Cárceles «a esgalla»

LOS golpes de efecto del Gobierno del PP en su afán por desviar la atención de la crisis del chapapote (la palabra que burló la censura de marea negra) empiezan a ser preocupantes. Han pasado de prometer condiciones más duras para la excarcelación de terroristas (cosa improbable para más de 600 presos etarras a los que es de aplicación el código penal de 1973 o 1995) a vender siete nuevas cárceles y, con el mismo talante de encerrar lo molesto, lo insoluble, se niega al parlamento de Galicia toda la documentación del caso Prestige. A lo peor, ni siquiera son golpes de efecto, sino la pura esencia de un talante de gobierno que utiliza el clamor social cocinado en sus fogones como la coartada perfecta de un nuevo orden social. Los horizontes del país son OT, Gran Hermano, la suerte de un boleto o un enchufe en la administración más cercana. Se vilipendia a la escuela pública, a pesar de que de sus aulas están saliendo las generaciones más y mejor preparadas del país; el acceso universal a la sanidad se ve como un lastre y se inventan sofisticados sistemas para maquillar las listas de espera. Los servicios sociales se convierten en un negocio, cuando no son producto del esfuerzo de asociaciones de afectados por solucionar sus propios problemas ante la pasividad del Estado, de las comunidades autónomas y de los municipios. Pero se construyen cárceles a esgalla, ahora que a los leoneses nos invitan a apadrinar los restos de las viejas hablas leonesas (le dicen llionés, negando la variedad y riqueza comarcal) para que no se pierdan definitivamente en la uniformidad de la globalización. Las palabras se mueren por falta de sentido, por el olvido de la memoria de las cosas. Porque los pueblos son ignorados y sólo viven en la desmemoria informática de los planes provinciales (que los partidos se reparten tradicionalmente en proporción a sus votantes). Las palabras no viven sin corazón, sin palpitar. (Paz, sí; guerra, no).