DESDE LA CORTE
Situación diabólica
Que un alcalde no condene el asesinato de un vecino, es indigno. Si, además, ese vecino es el jefe de la policía municipal, indica tal sumisión a la banda ejecutora del crimen, que sobrepasa los límites de la decencia. En cualquier lugar medianamente civilizado, ese alcalde tendría que dejar su cargo. Pero no porque lo digan los partidos de oposición o la prensa, sino porque la vecindad se sublevaría contra él y le obligaría a la dimisión. Estos principios, que serían elementales en cualquier lugar de Europa, no son válidos en el País Vasco. En el País Vasco puede ocurrir exactamente lo contrario. Ese alcalde -hablo del de Andoain¿no sólo no dimitirá, sino que puede fortalecerse. Lo veremos, ojalá me equivoque, en el destino de las mociones de censura que hoy presentarán los partidos Popular y Socialista de Euskadi. Para empezar, ya es de lamentar que esos dos partidos presenten mociones distintas, sin ponerse de acuerdo en un candidato único. Eso indica que tienen poca fe en el resultado y les interesa más mantener sus propias señas de identidad ante la proximidad de las urnas. Pero hay más. El PNV, cuyos votos le permiten a ese ciudadano ejercer la alcaldía, no cederá. Entiende las mociones como una operación contra el nacionalismo. Considera que echar al alcalde es una derrota ante el españolismo. Por tanto, buscará todas las disculpas y estrategias para no ceder ante la presión y presentarse ante la opinión como una víctima. ¿Significa esto que PP y PSE deben renunciar a presentar las mociones? En absoluto. La dignidad invocada exige, cuando menos, esos gestos. Pero el hecho de que estén llamadas al fracaso, incluso con un cadáver sobre la mesa, indica hasta qué punto es diabólica la situación vasca. No es extraño que los perseguidos -según parece, la mitad de los habitantes- se estén aproximando a la desesperación. Es lo que ocurre cuando se ha perdido el sentido común.