TRIBUNA
Autonomía leonesa: la suerte de Rosita Alvírez
«El día que la mataron, Rosita estaba de suerte: de tres tiros que le dieron, no más uno era de muerte». A quien no conozca el corrido Rosita Alvírez le aclaro que a Rosita la mató Hipólito por «desairista». El viejo matón no aceptó el desaire con que Rosita, sabiéndose la más bonita, respondió a su invitación a bailar; así que, pidiéndole que no lo desairara, pues la gente lo iba a notar, sacó la pistola y le dio tres tiros, aunque por suerte para ella solo uno era mortal.
El baile autonómico empezó con el desaire de Almería en el Referéndum 28-F de la autonomía andaluza. Adolfo Suárez y Felipe González se convirtieron en matones para sobrevivir políticamente al Estado Autonómico que acababan de crear. No les importó llegar a un acuerdo para pegarle dos tiros a la propia Constitución (CE 78): la LO 12/1980 y la LO 13/1980, de 16 de diciembre, ambas inconstitucionales. El tercero sería el de los Pactos Autonómicos de 1981, suscritos por Calvo-Sotelo y González, que dieron lugar al mapa del Estado Autonómico Español, que es aconstitucional. Estos matones y un tercero, Hipólito Zapatero, se servirían de cazarrecompensas para proseguir su labor de anular las aspiraciones autonómicas leonesas.
El primer matón cazarrecompensas de la Autonomía Leonesa (AL) fue Hipólito Martín-Villa, que le pegó tres tiros. El primero como reacción a los resultados electorales de las primeras elecciones autonómicas del País Vasco y de Cataluña (9 y 20 de marzo de 1980), en las que, en el País Vasco, la UCD perdió 100.000 votos respecto de las generales de marzo de 1979, y el PSOE, 60.000; en Cataluña, la UCD perdió 200.000 y los socialistas 185.000, resultados que confirmaron el triunfo de los nacionalistas moderados de centro y el auge de los nacionalistas radicales e independentistas de izquierda, una clara amenaza para la preponderancia de los partidos estatales. El segundo fue el de las «razones de Estado», un disparo que hizo mucho ruido, pero que solo asustó a los ignorantes que atribuyeron a un supuesto todopoderoso ministro del Gobierno la capacidad de anteponer tales razones al falso corazón en la mano. Puro fogueo, puesto que Martín-Villa había sido cesado por matón («la porra de la Transición») en abril de 1979; en octubre de ese año sería nombrado presidente de la Comisión de Autonomías de la UCD, su único poder, y no vuelve al Gobierno hasta septiembre de 1980, cuando ya en Astorga, el 25 de marzo, le había pegado el tiro de la suerte a la AL metiendo a León en el conglomerado castillonés. El tercer tiro fue el de la pasión por la poltrona, debido a que sus aspiraciones a volver al Gobierno pasaban por obedecer el mandato de súper Hipólito Suárez de integrar las provincias leonesas en la CA Castellano-Leonesa, lo que efectivamente ocurrió, recibiendo como recompensa, ahora sí, el sillón del Ministerio de Administración Territorial.
¿Qué significó el Estatuto de 1983? Respecto del territorio, hay que decir que la Disposición Transitoria 7 (DT7) del Estatuto («incorporación de provincias limítrofes») dejaba la puerta abierta a que Santander y Logroño pudieran volver al redil castellano. También permitía, en su punto 3, que se segregasen territorios y municipios de la propia Castilla-León a otra Comunidad, pensando (bien) en el Condado de Treviño y (mal) en El Bierzo, para ver si así se rompía León.
La voluntad autonomista leonesa había desairado a los matones en manifestaciones y encuestas que apoyaban, en último lugar, la unión con la fracción de Castilla. Aprobado el Estatuto de 1983 con la opción más indeseada por los leoneses, Hipólito Zapatero, antes de convertirse en matón, quiso actuar como buen redentor, encargándole en 2004 a su ministro de Justicia, López Aguilar, un informe jurídico para la separación de la Región Leonesa de la CA de CyL. No sabemos qué ocurrió (aunque no es difícil de imaginar, considerando el trato dado por los socialistas pucelanos a sus camaradas leoneses en 1980, práctica que se repetiría en 2005 con el amago de Ángel Villalba de pedir el reconocimiento de la birregionalidad en el nuevo Estatuto), solo que Hipólito Zapatero, ahora, en el mejor estilo PPOE, se asoció con Hipólito Herrera, para darle el tiro de gracia a la AL con el Estatuto de 2007, poniendo obstáculos a la segregación.
El primer tiro de Hipólito Herrera es el de la identidad, con la creación de la «Comunidad histórica» de Castilla y León, inventando un nacionalismo castillonés que existiría desde 1230, una falsedad histórica que acabaría en el Preámbulo del nuevo Estatuto. El segundo tiro fue el del territorio, concretado en la célebre: «la Cuenca del Duero es Castilla y León, y Castilla y León es la Cuenca del Duero», pronunciada por el presidente en el Día de la Comunidad (2005). El tercer tiro fue el de la mala fe, obra conjunta de los Hipólitos Herrera y Zapatero.
La mala fe aquí desplegada merece trato singular. Machacada en 2005 la birregionalidad del secretario socialista castillonés por sus propios correligionarios, el PPOE se afana para que la Región Leonesa nunca pueda segregarse del pastiche conglomerado. Así, la Disposición Transitoria Tercera (DT3) «Segregación de enclaves», en su punto 1, deja bien claro que lo único que en esta CA se puede segregar es un enclave o territorio de una provincia. Ahora comparen con el Estatuto vasco, donde si bien nada se establece sobre hipotéticas segregaciones del territorio del País Vasco, sí pueden los territorios históricos (es decir, cada una de las antiguas Provincias Vascongadas) «conservar o, en su caso, restablecer y actualizar su organización o instituciones privativas de autogobierno» (Art. 3). Más aún, dado el carácter federal que, además de este Art. 3, tienen los Arts. 37, 39, 40, 41 y 47 del Estatuto, así como toda la Ley de Territorios Históricos, bien puede considerarse que hay trabazón jurídica suficiente para que cada uno de ellos pudiera reclamar su segregación de la Comunidad Autónoma. ¿Por qué no se dispuso un procedimiento análogo para la creación del pastiche Castilla-León devenido en Castilla y León? Pues por la malintencionada razón franquista del PPOE de dejar todo «atado y bien atado». Nada que tenga que ver con una inteligente visión anticipatoria de lo que ha terminado por suceder, la imperiosa necesidad de escisión de la Región Leonesa del conglomerado. Hipólito Zapatero elevaría a sus más elevadas cotas la mala fe del converso dando su aval al nuevo Estatuto de CyL, convirtiéndose en el único presidente de Gobierno que toma la palabra en las Cortes para defender un Estatuto de Autonomía.
Hipólito Mañueco también ha disparado sus tres tiros: el de la «Comunidad de éxito», una salva propia de efemérides en realidad; el del «leonesismo útil», una bengala para alumbrar a ignorantes, y un tercero, el de prevaricadora mala fe que cada año dispara con el fin de que sea el de la suerte: el presupuesto anual, devastador del PER (población, empleo y renta) leonés.
La AL ha desairado a muchos matones; no por más bonita, sino porque no la dejan ser como las demás, y, sobre todo, porque desde el primer momento la obligaron a bailar en una pista-pastiche-conglomerado que nunca quiso pisar. Y si los tiros de la buena suerte contra la AL los dieron la obsesión por la poltrona, la caza de la recompensa y la mala fe, sería la camaleónica actitud del presunto leonés, Hipólito ZP, el disparo más hiriente, chaqueteando en apenas tres años el buenismo élfico de redentor autonomista leonés hasta convertirlo en la más furibunda reacción del converso castillonés. No obstante, habremos de agradecerle sus brillantes ocurrencias compensatorias, como la de que nos olvidemos de la Autonomía y nos apliquemos a engordar la Diputación. Me rindo: esclarecedor, luminoso, genial.
Pero si algún Hipólito matón piensa que de esa pista pastiche la AL solo saldrá con los pies por delante, se equivoca, pues a la historia, a la cultura y a la razón no se les puede matar. Claro que, por si acaso, el autonomismo leonés no deberá olvidar ni por un instante que «hay que ser conflictivistas antes que desairistas».