¿Mi qué?

HOLA, soy tu menstruación». «¿Mi qué?... Ah, la regla». Qué anuncio tan hermoso. Qué bella poética la de los anuncios de compresas, por cierto, ahora también negras, sin duda por aquello del mestizaje. Y qué grandes lecciones nos ofrecen. Porque nada más parecido a la niña-adolescente ese cineasta al que se le aparecen un tipo vestido de rojo-sangría de derechos de autor y le dice: Hola, soy tu DeCSS. ¿Mi qué? dirá el otro. Ah, el programa con el que me rompes la protección anticopia de los DVD. Claro, que también se le puede aparecer a un músico el mismo tipo vestido de rojo-sangría derechos de autor y decirle: Hola, soy tu MP3. ¿Mi qué? Ah, el formato con el que comprimes mi música y después la transmites gratis por Internet a través de una red P2P tipo Napster para regocijo de innumerable regrabadoras de CD. Claro que estas cosas no quedan tan graciosas ni tan tiernas como lo de la niña del anuncio, pero sin duda sí más trágicas, al menos para los del «mi qué». Porque un tribunal de Oslo acaba de absolver al joven noruego autor del demoledor código del DeCSS, demandado por una industria cinematográfica que ve cómo todas sus protecciones en los DVD terminan convertidas en la película grabada en el ordenador de un adolescente o en la manta tendida en el suelo por un caballero inmigrante. Por su parte, el presidente de la RIAA, la asociación de las discográficas de Estados Unidos que acabó con Napster, acaba de reconocer también que «unca podrán terminar con la piratería de música. Ni con la de películas. Ni con la del software. Ni con la de nada. Porque si es digital, por muy protegido que esté, se puede desproteger y piratear que es un gusto. Así que más vale que programadores, músicos y cineastas se vayan acostumbrando a la aparición no mensual sino permanente del tipo rojo-sangría derechos de autor para que dejen de preguntar con cara bobalicona ¿que es usted mi qué? y, por el contrario, pongan el cuello bien puesto y se dejen morder bien mordidos y sin rechistar.