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TRIBUNA

ENRIQUE ORTEGA HERREROS
Médico psiquiatra jubilado

Pedir perdón

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Solo pretendo hacer algunas reflexiones en torno a la repetida «imposición» de unos mandamases políticos mejicanos empeñados en obtener un rédito político actual basándose en acontecimientos particulares y sesgados de una historia que comenzó hace quinientos años. Se trata de una reiterada demanda de que el rey de España «pida perdón, en nombre de España, de los abusos cometidos en la denominada conquista de México».

La cuestión no es si en dicho proceso se cometieron abusos y errores. Ni si el balance del mismo ha sido positivo o negativo. De sobra saben los peticionarios de la tal presunción que lo positivo ganó por goleada sobre lo negativo. No, lo que pretenden es sacar partido, al estilo populista para obtener un rédito político, utilizando el viejo sistema de recurrir a las pasiones humanas poniendo el énfasis en aquello que, supuestamente, les favorece, no haciendo ascos a remover la mierda.

Creo que desde 1836, año en el que España reconoció oficialmente la independencia de México y en otras ocasiones especiales (la última en 1991 fue el rey Juan Carlos), España, a través de sus máximos representantes, ha expresado su pesar por aquellos hechos que causaron daño a ciertas poblaciones indígenas. Ya está, se acabó la cuestión. Lo mismo que «es de bien nacido el ser agradecido», es el de agradecer «el acompañar en el sentimiento» ante el dolor ajeno. No hay que darle más vueltas. Pretender que el hecho se repita indefinidamente pone de manifiesto las intenciones espurias de los promotores de dicha petición que rezuman rencor y odio.

Conviene, además, creo yo, definir y aclarar el propio concepto del perdón para, después, acomodarlo a las circunstancias. Para empezar, el solicitar el perdón no supone el ser perdonado automáticamente, pues la concesión del mismo recae y pertenece al ofendido. En segundo lugar, y esto es sumamente importante, el solicitar el perdón recae necesariamente en la persona del ofensor o en las personas de los ofensores, y hacia la persona o personas ofendidas. Ya me dirán ustedes dónde se encuentran las personas ofensoras y las personas ofendidas en este caso. Imagínense, por un instante, que España «exigiese» a México, cada cierto tiempo, una declaración al más alto nivel institucional poniendo un gran énfasis en las bondades y aciertos de la conquista en cuestión. Sin comentarios. ¿Y qué les parecería si España «exigiese», por ejemplo, a Italia que pidiese perdón por la dominación romana, o a Francia, más cercana en el tiempo, sobre los desmanes (que fueron muchos) llevados a cabo durante la guerra de la Independencia? Lamentar lo ocurrido no es lo mismo que pretender modificar el curso de la Historia. Hay, pues, mucho populismo barato y de cantamañanas, primero ejerciendo de charlatanes de feria, y rebuscando en la basura después. Vivir en el presente, resucitando el pasado, puede y debe servir para mejorar el futuro. La memoria debe servir para, entre otras cosas, procurar que lo negativo del pasado no se repita en el futuro. Lo demás es otra historia, cuando no pura demagogia.

En el Sacramento de la Confesión de la religión católica se establece que el «pecador» se arrepienta, pida perdón, tenga propósito de enmienda y cumpla la penitencia acordada al efecto. No se menciona para nada el pedir perdón por los «pecados» de sus ancestros (es cierto que queda una deuda pendiente con lo del pecado original, pero tampoco es cuestión de recriminárselo a Adán, y Eva…). Traigo a colación esta aparente digresión para remarcar tanto el factor tiempo transcurrido como los actores implicados en los hechos. Es sabido que existen en la naturaleza humana diferentes formas de interpretar los hechos tratando cada cual de «arrimar el ascua a su sardina». Ver la paja en el ojo ajeno, buscar la culpa en el otro y pretender beneficiarse del asunto es algo tan viejo como el mundo. Hay gente que se pasa un montón con esa dinámica. No hace mucho tiempo leí que un hijo había decidido denunciar a sus padres por haberle traído a este mundo sin su consentimiento. Ignoro si la denuncia ha prosperado o no, pero imagínense que fuese admitida a trámite, simplemente…

Por otra parte, y volviendo al tema de esos gerifaltes mejicanos, ¿es que no se dan cuenta de que son ellos mismos más «herederos» de los conquistadores que el propio rey de España? Al llegar a esta última consideración, siempre me viene a la mente el dicho: «el primero que lo huele, debajo de las faldas lo tiene». Por otra parte, es a ellos, en la actualidad, a quienes incumbe «resarcir» a esas comunidades maltratadas. Que se dejen de echar balones fuera, que asuman su obligación y no endosen supuestas responsabilidades al maestro armero o a los tatarabuelos de los tatarabuelos de sus tatarabuelos.

España es un país que ama a México, país soberano y con quien comparte tanta cultura y civilización. El pueblo mejicano no se merece ser manipulado y engañado. Y España tampoco se merece el feo de no invitar al jefe de su Estado a la toma de posesión de su nueva presidenta. Es una pena que por razones claramente populistas se retuerzan los argumentos, enfaticen la supuesta incorrección de la falta de respuesta del Monarca a la carta solicitando (exigiendo) se digne pedir perdón etc. para justificar su conducta. Ignoro si, realmente, hubo o no contestación a la misiva mejicana. Si la hubo, mienten con descaro dándose por ofendidos, y si no la hubo, yo personalmente lo lamento pues se habría perdido una buena ocasión para dar un repaso educado pero contundente al Sr. Obrador. En este caso yo no habría dado la callada por respuesta, por aquello de «a palabras necias, oídos sordos».

Conviene señalar una vez más que una cosa son los pueblos y otra los gobiernos de los mismos. Los españoles y los mejicanos no están ni en guerra ni se odian, más bien al contrario. Que nos dejen tranquilos esos políticos enredadores contumaces (ya sé que no todos, gracias a Dios, pero que abundan mucho eso es incuestionable) y con grandes dosis de parasitismo que tanto se miran al ombligo insistiendo en que se parten el lomo trabajando por el bienestar del pueblo. Claro que en gran parte pasa lo que pasa por la indolencia, atolondramiento o pasotismo del personal. Tampoco me extrañaría que, en los ADN tanto del español como del mejicano, haya elementos «cainitas» que se ponen de manifiesto de vez en cuando, y entonces ocurre lo que ocurre…

Creo que desde 1836, año en el que España reconoció la independencia de México y en otras ocasiones especiales (la última en 1991 fue el rey Juan Carlos), España, a través de sus máximos representantes, ha expresado su pesar por el daño a ciertas poblaciones indígenas. Ya está, se acabó la cuestión