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Publicado por
Fernando Ónega
León

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Parece que no habrá rebelión de los diputados de Ourense y la mayoría del PP en el Parlamento de Galicia no corre peligro. «Alguien» ha impuesto la disciplina. Mejor dicho: «alguien» ha impuesto el sentido común. Lo que estaban tramando podría tener una cierta dignidad humana, de apoyo al líder Cuíña, a su juicio injustamente caído. Pero también tenía mucho de suicidio político. Y algo peor: de homicidio de su propio partido. Baso estos criterios en dos razones: la utilización del chantaje y la introducción del fantasma de la escisión. Sólo como chantaje se puede calificar una acción que plantea retirar su apoyo al PP si no se produce el cese de Xesús Palmou. Y el chantaje es una de las formas de presión menos nobles de la actuación pública. Si además, es interno, puede representar lealtad a una persona, pero también la mayor de las deslealtades a la formación política a la cual deben sus escaños y a los ciudadanos que les han votado porque formaban parte de determinada lista, con determinadas siglas y determinado liderazgo. En este caso, el de Fraga. Pero hay más: lo que llamo «fantasma de la escisión». Cuando cinco diputados plantean la retirada de su apoyo parlamentario a su partido, están creando una división interna de imprevisibles consecuencias. Y ahí es donde estaría el homicidio del PP. Las fuerzas políticas pagan en las urnas todos sus pecados. Pero el que pagan con más claridad y dureza es la división. Así ha ocurrido durante toda la historia de la democracia en España, y así ocurrirá en el futuro. Optar, por tanto, por ese camino llevaría al PP, que hasta ahora ha sido una piña, a una derrota segura. Si quieren defender a Cuíña y promoverlo a más altas representaciones, tienen mil fórmulas para hacerlo. La vía que habían escogido era la peor, porque era presentar a su líder como un sedicioso. Y Cuíña puede ser todo, pero nunca lo hemos visto en ninguna sedición.