Planes de reconstrucción

Para establecer un ejemplar servicio de Regiones Devastadas es necesario devastarlas con anterioridad. Ambas cosas están minuciosamente previstas por los Estados Unidos. Primero destruir Irak, que cae justo en el centro del «eje del mal», y luego reconstruirlo, para demostrar que el bien existe y que no hay nada personal contra sus habitantes, sino únicamente contra una persona: el tirano Sadam Husein. El Pentágono tiene pensado y bien pensado lanzar tres mil misiles de precisión en las primeras 48 horas de un hipotético ataque. Son bombas «inteligentes», a diferencia de quienes ordenan su empleo, y no conviene que se almacenen. Pueden ser superadas por otras más listas todavía y quedar anticuadas en los arsenales. Si Dios y Alá no lo remedian, actuando en estrecha colaboración, la gigantesca operación militar se iniciará en las noches sin luna de fines de febrero y comienzos de marzo. Sólo queda una solución para evitar la escabechina: que Sadam se sacrifique por su pueblo, pero todo parece indicar que él considera altamente preferible que su pueblo se sacrifique por él. Ni la CIA ni el FBI han podido demostrar que existan vínculos entre el repulsivo régimen de Bagdad con Al Qaeda y el terrorismo internacional. Tampoco los numerosos inspectores han encontrado pruebas. Sólo nuestro presidente José María Aznar, que sin duda posee información privilegiada, asegura tener «evidencias suficientes». Los demás sólo han descubierto que Irak tiene petróleo. Mucho petróleo. Y que quien tiene armas de destrucción masiva es Estados Unidos. Tras la guerra, el único vencedor posible instalará una Administración civil en Irak y empezará la reconstrucción. Primero los «marines» y después los albañiles. Los primeros no dejarán piedra sobre piedra y los segundos intentarán ponerlas unas encima de otras. Lo que será más difícil de reconstruir será la vida de los inocentes, ya que habrá muchos «daños colaterales». Con las piedras que sobren se harán los mausoleos.