El Dr. Jekyll y Mr. Milhouse
Siempre tuvimos a los señoritos bien de clase media, esos con un padre abogado o funcionario que vestían de abrigo de paño y leían lentamente los periódicos en los cafés, que cuando llegaban a la adolescencia y les estallaba el acné les daba por activar el modo revolucionario y se volvían de lo más radical y progre. En España esta especie ha sido fructífera y la mayor parte de las veces nos da una cosecha entrañable y paradójica, si la cosa no va a más, que también puede darse y entonces la situación se vuelve seria: la de los señoritos que se pasan de rosca.
Uno los conocía bien, cuando se los topaba en los pasillos y le arengaban sobre la abolición de la propiedad privada y el Che, con un jersey de Fred Perry, sabía ya que era uno de ellos, era fácil identificarlos, y muchas veces hubiese sido agradable unirse al selectivo grupo, pero no todo el mundo podía permitírselo, y es que había que ganarse la vida. Estos rojillos de salón al cabo de unos años te hablaban con superioridad moral e intelectual, mezclaban a Kropotkin y el anarcosindicalismo con el marxismo-leninismo, las utopías socialistas y las minifaldas. Tenían su cosa, la verdad, sobre todo la cosa de la contradicción interna de criticar a los burgueses desde un Mercedes, que viene a ser como gritar consignas veganas mientras se devora un entrecot. Y aun así los querían y ligaban. Qué tíos.Con todas estas dualidades pueden encontrarse en el callejón sinuoso de la contradicción, de la trampa entre el ser y el deber ser, de la persona y el personaje, como nos dijo el otro día el señor Errejón. R.L. Stevenson de alguna manera ya nos había anticipado el caso, el del doctor burgués, querido y admirado, y su alter ego, Mr. Hyde, ese ser depravado que cometía los crímenes atroces por las oscuras calles de la periferia, y siendo dos personas, sin embargo, eran la misma, y así es lo mismo el político feminista y el vicioso acosador, o eso quiere decirnos el pequeño Milhouse. Pero no. Decimos que no porque solo hay una persona y una ficción. La persona era la desconocida y la ficción la que le permitió el escaño. La única verdad no era el personaje, sino la persona, tras la que se escondía, o no se escondía tanto, ese Mr. Hyde, puesto que parece ser que su actitud era pública allá en los madriles y solamente sus más íntimos y allegados de partido desconocían esta condición humana. Y como buen señorito sabe que la culpa no es suya; la responsabilidad le viene de una educación burguesa, de haberse dejado seducir por la amoralidad de la clase media, por contonearse al ritmo de un vals neocapitalista que lo han apartado de todo lo que quiso y no ha llegado a ser; y por supuesto, la responsabilidad le viene de una familia paternalista y siga usted anotando, puesto que estos señoritos nunca son responsables, sino que habrá que acusar a la familia acomodada en la que se ha educado, a la universidad donde ha impartido las clases y le han pagado una perversora nómina y al padre que no puede dar crédito a que su entrañable vástago sea en realidad el terrible Mr. Hyde. En clave personal, la desgracia de ser un compendio de adicciones. Quizá, como nos enseñó Platón, con la vejez consiga librarse de la tiranía de los sentidos, pero la vejez le queda lejos y la instrucción penal cerca, y así, sobreviviente, no muere como Hyde, al menos físicamente. Le llega velozmente la muerte espiritual, pues si ya era poco querido por los rivales, será aún más odiado por los que eran los suyos, como les sucede a todos los apóstatas y a todos los impostores. Odiado por todos, repudiado por los suyos, pudiera tener un final a lo Bonaparte en Santa Elena, aunque él no es Bonaparte, ni tenemos una isla a los efectos. Aunque Madrid, populosa de cadáveres gubernamentales, puede ser mucho más cruel que el peñón del destierro, y es que si Anatole France nos habló de un cadáver exquisito, Errejón no pasará de cadáver maldito.En clave política, se cuadra al toro de Sumar para darle la certera estocada. Desde Podemos, sabedores de la bomba que suponía el señor Errejón, se han decido a detonarla cuando ha llegado el momento de que regrese a los focos mediáticos nuestro inteligente y también dual Marqués de Galapagar. Una faena política a largo plazo, digna de su maestro Mao, de dos orejas en Las Ventas.