TRIBUNA
Vejez, política y apoyo social
El panorama actual de la política española tras la puesta en marcha de ciertas políticas económicas y sociales por parte del Partido Popular ha puesto sobre mesa de debate la forma actual del Estado del Bienestar. En especial, y a pesar del Pacto Toledo, es la política de protección y apoyo tras la jubilación, uno de los puntos que más afecta a opinión pública. En otras palabras. es el sistema pensiones el que más preocupa a un amplio segmento de la población: la población jubilada. Pero también a toda la sociedad, pues la vejez es el futuro, más o menos inmediato, de todos nosotros. Ahora bien, desde una perspectiva psicosocial, parece prudente adentrarse en terrenos que van más allá de las asignaciones económicas que hacen referencia a distintos procesos asociados con la estratificación por edades, aspectos que no deberían, en todo caso, ser menospreciados por los poderes públicos. El presente artículo trata de ofrecer, una visión general de la problemática de la vejez en su conexión con la acción política o si se quiere, con los aspectos psicosociales de la situación de vejez en España. En particular, se trata de situar la desvinculación política en el marco general de los procesos de desvinculación típicos de la vejez y proponer actuaciones que reduzcan la falta de control de nuestros viejos. La situación social de la vejez ha sido descrita en términos bastante pesimistas. Pesimistas en cuanto que los distintos indicadores referentes a su situación económica, de salud, etcétera son bastante precarios. Son muchos, además, los trabajos que exploran los procesos sociales implicados en lo que se ha dado en llamar procesos de desvinculación. Estos procesos de desvinculación suponen un progresivo alejamiento de la dinámica social y. por ende, una pérdida o sustitución de roles típicos de la vida activa/adulta. De esta manera, la teoría de la desvinculación, funcionalista, nos introduce en el campo de la psicología social y sus relaciones con la política, cuando menos por la puerta de atrás. En efecto, la progresiva perdida de roles y la emergencia de nuevos roles a desempeñar, supone la necesidad de un ajuste psicosocial, ajuste que no es sólo económico, como se ha señalado antes, sino que se mueve a lo largo de tres dimensiones, típicas en la literatura en ciencias sociales: económica, social y psicológica. Desde una perspectiva psicosocial, por tanto, parece imprescindible poner en conexión dos de tales ámbitos, el social y el psicológico, teniendo presente que el poder adquisitivo de este segmento de población se ve reducido considerablemente a partir de la jubilación. Estudios del CIS así lo revelan. Por otro lado, el progresivo envejecimiento de la población, así como el incremento en términos absolutos de la población mayor de sesenta años, con el consecuente aumento de la necesidad de esfuerzo distributivo por parte de las arcas públicas, es uno de los puntos fundamentales en el debate sobre el futuro del Estado de Bienestar. No voy a entrar aquí en esa polémica, pues no es el objetivo del artículo. Sin embargo, sí quiero señalar que la lectura de las presentes líneas ha de tener presente este aspecto fundamental. Como veremos, la consideración de otros factores o problemas sociales además del económico supone una llamada de atención hacia otros ámbitos de la vida cotidiana de los ancianos que igualmente deben incluirse en un programa de intervención desde los ámbitos públicos y, a la vez, nos da la clave para la comprensión de los procesos de desvinculación -incluida la desvinculación política- típicos de la última etapa de la vida. La jubilación supone una transformación de los estilos de vida. Quizá la más importante transformación sea la constricción, en gran medida, de la vida de los sujetos a un ámbito más privado como pueden ser las relaciones familiares y de amistad. Las relaciones entre padres e hijos adultos es uno de los campos de investigación más fecunda en los últimos tiempos. En otras palabras la familia y la reciprocidad intergeneracional es uno de los procesos sociales más importantes existentes en la actualidad y sus pautas han sido más o menos establecidas. Esta desvinculación de la vida activa supone un alejamiento de las funciones sociales propias de la vida adulta y, por tanto, un alejamiento de la imagen pública propia del mundo laboral. Esta desvinculación puede relacionarse igualmente con la establecida falta de posicionamiento ideológico de los ancianos y su alejamiento del mundo político.