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León

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Lamin nació en el Sáhara Occidental, cuando todavía era una provincia española. Es de Dajla, Villacisneros. Salió de su tierra en 1975, como pudo, huyendo de la ocupación marroquí y del ejército mauritano, con su madre y sus hermanos. Al desierto, a Tindouf, donde no había nada. Un inmenso pedregal. Tiene acento cubano porque estudió en la isla caribeña, como la gran mayoría de los jóvenes saharauis para los que el Frente Polisario buscó un lugar donde formarles, a falta de la tierra y el mar que les pertenece. Ahora vive y trabaja en León. Y se. Su amigo, compatriota y tocayo, Lamin, también. Tienen amigos leoneses y su casa siempre está abierta para tomar té. No sucede lo mismo con los bares de copas que proliferan en el Barrio Húmedo más que los hongos en época de lluvias. Lamin no salió de su asombro e indignación al comprobar, hace unas semanas, que un hombre le vetaba la entrada en el pub Entremientras por su aspecto magrebí. Preguntó por qué y le contestaron que había habido varios robos a clientes. Culpaba, sin encomendarse a la policía ni mucho menos a un juez, a otros clientes «moros» y prohibió su entrada durante varios días. Vamos, que se tomó la justicia por su mano. Pero Lamin no se marchó agachando la cabeza. Reclamó sus derechos, en primer lugar, a la patrulla de policía. «Tienes que denunciar en la Oficina del Consumidor», le contestaron. «Ahora sí que no vas a entrar aquí nunca», le amenazaron desde la puerta del local. Lamin, su amigo, también pidió explicaciones. Y un grupo de jóvenes difundieron octavillas para sacar a la luz la discriminación. Los dos denunciaron en la Oficina del Consumidor. Ahora el pub ha levantado la veda contra el moro (sus euros no son moros), pero a ellos les ha castigado por ejercer sus derechos y a quienes les acompañan, también. «Esto es una fiesta privada», dijo. Pero el racismo no es un asunto privado. (Sí a la paz, no a la guerra)