Diario de León
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León

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NO es hora ya del consabido resumen anual, que debería haber hecho el último sábado del año, en que por razones que no vienen al caso, no pude escribir; pero sí de analizar algunos hechos relevantes del pasado año, cuyas consecuencias se dejarán sentir con fuerza en las próximas elecciones municipales y autonómicas. Por supuesto, me hubiera gustado hablar del cambio de las pesetas por euros y el encarecimiento de la vida, de las sucesivas mareas negras del Prestige, de la lucha sostenida por el gobierno, la oposición y el juez Garzón contra Eta y sus cómplices, de las Edades del Hombre en Nueva York o del caso Nevenka, que obligó a Ismael Álvarez a dejar el ayuntamiento de Ponferrada. Sin embargo, aún sin ese resumen, respecto a todos estos acontecimientos he emitido, a lo largo del año, mi opinión, que los lectores habituales ya conocen. El Prestige está provocando una catástrofe ecológica sin precedentes, cuyas consecuencias están aún por evaluar y por solucionar; pero la crisis suscitada por su hundimiento todavía no se ha decantado desde el punto de vista político. El gobierno del PP cometió muchos errores, informó mal y no puso a tiempo los medios necesarios para paliar el desastre; el dinero no puede blanquear la imagen de políticos que se han manchado con el chapapote, y muchos, incluido algún inocente, pagarán su implicación directa en este asunto. El PSOE cometió también los suyos pero saldrá beneficado de ella, como proclamó a los cuatro vientos un tonto diputado autonómico, ahora defenestrado. Todos los analistas han señalado a los nacionalistas del Bloque como los grandes beneficiados: el chapapote ha sido una inyección de oxígeno -vaya paradoja- para un partido ahogado en las últimas elecciones. Sin embargo, no estoy tan seguro de que tengan razón. La solidaridad ecológica pero también patrióticas de miles de españoles, venidos de todas las comunidades, ha quebrado el discurso victimistas de estos nacionalistas. El nacionalismo está por esto y por otras razones un tanto alicaído. El presidente Pujol, en su último discurso de fin de año, tiraba de las orejas a sus conciudadanos por la relajación del sentimiento nacionalista ¡hay que mantener la tensión, pues solo la reivindicación constante alienta el voto nacionalista!. Ibarreche, por su parte, ve como el 55 por ciento de los vascos se declaran, pese al miedo, abiertamente no nacionalistas frente a solo un 36 por ciento que dicen serlo. ¡Qué le importa! La realidad no va con él, sigue en sus trece propagando a los cuatro vientos su estrambótica propuesta soberanista, que no trae la paz y divide aún más a los vascos, solo que ahora los opositores, pese al terror, ya no se callan. La ley de Partidos, el impulso de Garzón a la ilegalización de Batasuna y los golpes sufridos por la dirección etarra enfrían el sentimiento nacionalista de muchos vascos; son datos que se deberán reflejar electoralmente en el mes de mayo. Pero hay razones que pueden alentar otros nacionalismos de menor fuste. Por ejemplo en Castilla y León, el grave despoblamiento de nuestra comunidad es una de ellas. Los últimos datos demográficos son decepcionantes en lo que se refiere a la zona oeste, las provincias de León, Zamora y Salamanca, que son las que han sufrido los descensos más pronunciados de toda España. La huída masiva de jóvenes en busca de futuro a otras comunidades y el envejecimiento de la población son consecuencia de una agricultura no competitiva y subsidiada, una minería en retroceso y una desindustrialización progresiva en una tierra ya precariamente industrializada. Es esta realidad la que justifica las protestas de la UPL, aunque dudo de la bondad de sus alternativas. Esto o el error del peaje de la autopista de Astorga a León, que convierte a los ciudadanos leoneses de la diócesis de Astorga, especialmente maragatos y bercianos, en ciudadanos de segunda categoría da alas, con razón, a las protestas del mencionado partido o a las del Partido del Bierzo. Algunos se empecinan en perder las próximas elecciones, ¡qué le vamos a hacer!

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