida de otros con tanta sospecha, siempre con la mirada oblicua y el pensamiento en guardia. En ese momento nos despreocupamos de nosotros. Presumimos que ‘los otros’ piensan, votan y viven ‘mal’.

Mal es un concepto subjetivo. Depende. Lo que sí está mal es que parezca mal que otros sean y se sientan diferentes y quieran plasmar esa diferencia como deseen. Esto es propio de mentes duras.

En mi pueblo a la dureza de la tierra al voltearla con el arado lo llamamos cavón, y yo lo hago pensamiento: mentalidad de cavón. Si alguien ‘tiene’ que ser ‘como yo’ a lo peor es que ‘yo’ soy el problema de la convivencia y el significado de lo intolerante.

El único delito que yo imputo a los catalanes es haber dado trabajo y proyecto de vida a los que no lo hallaban en sus lugares ‘españoles’ o huían de ellos por diversas razones entre ellas el hambre, especialmente después de la dictadura de Primo de Ribera y tras la guerra civil.

Creo que algunos deberían dejar de ofenderse y preocuparse más de los suyos para revertir sus propias dinámicas. No mirar hacia afuera cuando lo deben hacer hacia adentro; ser gestores cualificados; tratar de desentenderse de las ayudas lo antes posible (crean vicio y costumbre de pobre); entender que la solidaridad se acepte como voluntaria y transitoria, y no porque sí y sine die; aprender y practicar la reivindicación; y que los representantes sean eso y no ‘empleados’ de sus partidos políticos.

O no saldrán nunca del círculo de unos apaños compensatorios que se alargan y acaban siendo maquillaje de sus incompetencias. Y el remedio es fácil y está al alcance de todos, se llama espabilar. Cantaba Víctor Manuel: «El hombre que inventó la caridad, inventó al pobre...».

Los hoy ‘pobres’, si fueran ‘ricos’, no sabemos exactamente cómo se quejarían, pero se adivina. No obstante todo lo dicho, Cataluña tampoco es una arcadia feliz.

Pienso que nada es entendible si no aceptamos que hay un error de principio, desde la misma génesis del Estado. Salvo en los lugares conquistados y adoctrinados y sobre quienes el poder establecido propagó su ‘cultura’ (centro y gran radio), las periferias siempre se han distinguido y algunas han conservado aceptablemente algo de su peculiaridad, aunque no sin dificultades.

Es como si el profesor, desde su tarima (centro peninsular) no hubiera llegado ‘bien’ hasta los últimos alumnos del aula. Y esto, en la práctica del oficialismo ‘español’, no quiere decir más que ‘algo no se ha hecho bien’.

Y se puede decir de varias maneras: 1. se trata de un Estado fallido desde su concepción. Nunca tuvo recorrido armónico integral; y 2. que pese a la doctrina de conquista cultural rasa no pudo ‘reconocer’ a todos en su lógica y los aceptó, a su pesar, con diferencias, ‘incompleto’ en su funcionamiento, como quien carga con una ‘desgracia’. Son esos territorios ‘díscolos’. Punto segundo que nos devuelve al primero.

Tratar de ahormar algo tiene sus riesgos. En algunos territorios se puede (que nos lo digan en León) pero en otros no. Así que en el armazón del Estado, de una parte tenemos la imposición de un pensamiento que es jerarquía normativa, de otra una asimilación popular conforme y acomodada, y una tercera que es la resistencia de sectores a no participar de lo general con el peligro de subsumirse. Todo deviene en que el Estado ‘unitario’ es sólo una palabra impostada tapando la realidad.

No es un grupo de ciudadanos ‘nacionales’ armonizados como se ve en territorios más iguales favorecidos también porque el mismo terreno no los ‘aísla’ con sus caprichos orográficos y declinaciones. Aquí abundan las diferencias e incluso las contrariedades. El mismo físico del terreno, los climas, las muchas invasiones étnicas, culturas de raíz honda en tradición y expresión, varios mares que obligan a miradas divergentes, lenguas distintas e incluso variaciones dentro de ellas, voluntad de distinguirse unos frente a otros, y mucho centro bizco y poderoso, que es una dificultad para asimilar y razonar tanta diversidad.

En el centro siempre hay menos perspectiva y más cerrazón. Converge hacia sí mismo por la falta del horizonte que sí tienen las periferias

No se ven los equilibrios espontáneos que, más allá de algunas singularidades, permitan entender que hay cuerpo de sociedad compactada en el ideario que algunos sueñan pero otros desmontan o rechazan, sino un agrupamiento de diferencias e incluso discrepancias, en algunos casos serias.

El hecho de que algunos quieran ‘salvar’ España cada día y que ello sea tan recurrente es un síntoma de su fracaso ya como concepto. Y esto si se viene remendando así es porque hay una pregunta que no nos hemos hecho nunca hablándonos de frente. Existe un territorio peninsular, ¿pero existe España?

Estas sociedades peninsulares siempre han tenido vocación centrífuga apoyadas, impulsadas y motivadas en sus almas diferentes. Portugal halló su tiempo, otros no lo encontraron pero no pueden renunciar a su tendencia natural. Y frente a ellos el centro, creado adrede, poderoso, oficial y centrípeto. Y es seguro que su pertinaz idea uniforme es su alargada equivocación. Secularmente ha tratado de imponerse la fuerza, y secularmente también hay voluntades que la siguen discutiendo. Un poder ‘amañado’ y dominante contra una realidad empeñada en resistir orgullosamente. Eso no es un Estado de avenidos, sino la componenda de una idea y voluntad a pesar de las naturalezas disidentes.

Yo tengo la certeza que la España oficial sólo es un territorio obligado a la sujeción como Estado por cinturones de leyes que nos aferran, al mismo tiempo que nos adoctrinan como conjunto, y que a la vez también nos ‘acostumbran’ a la aceptación, pero que si no fuera así este conjunto de elementos diferentes saltaría desmembrado hasta quedar sólo (si existe) un ideal de ciudadano ‘español’ que no sé a qué territorio podría corresponder, si estarían desperdigados, o si ‘lo español’ sólo es una costumbre del oído que de no ser por la machacona doctrina a todas horas, en todos los medios y por muchos intereses colectivos e individuales creados a su alrededor, además de los colaboradores de bulto, lo más probable es que todo acabara en humo y esos orgullos patrioteros que tanto interesa airear al sistema como sustento de sí mismo, decayeran y desaparecieran, como todo lo que deja de ser costumbre y es ficticio.

Cataluña es un gran pueblo con una vertebración y solidez nacional admirables. Esto es lo que realmente molesta. Un descaro e irreverencia para el empeño de la teoría política del difuminado general al que algunos se resisten y otros ya han sucumbido. Y no pienso en nadie. O sí.

El único delito que yo imputo a los catalanes es haber dado trabajo y proyecto de vida a los que no lo hallaban en sus lugares ‘españoles’ o huían de ellos por diversas razones entre ellas el hambre, especialmente después de la dictadura de Primo de Ribera y tras la guerra civil