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TRIBUNA

CARLOS SANTOS DE LA MOTA
ESCRITOR

Peinar a contrapelo

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No conozco esa ciudad, pero recientemente he tenido la oportunidad de ver Madrid, muy parcialmente, a vista de dron, y no es que me haya entrado complejo provinciano (faltaría más), es que he constatado una realidad exuberante propia de los que no crecen por sí mismos, sino con la ayuda inestimable y necesaria del resto como tributarios porque sí y en aras del mito nacional necesitado de imagen y exportación de ella al mundo. Orgullos patrios que se utilizan más de lo que creemos. Escaparate.

Veo imaginación desbordada en diseños, espectacularidad arquitectónica, profusa infraestructura que lleva y trae a la ciudadanía y al intercambio del comercio variado, caos ordenado y belleza y brillo como en un futuro perfecto atrapado al instante.

Edificios poderosos, extraños, elegantes, emporios, corporaciones y multinacionales de aquí o de fuera con sus sedes principales, ‘por supuesto’. Y pululando entre todo ello una frenética actividad económica de personas que van y vienen y que es lo que demuestra adónde ha tenido que ir la gente en vez de que todo el tinglado fuera adonde estaba esa gente y contribuir a un reparto mejor.

Qué ciudad tan proyectada de ‘hemos decidido hacerlo todo aquí’, que es como debería llamarse. Todo está allí, para los demás la ‘representación’, la ‘sucursal’ (una 4ª división). ¡Pero cómo se puede hablar desde ahí de financiación de nadie sin que se les salgan los colores!

A pesar de todo nunca será una de las grandes ciudades de Europa, le falta esa aura, pero en la España de ‘lo atropo para mí y vacío al resto’ es la indiscutible señora donde se inicia todo comienzo y termina todo trayecto como dicta la lógica del buen ombligo mirándose a sí mismo.

También adonde van las vidas errantes que no encuentran futuro en su lugar de origen, entre otras razones porque los destinos no son azares, sino diseños. Por cierto, orígenes obligados a abandonarse donde quedan los menos arriesgados a la aventura y los más desfavorablemente preparados, lo cual deja una clase de sociedad ya bastante dirigida a su propia condena. Ella sola.

Todo este introito para enfocar lo de la financiación tan de moda y que salta a la actualidad (como siempre) con la rabia que sólo merecen los catalanes. ¡Qué mal enfocan algunos el tiro! Pero financiación exagerada, callada e incluso aplaudida es la del sujeto social y político al que todo se le perdona, incluso por aquellos que están siendo perjudicados desde que España pivota sobre ese egocentrismo y la muy dudosa racionalidad económica.

Es penoso ser tonto y además aplaudírselo a uno mismo. Y no son uno, ni dos, sino muchos más los que se pisan a sí mismos, ¡y a la vez sonríen...!

Porque el centro no vertebra, es usura como bien ha demostrado. Se arrima a sí mismo todos los beneficios propios y los que le llegan de las ‘posesiones’. El centro sólo tiene mirada bizca, proyecta formas insolidarias de hacer España: ‘yo’, y por tanto es lo menos español de todo debido a su voraz agonía de acaparación bien demostrada en los amplios extrarradios que denuncian por sí mismos un mal reparto, una nula comprensión ‘nacional’ y un injusto desequilibrio con el resto.

Y la ciudad y la ínsula en sí ha crecido sin más grandeza ni mérito que ‘recaudar’ de todos y ‘aprovisionarse’ de las mejores matrices industriales para su escaparate y riqueza, mientras margina a la mayoría en la subsistencia en términos de comparación. Es el centro y su imán de poder, además de sus muchos favores ‘españoles’ quien impide toda vertebración honesta y repartida en un territorio forzado a tener posibilidades desiguales.

El poder en ese centro es un error político y económico como interés general bienintencionado. La gran España vaciada es un territorio esclavizado a la precariedad y la exportación continua de sus mejores activos humanos. El centro sólo tiene poder porque le ha sido dado, no porque la tierra lo provea; es mucho menos interesante que un litoral. Yo empleo la metáfora de ‘la habitación de interior’ en contraposición de ‘la exterior’ precisamente para explicar lo que puede verse y dar de sí desde una y otra. Y quién puede aportar más o quién está más limitada.

La configuración del Estado teniendo como ombligo al centro ha condicionado las relaciones de todos, las comunicaciones, las obligadas transacciones, las economías, las idiosincrasias, los futuros de los territorios y por lo tanto la propia vida del conjunto con muchos tributarios y un sólo gran beneficiado, ‘aislado’ no obstante de los amplios litorales que es donde la naturaleza es más generosa. Y eso es desequilibrio que es justo que atice los desencuentros y los agravios. Y si los perjudicados (la mayoría) no lo entienden así es por falta de aprendizaje reivindicativo, por una ausencia real de amor por la tierra de raíz, o porque les puede más ‘perder España’ (ese miedo atávico y sin cabeza) que el futuro de sí mismos. Y eso es un error. La espina que duele ha de sacarse. De modo que no hable ‘el centro’ de lo que no debe. No es ‘España’, eso es mentira. Es ‘Yo’ (no reparte, absorbe), consume y se sostiene de los demás, lo que le lleva a no reparar en su egocentrismo. ¿Por qué entonces todos los brillos ahí? ¿Porque es la capital? No es argumento suficiente ni sólido. Me pregunto por qué mi pueblo no puede tener algunas de esas manifestaciones de riqueza que tanto deslumbran. ¿Porque no es la capital? Tampoco es argumento.

Yo creo que la distribución de las riquezas y del desarrollo del Estado ha sido un error. Mucho no está donde debe estar. Creo también que en una figura geométrica de las características de la península, los litorales tan extensos pesan mucho (adiós Portugal, usted sí supo y pudo) y son de natural más fecundos, pero el poder político no está en ellos, sino en el centro, que es por definición más cerrado y está más ‘alejado’ de la apreciación abierta. La decisión de situar ese poder en el centro y de que haya sido tan significativo no fue económica, desde luego. Seguro obedeció a intereses políticos y hay que sospechar los peores. Y es que España es un simple forzamiento. Llamémoslo mentira.

La financiación de verdad es la actividad de uno mismo. También que cada representante político se implique y la defienda provocando la conexión de su territorio con el desarrollo de las actividades ligadas al fluir vertebrador de un geoespacio natural. Nunca forzar conexiones extrañas o infraestructuras difíciles y contrarias al buen discurrir, ni ir adonde no se debe ir sólo por política y no por economía. Por ejemplo, Cataluña, Valencia, Murcia y el oriente andaluz forman un indiscutible Corredor Mediterráneo ubérrimo. Ése es su desarrollo natural y no tiene sentido que se desvíe a ningún centro.

El interés de la región leonesa en cambio corre por la ruta oeste desde la Andalucía occidental, Extremadura y Asturias. También es un camino natural y está marcado desde siempre. Es el Corredor Atlántico. Esa es nuestra ‘verdadera financiación’ y el eje vertebral sobre el que hemos de hacer pivotar nuestras esperanzas. Naturalmente también el balcón Cantábrico. Pero claro, en nuestro caso antes hay que recuperar la región (que Castilla se vaya con su centro) y después nosotros mirar inequívocamente al norte, al noroeste y al oeste (¡qué añorado reino/país, para qué más!), el espacio histórico y natural de nuestro desarrollo sin distraernos con otros caminos menos convenientes y a desmano. Si no forzamos la oportunidad nunca sabremos de esas posibilidades reales, ni cuánto hemos malgastado las energías en ‘mirar al centro’ (contrafinanciación), tan apartado y hasta contrario a nuestro interés. La larga experiencia lo ha demostrado. Y el destino es Europa y el amplio mar.

¿Y el gran centro? Pues a sobrevivir en la ‘penumbra’ a la que están condenados todos los interiores que padecen tanta periferia litoral. Quizá acabe siendo autista.

El interés de la región leonesa en cambio corre por la ruta oeste desde la Andalucía occidental, Extremadura y Asturias. También es un camino natural y está marcado desde siempre. Es el Corredor Atlántico. Esa es nuestra ‘verdadera financiación’ y el eje vertebral sobre el que hemos de hacer pivotar nuestras esperanzas. Naturalmente también el balcón Cantábrico