Los precios políticos

SABÍAN ustedes que hay un antipolanquismo mediático? Lo hay. Se puede encontrar en periódicos y emisoras. No es un movimiento organizado, que yo sepa, pero es influyente. El «antipolanquista» suele ser liberal en el pensamiento económico, enemigo acérrimo de los nacionalismos y defensor de la ortodoxia de Aznar. En cuanto el propio Aznar se sale de sus carriles, le echan inmensas broncas, porque se consideran traicionados. El enemigo común es Jesús de Polanco, a quien identifican con el felipismo. Lo suelen atacar sin piedad. Ahora, con la unificación de las plataformas digitales, el antipolanquismo está desorientado. Es natural: si Polanco quiere la caída de Aznar, ¿por qué le dan nuevas alas de negocio? ¿Por qué se le permite el control de los contenidos de la plataforma, si no ha dado pruebas de simpatía con el gobierno? A partir de estos interrogantes, se acusa al PP de debilidad, y se le reprocha una política informativa que, al revés de la previsión del Catecismo, premia a los «malos» y castiga a los «buenos». Habrán leído ustedes muchos artículos en este sentido. Hago este largo exordio para decir lo siguiente: la fusión que firmaron Alierta y Polanco es una imposición del mercado. No había sitio para dos, como demuestran sus cuentas de resultados. Hubo que aceptar la consagración de un monopolio para salvar la existencia del concepto mismo de plataforma. Sin embargo, ¿quién, como los antipolanquistas, no se ha preguntado por el precio político? Hoy, como en el franquismo, parece que no se puede hacer una sola operación económica que no tenga que ser bendecida desde el poder. Y, cuando una empresa es beneficiada, aunque sea por un movimiento en el mercado, la única explicación es que habrá pagado ese precio. Naturalmente, un precio de lealtad. Espero que no sea este caso. Si lo fuese, este periodo pasará a la historia como un periodo de sumisión y compra de libertad.