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Publicado por
León

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ICEN, y sin duda dicen bien, que, ante una guerra, la primera víctima es la verdad. Y quizá la libertad de expresión. Ante una guerra, y mañana puede inclinarse la balanza del dilema hamletiano guerra-paz, prevalece lo políticamente correcto, imperan las verdades reveladas desde arriba, los clichés, los tópicos. Blanco o negro: muere el debate. En España estamos, a lo que parece, hechos un lío. Desde ámbitos cercanos al Gobierno te dicen que la oposición a la guerra la sustenta la oposición de izquierda. Será que el 75% de los españoles es de izquierda, a tenor del rechazo que los sondeos muestran a la intervención bélica contra el tirano sólo presuntamente armado. Lo interesante, visto con el prisma de la política interna, son las consecuencias que para la imagen de Aznar y su Gobierno del PP puede tener un alineamiento incondicional con Washington. Con el Washington dominado por Bush, claro. Los más informados columnistas americanos escriben en sus muy importantes periódicos que Aznar es el jefe de Gobierno europeo que más frecuentemente habla por teléfono con Bush. Le pasó a Felipe González, le pasó a Gorbachov, dicen que les ocurrió a De Gaulle y a Kohl, les ha pasado a tantos: se sienten tan importantes gozando de la intimidad del muy exclusivo círculo de los divinos que dejan de sentirse humanos. Y aquí, en España, hay un Parlamento aún cerrado, o semi, por vacaciones, ante el que solamente comparece la ministra Palacio y en el que se bate bravamente, aunque algo en solitario, el diputado popular Gustavo de Arístegui. Pero ellos, claro, son el delegado del César, silente, que debe de estar aguardando a que el panorama se aclare para comparecer ante el poder legislativo a explicar dónde estamos, hacia dónde vamos. Aznar ha sido, está siendo un buen gobernante, con ideas, capaz de ir a Galicia, aunque algo tarde, con soluciones, por mucho que un conglomerado de gentes de la oposición se manifieste contra el Consejo de Ministros en A Coruña. Sería una lástima que toda su labor quedase empañada por su empeño en no hablar con nadie de la oposición, por su tenacidad en mantener eso que él llama una política de firmeza, y que alguno podría llegar a confundir con tozudez. Y son muchos, incluso en el Gobierno de Aznar, los que te dicen, muy en privado y lejos de los micrófonos, que los beneficios que traería una guerra contra Irak amenazan con ser muchos menos que los perjuicios de una tal contienda. No encuentro a nadie, salvo Aznar, que en España se manifieste tan entusiasta de los planes de los peores asesores de Bush. Puede que ni siquiera la ministra Palacio.

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