Diario de León

TRIBUNA

Matías González
Sociólogo

La agro-berrea

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Cuando yo era chico, en mi aldea, por Navidad, nos despertaba cada mañana el alarido insoportable de los pobres gochos al ser acuchillados para abastecer las despensas de los labradores. Las matanzas se fueron, como se fue la nieve, porque los labradores se extinguieron antes y porque la carne de porcino la desestiman los doctores para los que quieren ser centenarios. Ahora las aldeas se desvanecen sin remedio, como ascuas de leña bajo la niebla.

Desaparecen los niños de la escuela, desaparecen las vacas de las veceras; hasta los pardales y las ranas han dejado de poblar los campos y las charcas. Ya no se escucha el clamor de los escolares tras los ventanales (Machado dixit). Ni la música de las campanas al llamar al ángelus, ni el rumor de las abejas entre las florestas, ni el trino de los jilgueros por las enramadas. Ahora todo es berrea.

Los exilados del arado, se descuelgan los sábados de sus almenas, en las urbes de los urbanícolas, y armados con sus correajes de mosqueteros nos destrozan la mañana a los lugareños con los berridos de la desbrozadora. Su bramar es idéntico al de los gochos de antaño que agonizaban bajo las cuchilladas del matachín. Los hierbajos de la huerta o el jardín no sangran ni sienten, dicen, aunque yo lo pongo en duda porque también son seres. Pero los que salimos de la cama a disfrutar de la mañana en la bendita quietud de la aldea, sentimos la bofetada sonora como un insoportable ultraje a nuestro derecho al bendito silencio.

Pero el urbanícola —y también el neorural— ya olvidó qué es eso del silencio. Vive en su celda de metacrilato, muy ufano, y ya se ha acostumbrado, (a la fuerza, ahorcan) a los ronquidos del vecino, los chasquidos del colector, los topetazos del ascensor, el bramido de las calles. Y regresa al pueblo de sus abuelos para oficiar brevemente de fashion-granjero, armado como mercenario Wagner, con su desbrozadora kalashnikov para sentirse embriagado por el aroma rural unas breves horas del finde .

Si solo fueran las desbrozadoras, la vida en la aldea aún tendría un remedio pero es que a la berrea del jardín y de la huerta se suma la de los motoracos de regar, los giga quads de antojo, las motorracas de rally, los tractorones de 200 caballos. Y la interminable familia del ciber laboreo agrícola: sembradoras, plantadoras, cosechadoras, empacadoras, sulfatadoras, pulverizadoras, cultivadoras y algunas -oras más. Y si no eran ya pocas, parió la yaya y llegaron los drones.

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