Diario de León

TRIBUNA

La hora de los tecnócratas

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LOS tristes acontecimientos producidos en las costas gallegas a consecuencia del accidente y posterior hundimiento del petrolero Prestige, así como la forma en que se ha llevado la logística de este proceso, por parte de los representantes políticos implicados dado que a la mayoría se les puede considerar como «olíticos ideólogos o políticos de formación teórica y no científica ni tecnológica, podríamos hacernos las siguientes preguntas: ¿Qué hubiera pasado si los políticos involucrados en la toma de decisiones, sobre todo al principio de la catástrofe, tuvieran un tipo de formación más técnica y científica que burocrática, que es la que suele tener la clase política, en general ¿hubieran sido distintas las medidas tomadas y, por tanto, el final también? ya que, no cabe duda que según el tipo de conocimientos que uno haya ido adquiriendo a lo largo de su vida y que, finalmente, ha configurado su profesión, va a influir, decisivamente, en el planteamiento, enfoque y resolución de cualquier problema que se nos presente. Según esto, el tipo de formación de la clase política de un país, va a ser decisivo para este país, sobre todo en momentos importantes; el hecho de que estamos tratando así parece corroborarlo. Es evidente, que una de las cualidades que más se valora en un político, por no decir la que más, es la oratoria. Ser un gran orador es lo que más ha impresionado, para bien o para mal, al ciudadano. Así en los países no democráticos es el dictador de turno el que con sus soflamas y arengas, enardece a los ciudadanos echando la culpa de los males de su país a los dirigentes anteriores o a la amordazada oposición del momento cuando, lógicamente, la culpa la tiene él, que es el que está gobernando y tiene que poner los medios para resolver los problemas. En los países democráticos, es en el Parlamento, sobre todo en los plenos más importantes, donde los políticos intervinientes, el presidente y ministros del Gobierno de turno así como los miembros de la llamada oposición, ponen en juego todas sus cualidades oratorias para tratar de convencer a la opinión pública, a través de los medios de comunicación, del buen hacer de su gestión, en el caso de que intervenga algún miembro del Gobierno o, por el contrario, de lo mal que lo hacen si interviene algún miembro de la oposición.Digo convencer a la opinión pública, porque está claro, que tanto los diputados del partido que gobierna como los de la oposición, está dando la sensación de que no escuchan si el debate se tramite por televisión; parece como si muchos diputados estuvieran casi en brazos de Morfeo o prestando oídos de mercader, como suele decirse. A pesar de eso, los intervinientes procurar desarrollar, al máximo, sus cualidades oratorias, sobre todo en los debates donde hay réplicas y contrarréplicas. Evidentemente, una cosa es hablar bonito y otra hacer o tomar decisiones, o como dice la frase: «Una cosa es la teoría y otra, la práctica»; por eso, ¿aparte del efecto psicológico momentáneo, esos brillantes discursos que se dan en el Congreso tienen algún efecto positivo para la Sociedad, o como dice el refrán, «las palabras se las lleva el viento? ¿Y si entre los diputados del Congreso predominaran los economistas, tecnóloos, científicos, etcétera, se divagaría menos y se actuaría más? ¿Sería conveniente que en los partidos políticos tuvieran más «peso» los llamados políticos ç»tecnócratas» que los políticos «ideólogos»? Estos últimos, décadas atrás, eran los encargados de mantener el ideario del partido y marcar las líneas teóricas de actuación, es decir, de mantener su ideología y de ahí su nombre. Actualmente, como las diferencias ideológicas entre los partidos más importantes, en los países desarrollados, son pocas se han transformado en oradores de mítines electorales, para animar a los seguidores, soltando frases más o menos ingeniosas de tipo irónico o como se las quiera llamar y que se pueden resumir en la frase ¡dales caña! Pero, no debemos olvidar que estamos en el siglo XI, en un mundo altamente tecnificado y que para resolver los problemas que se plantean, se necesitan políticos con una formación teórico-práctica adecuada a cada paso. Pienso, que: «Ha llegado la hora de los políticos tecnócratas! (economistas, ingenieros y científicos en general, etcétera). Para llegar a esta conclusión, me baso no sólo en el reciente acontecimiento del Prestige, sino en la trayectoria de nuestro país desde finales del siglo IX -momento clave de la aparición del maquinismo y de los procesos industriales- hasta nuestros días, en que las clases gobernantes no han sabido, a lo largo de ese tiempo, subirnos al tren del desarrollo tecnológico, como lo hicieron países de nuestro entorno y que, en esas fechas estaban en un nivel parecido al nuestro. Por tanto, por todo lo expuesto, el perfil del político del siglo XXI no puede ser el mismo que el de los dos siglos anteriores. A pesar de lo dicho, no se debe de interpretar que quiero una sociedad robot-tecnificada. Quiero al frente de ella tecnócratas pero con mentalidad humanista, que sería unir la efectividad con la sensibilidad social de manera, que desde los poderes del estado se optimicen las inversiones que se hacen con el dinero público, encaminadas a resolver las necesidades de los ciudadano y, en definitiva, a mejorar su calidad de vida.

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