Volver a casa

En los grandes «puentes», que en España edificamos todos los meses, son siempre más los que emprenden el camino de ida que los que regresan. Carretera y manta. Ahora estamos contentos porque, por segundo año consecutivo, ha descendido el número de muertos, que es el que se contabiliza siempre. -Los parapléjicos no se reflejan en las estadísticas-. En el 2002, que en paz descansa, sólo se fueron a descansaren paz por culpa de los accidentes de carretera, aunque no estaban cansados, 4.026 compatriotas. Como dice Carlos Luis Álvarez, más que en algunas grandes batallas de la Segunda Guerra Mundial y más que en el asalto a la Bastilla o al Palacio de Invierno. Una exageración. Si ese es el precio del progreso, hay que pensarlo mucho antes de adquirirlo. El volante se ha convertido en una ruleta para jugarse la vida en nuestro propio casino, generalmente comprado a plazos. Pero no es cosa de abominar del automóvil y sentir añoranza de la época en que se viajaba en burro, que es el mejor medio para contemplar el paisaje, ya que en burro «todo es ventanilla». A quienes preferimos el tren se nos acaba de recordar que ningún medio de transporte está exento de peligro, con el descarrilamiento del Talgo de Madrid a Cartagena. Del avión no hablemos, aunque haya compañías aéreas que digan que lo más arriesgado del vuelo es el trayecto en coche hasta el aeropuerto. ¿Qué hacer entonces?. Cualquier cosa menos quedarse quietos y creer que todos nuestros males provienen de no saber permanecer en nuestra habitación. Ya lo dijo Blas Pascal, pero no es punto redondo. Una cosa sí puede hacerse: no beber ni una puñetera copa antes de conducir. A la escalofriante cifra de muertos en carretera del año pasado se añade otro dato que produce otro escalofrío: un 48 por ciento de los que no volvieron a casa, o sea, casi la mitad de los fallecidos, al practicarle la autopsia, habían consumido bebidas alcohólicas. Hay que elegir: beber o conducir. Yo ya lo hice. No conduzco.