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Publicado por
Manuel Alcántara
León

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Hay gente a la que sólo la mantiene en pie presenciar los batacazos de los demás. Lo pasan en grande viendo cómo se derrumba una fama, un prestigio o, simplemente, una buena posición económica. Si no se frotan las manos con la rendición de Gaspart es porque todavía se las están frotando con la prisión de Mario Conde. Son diversiones gratuitas y absolutamente desinteresadas que les compensan del dolor que supone sentir admiración por alguien, con la consiguiente mezcla de envidio. Un cóctel españolísimo, pero no exclusivo. Jules Renard decía que le fastidiaba el éxito de los demás, pero mucho menos que si fuera merecido. Quizá el éxito sea el valor personal multiplicado por las circunstancias. Así lo han considerado algunas personas de éxito, que supieron que no puede darse sin una buena dosis de suerte. Lo intrigante es por qué irrita tanto a algunos. Qué disgustos tan tontos se llevan. Estaba yo leyendo a mi queridísimo Rafael de Penagos, que ha reeditado sus versos y sus semblanzas de los escritores a los que tuvo la buena fortuna de tratar, cuando me encontré con una cita de Ramón Pérez de Ayala: «El admirar de veras es uno de los grandes placeres de esta vida transitoria». No saben lo que se pierden los que no han experimentado jamás este sentimiento, libre de comparaciones y rivalidades. Para ellos, uno de los grandes placeres de esta vida transitoria es contemplar cómo se estrellan algunos contemporáneos. Ahora están hablando, con indisimulada satisfacción, del que fuera director general de la Once, Miguel Durán. El fiscal anticorrupción Carlos Castresana ha pedido para él un total de catorce años de prisión y multas que suman 133 millones de euros. Nunca tuvo demasiados amigos el señor Durán. Le inventaron el alias de Al Cupone y, sin duda alguna, era el invidente más envidiado de Europa. ¿Por qué no esperan a que el juez dictamine? Él niega todas las acusaciones y dice que su inocencia es «total y absoluta», pero los espectadores de caídas son muy impacientes. Siempre quieren ver a alguien en el suelo para pegarle unas cuantas patadas.