TRIBUNA
El Líbano de nuevo
Cuando llegué a Beirut, el 23 de mayo de 2000, todo el mundo estaba preparándose para la fiesta del día siguiente. Se cumplía un año desde que Hezbolá expulsara a los judíos del sur del Líbano después de dieciocho años de ocupación.
Después de siete horas de autobús y otra de problemas burocráticos en la frontera, estaba en la capital de un sorprendente país en el que las montañas bajan a besar el mar, y las casas se encaramaban en ellas. El espíritu comerciante de los antiguos fenicios seguía vigente, como pude comprobar nada más preguntar en el hotel y dar media vuelta para irme. «One moment. What’s your budget?».
Sentado en una terraza de la Place de l’Etoile, mientras apuraba una cerveza Almaza, pude admirar a las mujeres más elegantes del mundo. Señoras que seguramente habían conocido la guerra, primorosamente vestidas, degustaban sus refrescos mientras se pasaban graciosamente la boquilla de la narguile.
El hotel me salió barato, pero su dueño aprovechó para colocarme en una excursión por el valle de la Bekaa, junto a un matrimonio de jubilados brasileños. Visitamos Anjar y, por supuesto, Baalbek, cuyos antiguos templos parecían querer competir en majestuosidad y colosalismo con el mismísimo monte Hermón, cabeza del Antilíbano.
De vuelta a Beirut, en uno de los múltiples controles de carreteras de los ejércitos sirio, libanés, o de los milicianos de Hezbolá, conocí a esta organización por vez primera. Recaudaban fondos y hubo que colaborar. Yo no lo hice muy convencido ya que, entonces, todavía creía en la propaganda occidental.
Hacía un año que la milicia chiita Hezbolá había liberado la franja del sur del Líbano, ocupada por Israel desde 1982, año en el que las tropas judías llegaron a tomar Beirut. La pérdida de esa franja de seguridad de ochocientos kilómetros cuadrados supuso un duro revés para Israel, así como su primera derrota militar.
Antes de la actual invasión, Israel aun habría de invadir el sur del Líbano en 2006, en un intento por desarticular Hezbolá y en el que las FDI se enredaron durante treinta y cuatro días, sufriendo innumerables bajas.
La nueva incursión, recientemente iniciada, es consecuencia directa de la guerra de Gaza, en la que los israelitas llevan ya un año empantanados, y del alineamiento de Hezbolá dentro del Eje de la Resistencia junto con Irán y Ansarolá. Con todo, esta nueva invasión muestra diferencias cualitativas con las anteriores, tanto por parte libanesa cómo por la israelita.
Las sucesivas invasiones sirvieron para reforzar la cohesión de las diversas fuerzas libanesas en torno a Hezbolá, y no solo de las fuerzas musulmanas, sino también de importantes grupos cristianos. Así, frente a «Alianza de 14 de marzo», pro-occidental y pro-saudí, está cobrando cada vez más fuerza la «Alianza de 8 de Marzo», que engloba, entre otros, a Hezbolá y Amal; a grupos izquierdistas de origen cristiano como el Baaz o el Partido Comunista Libanés; y también a cuatro importantes grupos cristianos, como son el Movimiento Marada de Suleiman Frangie; el Movimiento Patriótico Libre del ex-presidente Michel Aoun, liderazgo ahora por Gebran Bassil; el Partido Social Nacionalista Sirio, y la histórica Federación Revolucionaria Armenia.
Durante la reciente guerra de Siria, los libaneses pudieron comprobar como el Estado Islámico, financiado por Occidente y apoyado logísticamente por Israel, que atendía a sus heridos en los hospitales judíos, masacraba a los cristianos de Oriente; mientras que Hezbolá, que también tomó partido en la guerra, era quien los defendía. Todo esto hizo aumentar el sentimiento antisionista y antioccidental entre la población libanesa.
Por su parte, Israel, ante la posibilidad de perder la guerra de Gaza, está cambiando sus planteamientos estratégicos. Dentro de este cambio se enmarca el llamado «Plan de los Generales» de Giora Eliand, que pretende borrar cualquier señal de vida palestina en el norte de Gaza, así como la «Doctrina Dahiya» del también general Gadi Eisenkot, que propone ignorar el carácter irregular de la guerrilla de Hezbolá y golpearla como si fuese un estado, como si todo el Líbano estuviese controlado por Hezbolá. Así, según esta doctrina, Israel debe destruir todos los puntos estratégicos de la sociedad libanesa, aplicándoles un castigo colectivo.
En este castigo se enmarcan los recientes ataques a las fuerzas de las Naciones Unidas, así como las declaraciones de Benjamin Netanyahu para que evacúen sus posiciones. Israel no quiere testigos de la limpieza étnica que piensa llevar a cabo en el sur del Líbano con el fin de cortar de cuajo el apoyo de la población chiita, y no chiita, a Hezbolá.
Llegados a este punto, no tengo muy claro si los generales y políticos israelitas son conscientes de que su actuación va a aglutinar a todas las facciones libanesas en torno a Hezbolá y en contra suya. Tampoco tengo claro que los gobernantes y soldados de este estado psicópata sean conscientes de su propia deshumanización.