Pero, ¿existe Bin Laden?

YA casi nadie recuerda que nos contaron que el Mulá Omar huyó de Kabul en una motocicleta de pequeña cilindrada, una especie de vespino. De los demás líderes talibanes hemos sabido muy poco. De algunos, que fueron trasladados a la base norteamericana, en territorio cubano, de Guantánamo, desde donde han llegado referencias lejanas y difusas de las torturas que han estado sufriendo sin que nadie se haya preocupado mucho por ello. En estos tiempos, los derechos humanos de los sospechosos no tienen mucha vigencia. Ahora ya no hay periodistas en Afganistán ni organizaciones que vigilen la igualdad de derechos de las mujeres ni información sobre el respeto de los derechos humanos ni de los planes electorales ni de modernización del país. Afganistán ya no tiene interés informativo, porque las miradas de los mercados están ceñidas sobre Irak, segundo país del mundo en producción de petróleo. Casi al día siguiente de que cayera la última bomba sobre Kabul, el fantasma de Bin Laden se desvaneció junto al vespino del Mulá Omar y se intercambió el protagonismo de esta opereta por el muñecón de Sadam Husein, como verdadero enemigo a batir. Tampoco nadie se ha preguntado por qué ahora el peligro está en Irak, cuando ni los servicios de inteligencia han tratado de relacionar a Sadam Husein con los atentados de las Torres Gemelas. El caso es que la operación «justicia infinita» ya no tiene utilidad económica y ahora se trata de solucionar problemas de petróleo. Y los telediarios hablan de Irak y de su potencialidad militar sin que nadie se haya tomado la molestia de averiguar si allí existe algún misil. Sencillamente, no podemos permitir que la realidad estropee una buena guerra. No es la primera vez en la historia de la humanidad en que la generalidad de los poderes públicos se concitan, impasibles, para presenciar un despropósito que nadie quiere denunciar. La guerra, el despliegue de un cuarto de millón de hombres del ejército más poderoso de todos los tiempos, se va a efectuar a pesar de que las condiciones que se habían establecido para hacerlo no se han podido cumplir. Los inspectores de la ONU fueron a Irak, cuando se aseguraba que no se les permitiría el acceso. El gobierno de Sadam Husein ha entregado, disciplinadamente, su informe. Irak ha accedido a todas y cada una de las exigencias formuladas, sin que nadie haya podido demostrar ni mentiras en sus informes ni falta de colaboración con lo dispuesto en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Y la maquinaria de la guerra, con vida propia e independiente de las condiciones acordadas, sigue su inexorable camino hacia la destrucción. Cuando el amigo americano acabe con Sadam Husein, ¿necesitará un nuevo recambio para otra guerra? Siempre nos quedará Corea del Norte como recurso. ¿Existió, realmente, Ben Laden? ¿Estamos seguros de que Sadam Husein no tiene un vespino guardado en su garaje de Bagdad?