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TRIBUNA

RICARDO MAGAZ
Profesor de Fenomenología Criminal de UNED y escritor

Perjuros y blanqueadores

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A veces me preguntan si el concepto «Síndrome del perjuro blanqueador» que empleo en ocasiones (la última vez en este periódico) para definir la actitud de personas que, con la reputación cuestionada, mienten deliberadamente para lavar sus fechorías, ya sean de carácter criminal o sociopolítico, está acuñado científicamente o si es un rudimento propio, a fin de darle carta de naturaleza.

En efecto, se trata de un constructo propio que ya divulgué hace años en la revista de la Sociedad Española de Criminología (SCEC). La expresión completa está aparejada a partir de tres conceptos.

Así, podemos decir que, en este sentido concreto, «síndrome» se aplica como conjunto de rasgos y características de un estado determinado, generalmente negativo, que concurren en tiempo y forma. En este caso que nos trae, con manifiesta reincidencia.

Por su parte, «perjuro», que no es actualmente de uso común en España, sin embargo, sí se maneja en otros lugares como EE UU donde goza de indiscutible utilidad en el ámbito de los tribunales. En nuestro país vendría a ser una especie de falso testimonio de quien está obligado a decir la verdad por diversas razones.

Respecto a «blanqueador», es sin duda la voz más genérica. Su interés está hoy en día situado en el terreno socioeconómico y delincuencial para precisar el comportamiento de una persona que, amén de alterar la verdad engañando y defraudando, insiste en «sanear» una acción que, per se, resulta intrínsicamente inmoral o de Código Penal, aplicando técnicas de purificación de imagen.

Con todo, el Síndrome del perjuro blanqueador es una concepción compleja con la que se pretende compendiar hechos de abuso obstinado e intento de manipulación de la opinión pública con el uso de narrativas favorables al transgresor o al negligente para legitimar actos presuntamente corruptos o indignos. Por consiguiente, estamos ante una demostración de cómo individuos, normalmente con recursos e influencia, utilizan el perjurio (léase engaño tergiversador) con objeto de conservar estatus o evadir responsabilidades.

En la política española tenemos, sin ir más lejos, un dilatado abanico de ruindades de este tenor.

Por otro lado, en el contexto de la criminología, el Síndrome del perjuro blanqueador afecta como es lógico al sistema judicial. Esto hace que demostrar ciertos delitos sea dificultoso, e implica una distorsión de los hechos que contribuye a la impunidad.

De tal modo, las características clave del Síndrome del perjuro blanqueador, serían a mi juicio, entre otras:

—Manipulación de la percepción pública. En muchos casos, el perjurio se realiza no solo para evitar la acción de la justica, sino para proteger la imagen frente a la sociedad y los medios de comunicación.

—Uso estratégico de recursos legales. Acudir a un equipo legal cualificado ayuda a construir narrativas adecuadas y defenderse usando el perjurio de forma calculada. A través de asesoramiento especializado se encuentran grietas en la ley o tecnicismos que permiten eludir las consecuencias

—Papel de los medios de comunicación. Los medios juegan un rol fundamental en este fenómeno. En numerosas ocasiones, quienes usan el «perjurio blanqueador» buscan servicios y estrategias de gabinetes que amplifican la versión disfrazada de los hechos en los medios de comunicación, «lavando» sus infracciones u omisiones, presentándolas como situaciones explicables o incluso honestas.

—Argucia emocional y presión social. Hay casos, bastantes, de investigados que emplean tácticas de manipulación emocional para ganar simpatías del público y de los jurados o tribunales, si el tema está judicializado; presentarse como víctimas de una persecución injusta o sugerir que los denunciantes tienen propósitos ocultos son procedimientos muy comunes.

Resultaría largo de enumerar todas las tipologías conocidas del Síndrome del perjuro blanqueador. Por poner de manifiesto finalmente algunos paradigmas de diferente etiología, podemos citar de antiguo al monarca Fernando VII (apodado por el pueblo «el rey Felón» por este motivo) o, ya en nuestro tiempo, a los políticos autonómicos y nacionales, absolutamente miserables, que abandonaron a su suerte y con el agua al cuello durante los primeros días a decenas de miles de afectados por la dana en la Comunidad Valenciana, tramando luego argumentos exculpatorios falaces para enjuagar su negligencia patibularia con varios centenares de muertos en la morgue.

Igual de despreciable que la actitud del ministro del Interior Fernando Grande-Marlaska mintiendo reiteradamente a las víctimas de la banda terrorista ETA y blanqueando a los bilduetarras.

Siguiendo en el ámbito criminal, estaríamos asimismo ante el universo de personas acusadas de transgresiones penales y singularmente de homicidios y asesinatos por su gravedad. Y, por supuesto, en el plano de la corrupción infamante, cualquiera de las tramas que nos ofrecen los telediarios día a día.

Lo dicho, Síndrome del perjuro blanqueador.

Es una demostración de cómo individuos, normalmente con recursos e influencia, utilizan el perjurio (léase engaño tergiversador) para conservar estatus o evadir responsabilidades