DESDE LA CORTE
Gary Cooper en Moncloa
El presidente Aznar teme que su posición ante la guerra tenga un alto coste electoral. Otros lo sospechan. Y otros lo desean. Sin embargo, el presidente Aznar anuncia que mantendrá sus criterios. Le parecen los únicos posibles. Fue capaz de cambiar el «decretazo» de la reforma laboral, pero en este caso tiene razones supremas que le invitan a mantenerse donde está. Debe ser que el coste electoral por la guerra es menos alto. O quizá le impresionan más los sindicatos y sus huelgas que la oposición política y las camisetas de los actores del comando del cine. Lección política a corto plazo: si ésa es su disposición mental, que los demás partidos abandonen toda esperanza de cambio. Si el miedo a las urnas no produce variaciones en las convicciones presidenciales, mucho menos las producirán unos políticos que hasta ahora sólo han merecido para el inquilino de La Moncloa los cariñosos calificativos de oportunistas y aislacionistas y sólo han producido «ladridos». Cuando el presidente Aznar se muestra así de inamovible, le sale una firmeza que se parece mucho a la tozudez. Ve caer los «noes» al lado de su escaño como quien oye llover. Pone cara de asombro ante las palabras de cualquier diputado que le lleve la contraria. Y tengo para mí que le surge un instinto de Gary Cooper que le induce a sacar pecho y enfrentarse en solitario a todos los indios que cabalgan por el Congreso. Pero no. Aznar no es un suicida. Aznar ha manejado siempre con singular maestría los tiempos políticos. Y pueden estar muy tranquilos los militantes de su partido: su presidente no les llevará a una derrota electoral nunca, si siquiera por una cuestión de dignidad. Lo que probablemente le ocurre a José María Aznar es que echó cuentas y sabe que en mayo incluso puede estar terminada la guerra. Y él, entonces, podrá desfilar con el ejército de los vencedores. Y habrá beneficios que compensen el coste electoral.