Mal de la cabeza

COMO decía aquel caballero inglés, una persona a la que no le gustan las plantas, ni los perros, ni los niños chicos, no puede ser del todo mala. Lástima que sea tan difícil alcanzar ese grado de perfección. A la inmensa mayoría, en la que resido, nos gustan las tres cosas y nos preocupamos por ellas. Es una mala noticia que el 22 por ciento de los niños y adolescentes españoles sufra algún trastorno psiquiátrico a lo largo de esas etapas de sus vidas. No lo puedo creer, a pesar de que lo aseguren los estudios epidemiológicos de los especialistas. En mi opinión el porcentaje es mucho más alto. Siempre se ha dicho -no siempre, sino desde que alguien lo dijo por primera vez- que los niños son unos locos bajitos. (De los adultos también podría decirse que son unos locos altos o de mediana estatura). Se preguntó Reiner María Rilke: «¿quién podrá describir, tal como es, a un niño?». No es probable que los actuales estén peor de la cabeza. Lo que ocurre es que ahora hay más psiquiatras que en otros tiempos. Según los especialistas, los trastornos infantiles más comunes, como la agresividad y la violencia, por un lado, y la ansiedad y la depresión, por otro, son curables y episódicos. Lo habitual, cuando se hacen mayores es que se les pasen esas anomalías en su comportamiento. La prueba es que es mucho más fácil conocer a un niño hiperactivo que a una persona mayor medianamente activa. Eso que llamamos educación consiste en gran parte en reprimir instintos y en domeñar impulsos primarios. «El niño bien educado no escupirá en la sopera», aconsejaba «El buen Juanito», que era un manual de muchas páginas. Quizá lo que más inquieta a los psiquiatras es la dificultad de adaptación de los niños y los adolescentes a la familia. Si eso es una enfermedad, en muchos casos es crónica y hay que aprender a convivir con ella. Lo único que ocurre es que a esas edades no se tiene bien asentada la cabeza sobre los hombros, pero no por culpa de la cabeza, sino porque los hombros son más estrechos.