Diario de León
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EL fundado temor a la guerra iraquí ha disparado el precio del oro a su máximo en seis años. La onza subió a 357,10 dólares en el mercado de Londres, confirmando así su condición de escondite del dinero. Mientras, el oro negro, que es el petróleo, se mantenía en torno a los 30 dólares después de que la OPEP prometiera un aumento de la producción. Con oro nada hay que falle, ni con petróleo tampoco. Lo que sí van a resultar fallidas son las esperanzas de que el conflicto bélico no estalle. El jefe de la diplomacia británica, en declaraciones a la BBC, ha dicho que las posibilidades de una guerra contra Irak se han reducido de un 60 por ciento a un 40. Ese señor y su Santidad el Papa son los únicos que mantienen el optimismo. Ambos están asistidos por la virtud teologal de la esperanza. Casi todos los demás tememos lo peor y no hacemos cálculos de responsabilidades porque creemos que ya los ha hecho todos Bush. Su plan ya está trazado para conseguir lo que él llama «la democratización de Irak» y tiene prevista no sólo la guerra, sino la postguerra. Después de la destrucción vendrá la ayuda a las regiones devastadas, para demostrar que no son tan malos. Un general estadounidense asumirá todo el mando, habrá consejos de guerra contra los más importantes cargos del actual régimen iraquí, incluido Sadam Hussein en el improbable caso de que se salve de la quema, y la ocupación del país durará año y medio, que no es nada en el tiempo del Señor, ni en el de Alá. El programa de festejos está pensado para febrero, y aunque no se sabe exactamente el día no hay «factor sorpresa», tan valorado por los militares. Lo que hay es factor petróleo, que es algo que valora todo el mundo. Sadam acusa a los inspectores de la ONU de espionaje y llama a Bush «pequeño enano», sin duda para distinguirle de los enanos altos, como él. Unos 10.000 reservistas americanos partirán para el Golfo, mientras otra mucha gente hace reservas de oro. El oro, siempre el oro, que no es una quimera, sino una guarida.

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