Diario de León
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León

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LA atmósfera se está haciendo irrespirable en Norteamérica, donde se respira por la herida de las Torres Gemelas. El monstruoso atentado ha esparcido el miedo a otros nuevos y ya se sabe que el miedo puede ser incluso peor que aquello que se teme. Y lo que se teme es que se repita. En vista de lo que se vio en todas las televisiones del mundo, la Administración del belicoso Bush ha aprobado un plan para incorporar sensores de bioterrorismo en instalaciones medioambientales desplegadas por todo su vasto territorio. Se trata de medir la calidad del aire, que siempre ha sido de todos, pero ahora puede ser el diáfano predio de los terroristas. Las guerras, que nunca han sido buenas ni bonitas, tampoco son baratas. Antes sólo exigían valor, pero ahora a la estrategia se le llama tecnología. Los ejércitos están en los laboratorios. Soldados de bata blanca elaboran sus tácticas combativas. El Estado Mayor está compuesto por científicos: unos encargados de elaborar cargas biológicas y otros que se aplican a idear dispositivos que impiden la presencia de esporas de carbunco, del virus de la viruela o de otros gérmenes mortales. Una mayoría de norteamericanos cuestiona la prisa de la Casa Blanca por aumentar los lutos. Chirac y Schröder cierran filas en la ONU y consideran que los inspectores necesitan más tiempo para encontrar las armas que no hay, pero la guerra se está viendo venir. Lo que no puede verse es al enemigo, ya que se esconde en el aire transparente. No se trata de tener más tanques, sino más laboratorios. Los virus tienen la ventaja sobre las balas de que no hacen ruido. Que nadie ponga en duda el progreso humano. Si damos por bueno lo que cuenta ese gran libro de aventuras que es la Biblia, empezamos con una quijada de asno y seguimos con mazos, flechas y hondas. Muchos años han sido necesarios para pasar del casco y el escudo a los sensores de bioterrorismo.

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