TRIBUNA
¿Cobardía en policías y guardias?
Se vienen publicando en los últimos tiempos infinidad de videos, prácticamente a diario y en directo, de enfrentamientos reales en los que un agresor violento ataca a los agentes de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad cuchillo en mano sin que estos neutralicen al criminal en defensa de su propia vida, de terceros o de la seguridad ciudadana.
¿Qué está ocurriendo? ¿Es un problema de «cobardía» como se ha divulgado en algunos foros profesionales, quizás de manera desafortunada? ¿De temor a las consecuencias? ¿De falta de la autoridad perdida…?
En España el código deontológico para todos los cuerpos policiales sin excepción dicta que sus miembros deben actuar bajo el principio de congruencia, oportunidad y proporcionalidad. En las academias se repiten día tras día estas premisas: el respeto a la integridad física de las personas. Correcto. Ahora bien, no siempre la formación va con los tiempos. La «Regla Tueller de los 21 pies» lo pone de manifiesto.
Hace unos años se acuñó por especialistas fuera de toda duda en el ámbito policial internacional la «Regla Tueller de los 21 pies» o situación límite de autodefensa, avalada por la sentencia 1565/2023 de nuestro Tribunal Supremo. Esta pauta explica que a 21 pies (6,4 metros) un arma blanca es tan letal como una de fuego. Un representante de la ley necesitaría como mínimo 1,5 segundos para disparar su pistola, lapso en el que el malhechor puede recorrer esa distancia o incluso una mayor, con la dificultad añadida del factor sorpresa para el patrullero, el investigador u otro tipo de agente.
Así, la cuestión de la supuesta «cobardía» en los policías de nuestro país cuando, ante una situación extrema tipo «Regla Tueller de los 21 pies», los agentes de las FFCCS no neutralizan al agresor y en consecuencia este a menudo termina apuñalando mortalmente a alguien o huyendo, es un tema controvertido que merece ser abordado con la debida seriedad y contexto.
Uno de los aspectos más importantes en este campo es la formación que reciben los funcionarios policiales. Hay críticas sobre la calidad del adiestramiento, especialmente en lo que se refiere a la gestión de situaciones de alta tensión o peligro para la vida. La escasez de recursos, verbi gratia las pistolas Taser de electrochoque que eviten la letalidad, los vacíos legales o, entre otras causas, las desmoralizadoras desequiparaciones intercorporativas contribuyen a que muchos agentes se vean desprovistos de respaldo institucional y sin autoridad suficiente para anular una amenaza vital.
Otro aspecto importante es la cultura corporativa anacrónica. El temor a que un mínimo error pueda terminar con su carrera por el desabrigo de la Administración, hace que los agentes apliquen el principio de prudencia en su grado máximo; es decir, un exceso de cautela que evita el uso de la fuerza y de las armas en situaciones críticas con grave riesgo de su vida o la de terceros.
Este temor está alimentado no solo por la posibilidad de enfrentar sanciones disciplinarias y que la familia del agente se quede desamparada y sin recursos económicos, sino especialmente por la falta de apoyo gubernamental como indica el hecho inaudito de que la Policía Nacional, la Guardia Civil o el Servicio de Vigilancia Aduanera no estén considerados profesión de riesgo, y sí posean este estatus por ejemplo los toreros, las azafatas o los bomberos.
De tal modo, la percepción subjetiva de que los agentes de policía se portan en ocasiones «sin espíritu, con dejadez o cobardía» ante criminales armados tiene varias consecuencias negativas tanto para los funcionarios como para la sociedad en general. En primer lugar, erosiona la confianza pública en las fuerzas de seguridad. Si la población aprecia que los agentes no tienen ánimo para protegerla en situaciones de peligro, aumenta la impresión de impunidad. Por otro lado, los delincuentes interpretan la falta de autoridad como una señal de debilidad, acrecentando su osadía y colonizando calles y barrios con la coacción de sus códigos patibularios.
En suma, para abordar este problema con éxito es esencial un enfoque integral que incluya mejoras en el entrenamiento y en el equipamiento, apoyo sustantivo de la Administración, revisión de la actual cultura institucional con una normativa obsoleta que dista años luz de la dura verdad de la calle, y por supuesto un liderazgo sólido. Solo así se podrá garantizar que los agentes de cualquier cuerpo se enfrenten convenientemente y de acuerdo a la ley ante situaciones críticas donde está en juego su propia existencia, bajo las premisas, sí, de congruencia, oportunidad y proporcionalidad… reales a las circunstancias palpitantes de nuestro tiempo.
Indudablemente, la violenta criminalidad de hoy no es la de hace tres décadas. Igual que un cirujano no aplica técnicas quirúrgicas del siglo pasado, tampoco un funcionario de policía debe emplear protocolos apolillados de cuando dar el «alto» era más que suficiente para evitar una fuga, un delito menor o un homicidio doloso. Estamos perdiendo la batalla contra el crimen. Negar la evidencia es, en definitiva, añadir más desazón a la estadística.