Diario de León
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NI Aznar ni Zapatero cumplieron las expectativas puestas en ellos en el debate -que técnicamente no lo fue- parlamentario sobre la guerra contra Irak. El presidente ni aportó pruebas, ni novedades reseñables, ni ataques a la oposición, ni referencias a Bush o a cualquiera otra de las potencias internacionales, en apoyo de sus tesis. Zapatero pidió «tiempo» para que los inspectores de las Naciones Unidas pudiesen realizar su misión. El líder de la oposición sí atacó duramente la política exterior del Gobierno Aznar -a la sesión no asistía la ministra de Exteriores, Ana Palacio- y, en consonancia con las tesis mantenidas últimamente, rechazó, por principio, cualquier ataque preventivo contra una Nación (Irak), se mostró de acuerdo con «la estrategia de la comunidad internacional» y se dijo partidario de «desarmar a Sadam: todos queremos hacerlo». Acaso lo más relevante de su discurso fue que pidiera a Aznar que «se oponga en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas a la guerra», incluso cuando una segunda resolución de este Consejo abra las puertas a un conflicto bélico. En suma, en sus intervenciones iniciales ante el primer pleno del Congreso de los Diputados de este período de sesiones, ni Aznar ni Zapatero dijeron nada que no fuese ya conocido. Los argumentos que, en esos momentos, desgranaba el secretario de Estado americano, Colin Powell, ante las Naciones Unidas, permanecieron mucho más ajenos a la Cámara que la lenta concurrencia de actores que, tras pasar por exhaustivos controles, iban accediendo silenciosamente a la tribuna de invitados. Pese a esta contención verbal de los dos principales actores del duelo parlamentario -limitado en su alcance por el reglamento del Congreso-, la expectación era máxima. Salvadas algunas cuestiones de matiz, la verdad es que en estas primeras intervenciones dio la impresión de que Zapatero podría haber suscrito lo dicho en la fría exposición de Aznar, aunque seguramente este último no podría haber respaldado el tono y los ejemplos aportados por el secretario general socialista, que basó su intervención, de unos veinte minutos, en los ataques a Aznar. Pero al Aznar de anteriores posturas, no al Aznar que le había precedido en el uso de la palabra. ¿Será este un signo de lo que pueda ocurrir en el futuro? En su parlamento, el presidente del Gobierno no quiso excederse ni un milímetro del papel que le habían elaborado sus asesores, basado en el respeto al Consejo de Seguridad, en la crítica a las posiciones de Sadam Hussein y a sus incumplimientos. Fue, posiblemente, un discurso eficaz que, sin embargo, no convenció a ninguno de los otros grupos. Lentamente, y cada cual en su estilo, Xavier Trías, Gaspar Llamazares, Iñaki Anasagasti y los demás portavoces de los grupos parlamentarios, fueron desgranando sus desacuerdos con la política gubernamental. Pocas veces tanta soledad en los bancos del Gobierno, pocas veces, sin embargo, tanta falta de argumentos contrapuestos.

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