Diario de León

EL BALCÓN DEL PUEBLO

Morir de ilusiones

Publicado por
J.F. Pérez Chencho
León

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Joaquín Otero ha imitado a Rodrigo Rato: está a disposición del partido. El leonesista, madre y padre orgánico de la UPL, sin nadie que pueda, hoy por hoy, darle coces entre la militancia nacionalista leonesa, se ha ofrecido para liderar la candidatura a corregidor de Ponferrada. El ministro de Economía, instalado en uno de los vértices del triángulo sucesorio, también ha presentado las cartas credenciales para aspirar a la presidencia del Gobierno. Caen heladas como templos en León y cada tema, uno por uno, podría ser base para construir un magnífico edicto y vocearlo desde este balcón. Quedan muchas semanas para el recital: para confirmar que el PP berciano desistió del conflicto y acepta a regañadientes de la directiva comarcal, la candidatura de Riesco a la alcaldía; que Fernando Álvarez, un babiano noble y limpio, será rival del «tirano Banderas» de los últimos años en San Emiliano; que a Celia Reguero la han puesto el stop definitivo en Boñar, o que en La Bañeza ni dios sabe qué respuesta darán los ciudadanos tras cuatro años de canibalismo político. Cualquiera de esos temas, por separado, y otros muchos que no cito, serían argumentos para reflexionar en voz alta. Sin embargo, no deseo altavoces: sólo mirar al interior. Fue en 13 y lunes. No hace falta pudrir las hojas del calendario y redondear en rojo y negro la fecha gafe. El 13, anteayer, enterramos en Cimanes del Tejar a Eutimio Palomo, casi una copia humana de mi padre Gabino, quien también murió, hace cuatro años, de ilusiones. De ilusiones se vive, pero también se muere. Eutimio, como mi padre, era un hombre familiar, inteligente y discreto. Y como afirmaba Antonio Machado, un hombre bueno. Los dos abrazaron la nada a los 82 años. A Eutimio Palomo lo enterramos con la desnudez absoluta de las choperas y de las plantaciones de lúpulo como testigos, y la fidelidad a pie de panteón de su mujer Marucha y de sus hijos. ¿Era fidelidad o lealtad?. Ortega y Gasset decía que la lealtad era la línea recta y más corta entre dos corazones. Sin duda, pues, los que acudimos a su último adiós abrazábamos la lealtad. Yo fui amigo personal de Eutimio. Sin grilletes. Y de Marucha. Era el tándem perfecto del Bar López, en el que se servía a la carta la calidad y la discreción. Por el Bar López, allá en la calle Barahona, confeccionaban cenas Maceda, Mariano Santos, José Mª Zorita, el «Niño de Santamaría» -todos esperándole entre las nubes para un abrazo quebrantahuesos-, o Manolo Valdés, Antonio Alonso, Vicente Fernández y yo mismo. Como el tiempo acota todas las distancias, Eutimio y Marucha se jubilaron y siguieron creando bienestar, no entre figones, sino a finca abierta. Eutimio plantó árboles: manzanos, perales, ciruelos, de todo. Y chopos. Los mismos chopos que anteayer le despidieron en el viaje hacia la nada. ¿Hacia la nada o hacia todo?. Era un hombre familiar, inteligente y discreto. Una definición que me ayudará a certificar que de ilusiones no sólo se vive, sino que también se muere.

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