TRIBUNA
Babia, sin minicentrales
Parece ser que algunas empresas se han empeñado en que Babia entre por fin en la era industrial y, según ha informado este periódico, tan benéfico fin se va a llevar a cabo con la instalación de cuatro o cinco minicentrales. Ante esto, ¿cómo es posible que alguien en su sano juicio se quiera oponer al desarrollo económico de la montaña? El debate está servido, y dado que estamos en campaña electoral, alguno ha pensado que es buen momento para torcer alguna voluntad nerviosa por lo que puedan deparar las urnas primaverales. He aquí una intervención más en este debate que, a pesar de no ser nuevo, conserva toda su vigencia y sigue reclamando la atención de los ciudadanos. Nadie discute ya que las minicentrales suponen un atentado al medio natural del río y a los ecosistemas asociados y que también producen graves afecciones a los usos «económicos» del agua, como el riego o la actividad pesquera. Tampoco nadie cuestiona el valor ambiental de los valles de Babia y su paisaje, pues presentan unas características que los han hecho merecedores de varias figuras de protección ambiental -Zona de Especial Protección para las Aves, Zona de Protección del Oso Pardo o Espacio Natural Protegido por la Ley regional, entre otras-. Esta intensa protección impone que el desarrollo económico de la zona se apoye precisamente en la puesta en valor de ese patrimonio. Si esto es así, puede resultar chocante leer en portada de este periódico que una empresa pretende construir cuatro minicentrales en Babia de Yuso, y que esté iniciándose la tramitación de otras en Babia de Suso. ¿Qué está sucediendo para que salgan a la palestra como noticia a cuatro columnas unos proyectos que hasta la fecha siempre se llevaban en la más oscura clandestinidad administrativa? La principal causa de que los promotores de las minicentrales hayan iniciado esta vergonzante «campaña de información» sobre las bondades de sus proyectos hidroeléctricos y que se atrevan a amenazar a los representantes municipales se encuentra, entre otros motivos, en la inminencia de la aprobación del Plan de Ordenación de los Recursos Naturales del Parque Natural de Babia y Luna, que con un importante retraso -pues la declaración de espacio protegido se hizo en 1991-, está ultimando la Junta de Castilla y León. En uno de los últimos borradores de dicho plan se puede leer: «El aprovechamiento hidroeléctrico de los ríos y arroyos del Espacio Natural se considera como un uso incompatible con la conservación de sus valores naturales, no pudiendo realizarse la construcción de nuevas instalaciones». Las empresas promotoras de estos proyectos se han dado cuenta de que es ésta una de sus últimas oportunidades para negociar con el patrimonio natural de Babia. El tiempo corre en contra de los especuladores, pero si obtienen la concesión de la Confederación Hidrográfica antes de que se prohíba realizar la actividad hidroeléctrica, podrán construir la minicentral o, en su caso, exigir una indemnización que pagaremos todos los españoles. Este planteamiento de negocio resulta a todas luces detestable. León necesita empresarios, pero no de este tipo. Resulta obsceno que estas empresas se presenten como víctimas, cuando son conscientes de que sus proyectos van claramente en contra de las planificaciones públicas y de los intereses económicos de la zona. Así, se ven afectados los riegos tradicionales, que han conformado el paisaje babiano durante más de diez siglos, y se cercena la incipiente actividad turística, pues no quedará ningún valle sin su correspondiente tendido eléctrico. Tampoco es aceptable, ni en términos éticos ni siquiera jurídicos, que exhiban ufanas unas autorizaciones administrativas y unas declaraciones de impacto ambiental, cuando las primeras están condicionadas al cumplimiento de unos requisitos que jamás podrán satisfacer y cuando el Ministerio de Medio Ambiente se deja engañar con la tramitación independiente de proyectos que, analizados en su conjunto, suponen un impacto crítico para el medio natural de la zona. Esta es una manifestación más de cómo la deficiente aplicación de las normas y planes que disciplinan las distintas actividades a desarrollar en nuestro territorio crea unos resquicios por los que se cuelan subrepticiamente aquellos que están ávidos de comerciar con el patrimonio de todos. No obstante, hay que reconocer cierto candor ingenuo al representante de la empresa promotora de las minicentrales si pretende hacer creer a los babianos que se van a crear cincuenta puestos de trabajo durante la construcción y otros diez permanentes y que, gracias a su generosa industria benefactora, los pueblos lucirán un terso asfaltado a la luz de las flamantes farolas que van instalar gratuitamente. Babia, tierra de maestros, no necesita que vengan vendedores de humo a inventar algo que ya hace muchos años tuvo su vigencia; pues como me contó de niño mi abuelo Balbino, los filandones en las cocinas babianas fueron de los primeros en sustituir el candil por la bombilla, gracias a la iniciativa de los vecinos, que construyeron cooperativamente las conocidas como «fábricas de la luz», con un empleo de nuestro idioma mucho más brillante y sugerente que el torpe neologismo hoy en boga. La historia del siglo XX demuestra que el argumento de que las minicentrales hidroeléctricas asegurarán el suministro a la zona es tan falso como el resto de las promesas, pues si algo producen estas ingenios son problemas de gestión de la red eléctrica. El río Luna y sus ribereños ya han sido suficientemente sacrificados con el embalse de Barrios de Luna, que ha dado vida y riqueza a las comarcas del Páramo y de la Ribera de Órbigo y que también produce abundante electricidad, para que ahora todos sus afluentes sufran unas agresiones de las que no se recuperarían nunca. Si es necesario potenciar las energías renovables y dichos proyectos merecen la declaración de utilidad pública, tales instalaciones no se pueden ubicar en lugares que se quieren proteger ambientalmente. Debemos exigir a las Administraciones públicas un mínimo de coherencia. Hace un mes hacía en esta misma tribuna un llamamiento a que devolvamos a Babia un poco de lo que tan generosamente ha derrochado: el orgullo de una montaña que se ha esforzado siempre por dar lo mejor de sí, tanto en hombres como en recursos, para que todos pudiéramos vivir mejor. Reitero dicho llamamiento para que la sensatez alcance a los responsables de impedir que por desidia o pasividad, no ya por codicia, los ríos babianos se sepulten en tuberías y no pueda alzarse la vista sin tropezarse con un tendido eléctrico. Pero, no se olvide que esta responsabilidad recae en todos, ciudadanos de a pie, funcionarios y políticos; electores y elegidos. Todos debemos hacer posible que nuestros hijos y nietos puedan ver cómo son de verdad los ríos, no como los de Port Aventura sino como los de Babia.