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Publicado por
Federico Abascal
León

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Fraga siempre ha sido un hombre valioso, tanto para el franquismo como en la democracia, sobre todo desde que en la transición logró asentarse de modo irreversible, con sus titubeos y sobresaltos, pero ahora el presidente de la Xunta se enfrenta a una crisis política de altos vuelos y profundas raíces, en la que él mismo se ve seriamente cuestionado. La dimisión forzosa y forzada de su consejero de Política Territorial, Obras Públicas y Vivienda, Xosé Cuiña, no sólo gasifica al delfín más insistentemente señalado, especialmente por sí mismo, sino que desdibuja el boceto de la sucesión, que recaerá ineludiblemente en quien designe La Moncloa. Con ese aplomo que se adquiere tras haber confundido el primer cuarto de siglo de franquismo con «25 años de paz», en una operación publicitaria sin el menor antecedente, Fraga intentó ayer darle al parcheo de la grave crisis en la Xunta un aspecto de simple remodelación de algunas consejerías, mientras los dirigentes «populares» más ortodoxos aseguraban que la situación era de «absoluta normalidad». Y en efecto, lo anormal habría sido que la crisis no hubiera estallado, que el distinto comportamiento de los consejeros ante la catástrofe originada por el «Prestige» no hubiera actualizado y acentuado antiguas rivalidades entre ellos, que el poder regional en el partido no se hubiera abierto inopidadamente a nuevas luchas por alcanzarlo y que las equívocas relaciones de la Xunta con la autoridad madrileña no hubieran hartado a La Moncloa. Se queda Fraga sin su hombre fuerte del que tal vez ya se había hastiado, y hasta sin su acompañante a la cacería de Aranjuez mientras el Prestige empezaba a vaciarse, y ello le pone más bien en las manos directas de Aznar y de la autoridad del partido, desde la que se habrían aconsejado alguno o varios de los nuevos nombramientos en la Xunta, que hoy serán probablemente desvelados. Pero la crisis no se cierra con ello, pues si Fraga es en el PP un mito venerable, por incómodo que le estuviera resultando a la sede «popular» de Génova, el poder regional en Galicia va a originar fuertes batallas internas, en las que algunos reductos de extremada derecha, como la Diputación de Lugo, presidida por Francisco Cacharro, no se rendirán fácilmente. Las anunciadas reformas legales que prorrumpieron ayer del consejo de ministros, con endurecimiento de las penas por terrorismo, nacotráfico, violencia doméstica y tráfico de inmigrantes, no acertaron a laminar la crisis «popular» en Galicia, al hacerse tan visibles los estragos que el «Prestige» ha causado en el partido y en la Xunta.